El otro lado de la moneda

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La vida no empieza hasta que sabes que está a punto de terminar. Vivir escondiéndose y corriendo de los problemas, se vuelve un estilo que cuando te inculpan por cinco muertes y desapariciones, de las cuales no encuentras explicación lógica alguna.

Desde que tengo memoria, las personas a mi alrededor desaparecen sin explicación, unas son encontradas sin vida y otras simplemente se alejan sin dejar rastro. Para mí, siempre fue una coincidencia que aquéllas tuvieran algún tipo de relación conmigo antes de desaparecer, pero para la policía, esto me convertía en el sospechoso número uno en todas las cadenas de investigación.

Mi estilo de vida siempre ha sido bastante normal, nunca había sido alguien que sobresaliera de la multitud y jamás busqué hacerlo, mucho menos en estos momentos, pero los carteles de se busca en cada poste y cada pared de la ciudad, no ayudan mucho.

Mi nombre es Alexander Black y ya estoy harto de correr, sé que alguno de estos días la policía tocará a mi puerta y será mi fin. Me he puesto a investigar los cargos de los que se me acusan: allanamiento de morada, secuestro, invasión a la privacidad, violación y homicidio; para esto sólo existen dos condenas a las que sería sometido, pena de muerte o cadena perpetua.

En el mejor de los casos, sería pena de muerte, ya que el ser obligado a vivir el resto de mi vida en una prisión, sin derecho a fianza o a reducción de condena, rodeado de más de mil hombres, la mitad con la esperanza de recuperar su libertad y vivir dignamente como un mejor ser; y la otra mitad, resignado a sufrir el resto de sus días dentro de cuatro muros de concreto y recubrimiento de acero de más de cuatro metros de altura.

En fin, sólo busco una cosa, que la historia que escriba en esta libreta, mí historia, con cada persona de las cuales aseguran fui responsable de su muerte o desaparición, se dé a conocer y se logre comprobar mi inocencia. ¿Para qué comprobar la inocencia de alguien que ya está muerto? Prefiero que la gente recuerde este caso desde mi lado de ésta y no de la manera en que los medios de comunicación decidan pintarla.

Christina Miller (14 de febrero de 2001–31 de marzo de 2002)

Iba en primer año de la Universidad, recién había cumplido 19 años, mis papás habían decidido mandarme a una de las mejores universidades del país en Monterrey, esto implicaba vivir solo y aprender a hacerme responsable de mí mismo. Muchas personas me habían dicho que la universidad es la mejor etapa de la vida y más para alguien que desde su primer semestre vive solo, sin preocuparse por los permisos, por los horarios, ser capaz de hacer fiestas en su propia casa el día que fuera, en fin, lo que la mayoría de las personas de mi edad anhelaban.

Pero para mí, el primer semestre de la carrera fue un infierno, no lograba organizar mi tiempo entre clases y tareas, no tenía ni un solo amigo, no lograba entablar una conversación con nadie, en las clases no participaba, sentía que ni siquiera los profesores soportaban mi presencia en el salón.

Para mi segundo semestre esperaba lo mismo, la verdad ya ni siquiera me importaba, nada más seguía asistiendo a la escuela para no decepcionar a mis papás, hasta que un 14 de febrero llegó a mi vida la niña más hermosa, divertida, carismática y con el corazón más grande del mundo, Christina Miller. Desde el momento que la vi, me enamoré de ella, ahí me di cuenta de que existía el amor a primera vista o al menos eso creí en ese instante. A las pocas semanas Christina y yo ya éramos novios, ella me enseñó a verle el lado positivo a la vida, siempre me sacaba de mi zona de confort, comencé a hacerme de amigos, a participar en clase, mis calificaciones subieron, todo en mi vida parecía tener sentido cuando estaba con ella.

Estábamos a punto de cumplir un año de novios, pero Christina estaba cada vez más distante conmigo, tal vez ya no me amaba de la misma forma o yo había cambiado mi forma de ser con ella y ya no estaba feliz a mi lado. Pero no podía perderla.

El día de nuestro aniversario decidí preparar algo especial, todo estaba perfectamente planeado, comenzar con una cena, poner música, bailar un rato, ver una película, que se quedara a dormir en mi casa y cerrar la noche perfecta. Pero al parecer el vino que serví en la cena me pegó más rápido y más fuerte de lo que pensé, lo único que recuerdo es despertar solo en mi cama, con la casa perfectamente recogida y completamente solo. Christina no contestaba mis llamadas o mensajes, esperaba verla en la escuela al día siguiente, pero ya nunca regresó a la universidad, no se dio de baja, no le avisó a ninguno de sus amigos, simplemente desapareció; y así como fue mi primer amor, fue mi primer corazón roto.

Andrés Saenz (14 de abril de 2002–4 de julio de 2005)

Andrés era uno de los mejores amigos de Christina, siempre estábamos juntos, salía con nosotros al cine, a comer, a fiestas, a donde fuéramos Andrés siempre nos acompañaba; por obvias razones se volvió muy buen amigo mío.

Después de la desaparición de Christina, nos volvimos aún más cercanos, se convirtió en mi mejor amigo, casi mi hermano; se quedaba casi todos los días en mi casa, ya parecía que vivíamos juntos, de hecho, había veces que olvidábamos que nuestra amistad se había dado gracias a ella. Parecía que nos conocíamos de toda la vida, logró llenar el vacío que me había dejado mi primer corazón roto.

Andrés siempre estuvo para mí, en mis peores y mejores momentos, pero a mediados de 2004 comenzó a salir con una niña llamada Sofía, me alegraba mucho ver a mi mejor amigo tan feliz con alguien que lo supiera apreciar y que lo apoyara en todas sus decisiones, pero él ya no tenía tiempo para mí, ya casi no iba a visitarme, en la escuela se la pasaba con su novia.

En 2005 fue nuestra graduación, Andrés y yo teníamos un acuerdo, al terminar la carrera se iría a vivir conmigo, comenzaríamos a trabajar y a ahorrar, para poder comprar una casa más grande; pero a los seis meses de terminar la carrera, le propuso matrimonio a Sofia y todos nuestros planes se fueron a la basura. Claramente estaba feliz por mi amigo, pero también me dolía que ya no lo fuera a tener a mi lado.

Después de anunciar su compromiso, me invitó a un bar para festejar juntos y que recordáramos nuestros mejores momentos en la universidad, las fiestas, las crudas, físicas y morales, las desveladas haciendo proyectos, en fin, todo lo que dio inicio a nuestra amistad. Esa noche recorrimos todos los bares que nos fueran posibles, todo era como en los viejos tiempos, la pasamos tan bien que no recuerdo la mitad de la noche, sólo haber amanecido en un hotel del otro lado de la ciudad sin rastro de él.

En el momento, pensé que había regresado con su prometida a su casa, pero no supe nada en meses, no contestaba mis llamadas, tampoco mis mensajes, lo fui a buscar a su casa, a casa de Sofía, incluso al departamento que habían rentado juntos, pero jamás los encontré. Tal vez tenían planeado irse juntos y no regresar, y esa última salida fue nuestra despedida.

Mariana Rojas (31 de octubre de 2005–10 de febrero de 2006)

Me di cuenta de que ya no había nada en Monterrey que me interesara, ya que el plan de vida que había formado con Andrés se había desmoronado cuando él desapareció de mi vida, así que decidí regresar a la Ciudad de México, para estar más cerca de mi familia.

Después de un par de meses conseguí un trabajo muy bueno, me compré un departamento, un carro, incluso un perro, había logrado rehacer mi vida sin mayor problema. Para el 31 de octubre, decidí hacer una fiesta en mi departamento, con mis compañeros de trabajo, pero lo dejé como invitación abierta, si alguno de ellos quería llevar amigos suyos externos a la oficina, no había problema alguno.

Agradecí dejar la invitación abierta, Daniel, uno de mis compañeros de trabajo llevó a su novia, Mariana Rojas, una mujer impresionante, era capaz de robarle el aliento a cualquiera que se cruzara en su camino. Esa misma noche abusó del alcohol y decidí hacerme cargo, él debía llevarla a su casa y después irse a la suya, pero para evitar accidentes, los llevé a ambos en mi coche. Primero decidí llevarlo y después a ella, en camino a su casa, comenzamos a hablar y nos dimos cuenta de que teníamos mucho en común, nos gustaban los mismos libros, las mismas series, las mismas películas, la misma comida, incluso nuestras fechas de cumpleaños eran cercanas; esa noche nos quedamos afuera de su casa hablando por horas, no me había sentido de esa forma con alguien desde Christina.

Después de esa noche Mariana y yo hablábamos todos los días, comencé a tener sentimientos fuertes hacia ella, creo que se podría decir que me estaba empezando a enamorar, pero no podía hacerlo, ya que seguía siendo novia de Daniel.

Un día, estaba en mi casa leyendo uno de mis libros favoritos El silencio de los inocentes, cuando alguien tocó el timbre, abrí la puerta, era Mariana con una enorme sonrisa en el rostro, llegó con la noticia de que había terminado a Daniel, me dijo que no podía seguir fingiendo que amaba a una persona, estando enamorada de alguien más, se abalanzó a mis brazos y me dio el beso más apasionado que jamás me habían dado.

Por fin, después de tantos años había encontrado a alguien que me amara y que me correspondiera, pero la felicidad no duró mucho; rápidamente se corrió el rumor en la oficina de que Mariana había terminado con él para estar conmigo. A los pocos días llego Daniel a mi casa, queriendo pelear conmigo por haberle quitado al amor de su vida, intenté tranquilizarlo y hablarlo, pero me soltó un golpe directo en la mandíbula que me noqueó instantáneamente, perdí el conocimiento; solo recuerdo haber despertado en un hospital con vendas en los puños, curaciones en una ceja y sangre en toda mi ropa.

Enseguida pregunté por Daniel, qué le había pasado, dónde estaba, no entendía nada de la situación, de pronto volteé hacia mi derecha y a lo lejos, veía la silueta de Mariana hablando con un policía; al ver que me había despertado, los dos se acercaron a mi cama y comenzaron a hacerme preguntas sin sentido: ¿Dónde está Daniel? ¿Qué le hiciste a Daniel? ¿Cómo llegaste al hospital?

Pero no podía responder nada, no tenía idea de qué había pasado, el doctor se acercó al policía y le dijo que me dejara en paz, que no podía contestar preguntas en el estado en que me encontraba. El policía se alejo y Mariana se quedó a mi lado, sólo sosteniendo mi mano.

Después de un par de días, me dieron de alta. Me llevó a mi casa, se encargó de mis cuidados, no se separaba de mí en ningún momento; hasta que un día, al llevarme el desayuno se acercó y me comenzó a hacer todas las preguntas que me había hecho el policía en el hospital, mi cabeza comenzó a dar vueltas, podía sentir el latido de mi corazón en la garganta, mi vista comenzó a nublarse poco a poco, hasta que vi completamente negro. Perdí el conocimiento, desperté de nuevo en mi cama, Mariana ya no estaba, no supe cuánto tiempo perdí el conocimiento, pero mis heridas estaban mejor, ya no tenía vendadas las manos y todo estaba en perfecto orden.

Tal vez le había dicho algo a Mariana antes de perder el conocimiento y había decidido dejarme, también intenté llamarla varias veces, pero jamás me contestó, no la quise buscar, para respetar su decisión de dejarme y ya no molestarla más. Justo cuatro días antes de nuestro primer San Valentín juntos, también desapareció de mi vida.

Ahora conocen mi lado de la historia, nunca quise alejar a estas personas de mi lado, todas significaban mucho para mí, a cada una la amé de diferente forma, pero por algún motivo decidieron esfumarse de mi vida y nunca volver a saber nada de mí.

Libreta encontrada en la celda de Alexander Black (1981–2006).

Paciente del área de psiquiatría del Penal de Alta Seguridad para Enfermos Mentales.

Padecimiento: trastorno de identidad disociativo (desorden de personalidad múltiple)

Motivo de muerte: suicidio.