La distancia

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Para muchos, el hecho de abrir los ojos por la mañana nos implica un sentido de realidad que no siempre estamos dispuestos a perder. Los sentidos se abren, a veces se acurrucan entre las sábanas y los edredones, y por momentos, suelen perderse en la contemplación del techo del departamento. No hay música alrededor, a menos que los vecinos domingueros hayan decidido emplear el tiempo de las primeras horas de la mañana en cultivar el oído un poco zafio de aquellos que no soportan estar más segundos en el lecho.

 

Sin embargo, lo general es no escuchar ruido. No pretender oír los sonidos de la distancia, de la ciudad que entran por los cristales con la misma insonoridad de aquellos gritos artesanales que ofrecen el pan, la leche, el queso y hasta los tamales mañaneros. A cada día, dicen mis vecinos, le corresponde un oficio más, pero esto se ha ido perdiendo en la fortaleza que hemos construido a nuestro alrededor, creando así una distancia mayor, un alejamiento que en muchas ocasiones no nos permite distinguir lo real de lo inventado.

 

Sin embargo, y a pesar de la distancia que me separa de muchas cosas, hay momentos que no se pueden intercambiar en la forma en que la vida nos incrementa la fuerza del día.

 

Sonidos extraños que suelen aparecer apenas amanece y nos dejan atónitos, asombrados ante la vivacidad de quien lo interpreta. He visto gatos alelados junto a la barda de la casa vecina. Perros que miran (si pudiera interpretar su mirada intensa como asombro humano así lo diría) fijamente hacia donde una flor apenas ha abierto sus pétalos.

 

No entiendo, me he dicho muchas veces, qué demonios pasa en la cabeza de los chicos cuando se despiertan sin apresuramientos y lo primero que hacen es jalar el celular, abrir sus redes sociales y escribir que han amanecido cansados de tanto dormir. ¿Será que ya no nos entendemos entre sí y es la distancia de las cosas mínimas la que nos deja fríos ante cualquier espectáculo natural?

 

Hay días en que esa pregunta se agolpa en mi cabeza y continúa todo el día sin una respuesta lógica. Quizá por eso, cuando el concepto de la distancia entre en mis sentidos, siempre interpongo al común para no sentir el frío de la sociedad y quedarme a salvo entre las paredes de este aislamiento que siento cada día.

 

Ah, por cierto, no es la pandemia la que me pone así. Desde hace mucho he descubierto que a nuestras generaciones más recientes les viene valiendo poco lo que sucede a su alrededor y sólo los nostálgicos y poco avezados oteadores del entorno sabemos distinguir la distancia que nos separa de todo, de los demás, de aquello que ahora ya está lejos de nuestros dedos.