Lo funcional

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Hace mucho tiempo, en una reunión de café con Hugo Gutiérrez Vega en Querétaro, decía que los escritores tenían miedo a nombrar las cosas por su nombre. No se atrevían a hablar de las calles de su ciudad con el injustificado asunto de la universalidad de la literatura. La literatura es universal por sí misma y no por el hecho de hacer general aquello que es funcional para el habitante común de la tierra, recuerdo que dijo algo así.

 

Su plática a veces se enfrentaba con los pensamientos de Salvador Alcocer, aunque José Luis Sierra insistía que para hablar de los lugares de una ciudad no era necesario referirse con su nombre común, sino con el nombre que a final de cuentas es el propio de cada uno. Y José Luis fue uno de los que constantemente mencionaba en su obra las calles estrechas del barrio de San Sebastián en Querétaro, donde por cierto vivió casi toda su vida Alcocer.

 

Al paso de los años, la ciudad se ha convertido en un lugar de sitios funcionales. Nada fuera de lo común, nada extraordinario, nada realmente impresionante. Y entonces coincido con la premisa de que los lugares de una ciudad no deben nombrarse por el lugar común sino por el nombre propio de quien la vive.

 

Es cierto que las grandes obras de la literatura describen las ciudades con nombre y apellido, sitios en donde un personaje se sienta a reflexionar y piensa aquello que lo convierte en inmortal, lo que el hombre común pervive sin fijarse en lo no normal, en lo que hace a una ciudad un sitio para vivir.

 

Por eso me gusta caminar. Y me gusta perder la noción del tiempo y la visión de la gente a mi alrededor. Nada veo que no me interese. Nada distingo que no valga la pena observar. Es decir, convierto lo funcional en algo que existe exclusivamente para mí.

 

La ciudad se ha convertido en el sitio en donde aquello que nadie percibe es necesariamente una parte de la percepción natural. A muchos de los que asisten a mis talleres les insisto en la práctica sana de recorrer a pie el lugar en donde viven, de fijarse en lo que está ahí, quieto, a veces sin vida aparente, a veces simplemente por el hecho de estar ahí para nosotros.

 

Lo funcional no es lo importante, lo funcional no es lo vital. Aunque la sociedad moderna insista en ello. Lo funcional es un objeto que estorba la visión de un atardecer, el auto ruidoso que circula sin control por las avenidas y es un peligro constante para quienes buscamos aquello que no está implícito en el paisaje.