POR QUÉ NO SOMOS CAPACES DE PERCIBIR NUESTRO OLOR CORPORAL

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Los perfumes y olores que apreciamos son parte de nuestra percepción del mundo. Cada uno tiene su propia personalidad, así como cada persona tiene su propio olor corporal, natural y libre de las fragancias sintéticas que nos acicalan.

Este olor viene determinado por la dieta, la edad, el estado hormonal, la presencia de parásitos y factores genéticos. No hay dos personas en el mundo que huelan igual. El sistema olfativo es uno de los mejores detectores del mundo, la nariz nos ayuda a percibir rápidamente olores nuevos y extraños, pero se cansa rápido. Con el tiempo, el cerebro empieza a filtrar como información inútil los olores habituales recogidos por ésta.

Es posible que los detectores olfativos sensibles a unos olores determinados se vayan apagando hasta morir, para luego ser reemplazados para que el olor pueda ser detectado de nuevo. Eso ocurre cada pocas semanas y sin ese ciclo de regeneración probablemente no podríamos oler mucho de nada. Estamos bombardeados constantemente por todo tipo de olores, si los receptores no se regeneraran, todos seríamos anósmicos [incapaces de oler] al cumplir un año de edad.

Ésta, por tanto, es también la explicación de por qué no podemos oler nuestro propio olor corporal. Incluso cambiando nuestra rutina de higiene personal, nos acostumbraríamos a los nuevos olores con bastante rapidez y, puesto que no podemos alejarnos de nuestro cuerpo, no hay forma de que la nariz recupere su sensibilidad. Así que para conocerlo sólo podemos confiar en la opinión de otra persona.

Sin embargo, un grupo de biólogos alemanes ha podido demostrar, mediante el análisis de imágenes de resonancia magnética funcional, que nuestro cerebro reconoce el olor de su propio cuerpo, distinguiéndole entre los de otras personas. Esto ocurre gracias al complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), una combinación única de proteínas similar a la que usan los animales para reconocer a sus parejas.

Los péptidos del complejo CMH se encuentran en la superficie de casi todas las células del cuerpo y sirven para que nuestro sistema inmunológico las diferencie de las células de los organismos patógenos.

Las partes sensibles de la nariz, las que recolectan los olores, no son voluntarias, sino que funcionan de forma constante y continua, y luego envían al cerebro el resultado de su trabajo. El cerebro eclipsa el olor personal, ya conocido, para dar prioridad a la información más importante para nuestra seguridad, relacionada con lo que ocurre ahí fuera.

Se trata de un fenómeno de habituación. La nariz sigue advirtiendo nuestro olor natural, pero no procesa la información, ya que, una vez identificado, prefiere centrar sus esfuerzos hacia nuevos estímulos olfativos. El nervio olfatorio, además, se cansa con facilidad y para evitar de procesar un número excesivo de informaciones, decide eliminar algunas, o, mejor dicho, no considerarlas.

Por la misma razón, cuando entramos en un ambiente que huele mal, tras pasar unos minutos de incomodidad, acabamos sin notar casi nada y lo mismo sucede también con una colonia, que después de años de uso, nos parece más suave, cuando en realidad puede que estemos infestando el ambiente.