PREFACIO

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Mi pasión por Jorge Luis Borges, argentino de nacimiento, pero escritor universal en todos los sentidos, me obliga a leerle y dedicarme a escribir estos artículos con el afecto y respeto que merece el citado ciudadano de una ciudad emblemática como Buenos Aires.

 

En mis manos está el libro: Inquisiciones / Otras inquisiciones, y me resulta un reencuentro con quien hace pocos años lo tenía semana tras semana recordándolo, pues escribía para mi amigo, el periodista Eleazar Flores, una columna que titulé Borges en el diván, una osadía que me llevó a escribir más de 150 artículos sobre Jorge Luis. Pasión y respeto desde el inicio, aunque mi columna fuera tan audaz y quizá ingenua.

 

Ahora, en este espacio que me apoya Guillermo Garduño, con quien hice un largo caminar en artículos que salían particularmente con el nombre de: Némesis Pedagógica, título tomado en préstamo de un maestro que es extrañado con gran dolor por el que esto escribe, me refiero al genio y sabio Ivan Ilich, polaco de nacimiento, pero venido a radicar a México, a Cuernavaca, precisamente donde fundó el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) famosísimo en las décadas 60, 70 y 80 del siglo pasado. Su libro Némesis Médica, me llevó al titulo arriba referido.

 

Mi tarea en este tiempo de pandemias que tanto dolor han causado a la humanidad, escribo del COVID 19, Coronavirus, me lleva en este encierro necesario y forzoso, a recuperar mi cariño y estudio por Jorge Luis, quien ciertamente es un escritor para escritores, y en eso radica su fama y su difícil lectura. Pero debo decir que es un escritor que desde muy joven fue predestinado para ser lo que es: literato al cien por ciento. Ejemplo de lo que debe ser un escritor cuando en verdad busca serlo por encima de riquezas o fama.

 

Así, que tomando prestada la palabra Inquisiciones he de sacar esta columna, siempre desde el respeto que, insisto, le debo a quien invidente desde principios de los cincuenta del siglo pasado, pudo realizar una obra asombrosa por sus aportaciones: imaginación, sabiduría, dominio del lenguaje, conocimiento del español, pero también de otros como el inglés, que fuera su segunda lengua por herencia familiar.

 

En mi escritorio, pues, está este libro, publicado en 2013 por Debolsillo, reúne dos tiempos, y cito: ¡Veinticinco años: una haraganería aplicada a las letras! Yo no sé si hay literatura, pero yo sé que el barajar esa disciplina posible es una urgencia de mi ser. Leer cada artículo o pequeños ensayos —en tan pocas palabras— me deja asombrado. Pero más me deja el encontrar en estos escritos una cantidad de textos poéticos, que me obliga a reconocer en esa capacidad que Borges o nuestro Alfonso Reyes hicieron, el intercalar los géneros literarios aportando a la literatura nuevos rostros, nuevas vías para aquellos que en verdad se preparan para ser buenos y complejos escritores.

 

Leo a Borges con deleite: Salvo el ambiente del Quijote, del Fausto criollo y hasta de tu próximo libro (si eres autor) nada conozco que sea digno de una inmortalidad de renombre. Sólo hay éxitos de amistad, de intriga, de fatalismo. Y con su humildad, termina diciendo: Ojalá este libro obtenga uno de ellos. Esta recuperación de sus textos publicados en diversas revistas, en esa tarea que le llevó a escribir cientos de artículos con un desprendimiento que sorprende cuando se empieza a reunir su obra publicada. Miles de páginas, para alguien que como Alfonso Reyes decían que no era bueno publicar así nada más por que sí.

 

Y comienzo la lectura de sus personajes y disquisiciones sobre temas tan diversos y ricos en su lenguaje. Él alaba al escritor irlandés, James Joyce, al estudiar su novela que le hizo inmortal Ulises, con su enorme capacidad de investigador Borges nos dice que a la lengua inglesa Joyce aporta nuevas palabras. Por eso es que nos resulta difícil de leer las cientos de páginas que hablan de Irlanda y personajes que se mueven en Dublín en un solo día. Dos o tres veces he tomado esta novela y ciertamente me ha costado mucho el seguir página por página la riqueza de que está formada. Y al leer a Borges explicando a Joyce y a su novela me resulta de una ayuda necesaria.

 

Pero regreso al tema de lo que aportan los poetas y los escritores de todos los géneros literarios, pues son los autores, los verdaderos escritores, los que enriquecen el lenguaje que alguna vez solamente fuera gruñidos en los primeros hombres que poblaron este mundo tan sufrido. Inicia en el prefacio, que no le resultan gratos dichos prefacios, pues es donde señala Borges, es la parte donde el escritor es menos escritor. Pero bueno, cito al argentino en su texto sobre Diego de Torres Villarroel, escritor de aquellos tiempos que finalizaban el siglo de oro español pues nació en 1693 y murió en 1770.

 

Dice nuestro admirado y muy amado Borges: Quiero puntualizar la vida y la pluma de Torres Villarroel, hermano de nosotros en Quevedo y en el amor de la metáfora. Nacido en Salamanca, ciudad española, del poderoso imperio por aquellos años que nos recuerda de la grandeza que España tenía, en sus posesiones de tierras y en la riqueza de su lenguaje, que fue el oro que regaron por sus posesiones a través de la palabra: sus escritores fueron por ello parte de esta grandeza que nos hizo a nosotros en América Latina herederos de lo bueno, aunque con sus latrocinios nos hayan robado todo tipo de riqueza en oro y plata, en esclavitud y servidumbre.

 

Cuenta de la vida de Diego de Torres, adolescente travieso y pendenciero, vagabundo a muy joven edad. Cuando uno lee estos pasos de quienes han dejado huella en su transitar por la tierra, se aprende e ver que, para nada la vida les fue grata, llena de lisonjas y nulas tristezas. Al contrario, todo escritor brillante como decía en la FIL de Guadalajara el poeta español Antonio Gamoneda, si nace de la pobreza es un hombre o mujer que han de traer el alma del pueblo en sus poemas o sus narraciones.

 

Tal es el caso de Torres Villarroel, y eso lo significa Borges en su recorrido presuroso por el tipo de vida que tuvo: Volvió a su casa y aprovechó un atardecer para escaparse de ella y de la medianía y encaminarse campo afuera, rumbo al Oeste. Alcanzó tierra lusitana y sucesivamente fue en ella aprendiz de ermitaño, curandero, maestro de danza, soldado y finalmente desertor. Borges el indagador de los tiempos en la literatura, el que recupera a aquellos personajes que al quedar en el olvido, sus enseñanzas también se abandonan injustamente. El argentino tiene en su haber, entre muchos, precisamente este tipo de personajes que son importantes sin duda.