Procesos de duelo en familiares De víctimas de desaparición forzada

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Como pérdida o separación súbita e inesperada de un ser querido, la reacción ante la desaparición forzada suele definirse como duelo, proceso en el cual los familiares no sólo enfrentan una serie de etapas, como lo haríamos ante una muerte natural, sino que además la impunidad, el terror, el miedo, la mentira, la incertidumbre, el silencio, el olvido, el ocultamiento, la tortura y la violación de todo derecho humano, que rondan a ésta y posible muerte de la víctima, dificultan su recuperación.

 

Ya no es nada más una perdida repentina, una agonía dolorosa o una muerte traumática, es la soledad angustiosa, el espacio clandestino, la detención injusta, ilegitima, ilegal, el encubrimiento del victimario, la transgresión del derecho y la furtividad del hecho.

 

La desaparición es sinónimo de ocultamiento, de silencio, de no existencia, de miedo, de olvido, de intimidación, de ruptura del tejido social. Es la destrucción de un proyecto de vida, no del desaparecido, sino también de quienes lo rodean. La desaparición es un gran NO: se niega la información, no existió en el lugar donde se decía estaba, no hubo participación del Estado, porque las desapariciones se realizan al margen de la ley, no hay culpables, no se reconoce un arresto, no se reconoce una detención, no existe un nombre, no existe un cuerpo, no hay una tumba, no hay rastro, no se está vivo, no se ha muerto, no hay DESAPARICIÓN.

 

Ser un desaparecido es tener el calificativo grande de revolucionario, antiimperialista, comunista, subversivo y hasta delincuente. Es no tener derecho a un juicio justo, a un nombre propio, a una ideología de lucha. Pero ser familiar del desaparecido es ser amenaza, peligro, soledad; es no tener derecho a buscar, a esperar, a soñar, a hablar, a sentir dolor por una perdida, por una muerte, porque el desaparecido no existe, no vive, no es.

 

El desaparecido simboliza la no vida, por que estar vivos es existir, es llamarse, es ser hombre o mujer, es ser joven o viejo, es poder ser abrazado, besado, tocado, es tener el derecho a comer, dormir, pensar, oponerse. El desaparecido se desvanece en la clandestinidad, en la tortura, en el ocultamiento, en la impunidad y la desaparición desmiente el dolor de un hogar donde se respiraba calor, calor de familia.

 

Sin embargo, el desaparecido corre buscando la muerte, porque sabe que su opción de vida, su opción política, su opción ideológica ataca la injusticia y la inequidad de un orden establecido, e ir en contra, es no estar a favor, no someterse, es crear, es transformar, es decir no a la barbarie, a la pobreza, al desequilibrio, a la muerte y el Estado necesita controlar, someter, imponer, sin importar el precio que se deba pagar para lograr la obediencia, y sin embargo, la represión ataca individuos concretos.

 

Etapa I: Incertidumbre y Búsqueda

 

Enterados de la muerte de un ser querido, el proceso de duelo suele comenzar protegiéndonos a nosotros mismos del dolor que produce cualquier pérdida significativa. En primer lugar porque el noventa por ciento de las muertes no se anuncian y en segundo lugar porque es difícil concebir un mundo en ausencia de la persona que falleció. Este estado de adormecimiento nos permite entender poco a poco el significado que traerá para nuestras vidas el habernos separado de alguien a quien amábamos y saber que dicha separación es definitiva, pues nada ni nadie nos devolverá la vida de aquella persona.

 

 

Etapa II: Confrontación

 

Confrontar es ante duelos normales aceptar la realidad de que no volveremos a ver a la persona que falleció. Pero la violencia no es un hecho fácil de comprender, sus consecuencias modifican y perturban el ritmo normal de nuestra vida, no en uno sino en todos sus aspectos: familia, economía, sociedad, trabajo, roles, sentimientos, estado de salud y vida religiosa.

 

Las personas enfrentadas a pérdidas violentas y traumáticas piensan que una vez iniciado el proceso de duelo éste nunca finalizara, llegando en algunos casos a negarse la aparición del mismo. Estar en duelo es tener el alma vestida de negro, es tener el cuerpo cubierto de dolor y dolor, miedo y ruptura es lo que busca el perpetrador producir, por eso estar de luto es decir si a la muerte y la familia puede resistirse a este dolor no por la tristeza que produce el decir adiós, sino por negarle la victoria al verdugo.

 

 

Etapa III Afrontamiento y recuperación

 

Después de soportar tanto dolor, la ironía, el humor, el grupo de apoyo, la denuncia constante, el trabajo por los otros y por ellos mismos, el arte, se convierten en su forma de enfrentar una cruel realidad, es la manera de adaptarse, de aprender a vivir con el dolor, con la piedra en el zapato, pero como ellos mismos lo dicen: El dolor de violencia nunca se cura.

 

 

  1. EL PAPEL DEL PSICOLOGO: INTERVENCIÓN A PARTIR DEL OTRO

 

Las posibilidades de intervención surgen entonces desde las propias experiencias de vida de los familiares de las víctimas. El proceso de curación tal vez no culmine nunca, pero es posible una recuperación, pues la desaparición pretende instaurarse como un mecanismo de control y creer que nunca se sentirán mejor es decirle a las formas de barbarie que consiguieron su objetivo, es ser derrotistas. Ellos pueden lograr silenciar 90 mil personas o más, pero la lucha por buscar una vida más justa y mejor nunca finalizará, pues de las peores tragedias surgen las mayores opciones transformadoras y los más sólidos defensores de los derechos humanos.

 

A diferencia de una muerte normal, donde existe un cuerpo, un funeral y un entierro que nos permite acercarnos a la realidad de la pérdida, en la desaparición el primer paso para la recuperación es entender que ésta es consecuencia de la lucha por combatir las estructuras del Estado y la injusticia social, que más que una víctima el desaparecido es una actor más del conflicto armado que enfrenta nuestra sociedad. La desaparición no es azar ni casualidad, es producto y consecuencia, y sin embargo no por ello se sentirá menos o más dolor. Pero la búsqueda de la verdad, del por qué, abre la puerta hacia el restablecimiento de sus vidas.

 

Sumado a lo anterior se cree que llorar es sinónimo de fortaleza, se impide dar muestras de debilidad en público, aunque por dentro de nosotros todos este destruido. Olvidamos que ante injusticias y momentos duros en nuestra vida es normal llorar, sentirnos más tristes y débiles. Es importante aprender a dejar salir el dolor y todos los sentimientos que rondan la pérdida de un ser querido, incluyendo la ira, la ansiedad, la depresión y hasta la culpa.

 

Pero lo más importante de todo es asumir que el duelo es un proceso y que como tal, puede variar constantemente, algunas veces podrán sentir que enfrentan el peor momento de la vida, otras veces podrán sorprenderse sintiéndose un día mejor, algunas veces la fe aumentará, otras se debilitará, algunas veces sentirán confusión y otras paz, lo esencial es reconocer su humanidad en este proceso y su vulnerabilidad, pues ambas forman parte de lo que se es y no por ello serán menos o peor, pues la fortaleza está en la humanidad y de ella hacen parte tanto las lágrimas como las sonrisas.