Ser o no ser: Maestra

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Enseñar es aprender dos veces.

Joseph Joubert

Mis padres fueron panaderos; trabajaban mucho para los catorce hijos que fuimos y la tarea de enseñarles las cosas de la escuela no era prioridad. Ambos no fueron al colegio, no sabían leer ni escribir.

Cobré conciencia de esto cuando ingresé a la primaria y ellos mismos me fueron contando cómo es que no habían ido al instituto: lo que lograron con toda la camada  fue por la necesidad de sacarnos adelante.

Cuando mi papá me veía hacer la tarea, me decía que compraría un cuadernito para que yo le enseñara las letras y aprender a leer.

A veces regresábamos de repartir el pan y pasábamos frente al edificio de la  Escuela Normal de Señoritas,  mi madre huérfana me decía que uno de sus grandes sueños era haber entrado a esa escuela para ser maestra.  Seguramente mis seres queridos jamás se dieron cuenta del alcance de sus palabras en mí; ni yo misma.

Saliendo de la secundaria, no tuve duda de ingresar a la Normal y ser Maestra. La decepción de mis hermanos fue grande porque me convertí, para ellos, en el sueño frustrado de ser abogada. Una carga de comentarios lapidarios cayeron sobre mi decisión asestándome consignas como: ¿De maestra? Te vas a morir de hambre, Tú no tienes la paciencia para estar con los niños, Te vas a amargar con el paso de los años…

El dilema era ser o no ser maestra. Mi valladar fue la ilusión de una permanente soñadora, me conduje por las aspiraciones de todo joven ingenuo: ser profesora.

El ciclo escolar venidero cumplo treinta años de servicio y jamás sentí la pesadez del tiempo en mi labor docente. Cada curso que inicia para mí es aprender,  emocionarme, aprender de mis materias, recorrer sus contenidos; aprender de los alumnos, sentir el aroma a papel nuevo.

Cada grupo es nubio: descubrir  rostros que dan vida, seres humanos en potencia que me enseñarán algo inusitado a mi existencia. Danzar el pensamiento en la dialéctica del conocimiento.

Al final del día, salir de clases con la plenitud del disfrute, de lo vivido con ellos. Emerger del salón con el gusto de que las sentencias que me asestaron mis conocidos no fueron cumplidas.

Después de tantos años, aprendí  que,  por ser maestra no me morí de hambre, que he tenido la paciencia con las generaciones y al contrario de amargarme la vida, la docencia me ha dado plenitud y muchas satisfacciones humanas que no tienen paga. La disyuntiva de ser o no ser Maestra, se resolvió en la coyuntura del libre albedrío llamado: amor por lo que hacemos.