Síncope blanco

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Interrupción de la conciencia, crisis de pérdida del conocimiento, incapacidad para permanecer de pie, caída de más del 6%, urgencia de la economía, recesión mundial. Eso, un síncope, marearse sin saber el origen, desde la cabeza hueca, hasta la falta de equilibrio o un simple mareo.

Médicos se vuelven adivinos ante un síncope, el cuadro es típico si todas las pruebas son normales, y luego la persona se recupera espontáneamente, sin secuelas.

Eso y justamente eso, le pasa al mundo: un síncope, falta de sonido, de ritmo en la sinfonía alocada que supone la globalización. Ahora el silencio, suspensión, la pérdida de música, diálogos descompasados, supresión inesperada. Síncope blanco es el título perfecto para un cuento hispanoamericano, así como síncope azul o amarillo o negro.

Síncope del escritor, no saber qué escribir ni cómo, ser el usurpador más fehaciente del oficio más antiguo, el de observador a sueldo, eterno dibujante de las realidades humanas. No hay material compasivo que moldear y aquel que de su reclusión obtiene prolijas estatuas de mármol es un individuo peligroso por su carácter de semidios o extraterreste.

Las rutinas ya no existen, sólo para los extremadamente ordenados con agendas de filo  de oro y computadores serviciales que les cantan al oído la hora de escribir el renglón acertado en el momento oportuno. Querer o no poder, esa es la cuestión. Benditos los encuarentenados porque de ellos es el reino de la tranquilidad, afuera hay una jungla nanoscópica y econométrica de la que simios muy poderosos se quieren apropiar.

Adentro, las palabras se comprimen, duelen, sordas no acuden al llamado de la hoja en blanco, y no tiene importancia, el fuego seguirá ardiendo en las plumas flamantes de los verdaderos artistas del lenguaje, aquellos que deambulan entre el sueño y la vigilia, el salvajismo y la civilización, la luz y la sombra.

Todo lo demás, sólo es estadística.