500 AÑOS MÁS
El concepto de hogar resulta difícil definir con el corazón. Contamos con credenciales y documentos oficiales que pudieran ayudar, pero el ser humano suele ser tan testarudo, que, aún contando con un papel escrito, solicita ayuda a la memoria para obtener el gentilicio de su propia historia.
Toluca es la ciudad donde nací y he vivido casi toda mi existencia. Si bien mis padres provienen de otras partes del país, cuando miro al cielo y observo las formas caprichosas que se hacen entren las nubes o mantengo la mirada en el firmamento y encuentro la silueta de un volcán, entiendo que Toluca también es mi hogar. Y en la geografía poética de la vida, la imagino como la más cercana al cielo mexicano y, de hecho, a mi corazón.
A ciencia cierta, y marcando lejanía a los discursos políticos, no se tiene claro cuándo fue fundada la ciudad de Toluca. Parte del enigma se encuentra en el debate, o yo me atrevería a llamar reticencia, para reconocer el pasado humilde de la que hoy es una de las ciudades más importantes del país. Toluca comenzó como una villa y su posible título de ciudad sería otorgado ya en los últimos años de la historia novohispana. Donde ya queda constancia de su rango además de convertirse en la capital de la Entidad, en el año de 1830. Y es justo, a partir de entonces, y a veces contracorriente de los vaivenes de la historia, que Toluca evolucionaría hasta llegar a un presente de 48 delegaciones y casi un millón de habitantes, además de ser un epicentro industrial y sede de una de las universidades públicas más destacadas en México. En esta retrospectiva, el tener un pasado humilde nos habla de la entereza y trabajo que caracteriza al valle del frío eterno, y su posibilidad constante de salir adelante.
En 1524, se instaló en la cercanía de lo que hoy es Toluca, la primera hacienda ganadera del país; mientras que, en 1529, el valle aparece en la geografía política del virreinato con la delimitación del famoso Marquesado del Valle de Oaxaca, es decir, la porción de tierras que la Corona Española había entregado a Hernán Cortés y sus descendientes, en recompensa por la conquista de las tierras americanas. Sin embargo, existió el encuentro indígena-español durante la guerra y expediciones a la caída de México Tenochtitlan, que llevan a la reflexión de la posibilidad de un poblado mestizo entre 1520 y 1523. Posteriormente, iniciada la evangelización de los territorios conquistados, los franciscanos llegaron al valle y a la población se le conoció como San José de Toluca, nombre con el que aparecería en diversos documentos de los siglos XVII y XVIII; y que, en la añoranza católica de la ciudad, mantendría el 19 de marzo como la fiesta patronal de Toluca.
Pero incluso antes de esta cuenta, la presencia de población en el valle de Toluca data de más de un milenio atrás, aunque sólo quede en piedra y tradición de ello, la herencia matlatzinca y otomí. Esto se debió, y también, actualmente es la razón principal, a la riqueza en recursos proporcionados por el volcán que protege al valle: el Nevado de Toluca. Fábrica natural de agua y detonador de riqueza biológica, su silueta es el anuncio de que los toluqueños nos encontramos en casa. Ya casi no está nevado, dirían nuestros abuelos o nosotros mismos, quienes nos hemos acostumbrado a verlo desnudo la mayor parte del tiempo.
En la licencia de una vida diferente a la actual, recuerdo a una pequeña niña mirando al Xinantécatl desde la ventana de su escuela, cubierto de blanco, preguntándose a qué sabría la nieve. Hoy, esa niña, cuando termina sus periplos de viajes, siempre vuelve la mirada, no para preguntar a qué sabe la nieve, sino para saber si ella aún sigue en lo recóndito del cráter.
Toluca es una tierra de migrantes y con ello me consuelo en mi historia personal. Mis padres, muy jóvenes, llegaron para trabajar y estudiar, con la ventajosa distancia de estar cerca de la Ciudad de México. Aquí se conocieron y así nació mi hogar. Como ellos, muchos hombres y mujeres decidieron hacer de Toluca parte de su familia. Pienso, por ejemplo, en aquel joven europeo de nombre Santiago quien, guiado por la brújula de su destino, llegó a esta tierra y creó un pequeño taller artesanal que se convertiría en la cervecería más importante del centro de México, al nacer el siglo XX. Y como él, españoles, franceses, libaneses y también otros mexicanos, ya sea por su clima, la neblina que embriaga por la mañana, o la imagen invernal de los atardeceres, cuya fina lluvia coqueteara con convertirse en copos de nieve, emprendieron negocios o participaron en la vida política afinando no nada más su brújula sino de todos los tolucanos.
Son muchos los detractores de Toluca, tristemente, la mayoría de ellos viven con ella. Existe una bella narración del siglo XIX que la describe como una mujer joven bonita y sencilla, y de ahí, el tan discutido Toluca, la Bella. ¿Dónde se encuentra su belleza entre los edificios de alturas desordenadas y casas antiguas sacrificadas en estacionamientos? Sonrío y pienso en esa dama, tímida, que ha envejecido con el tiempo, pero cuya belleza radica justo en la madurez de su trazo. Si no existe beldad en su historia que se niega a ser derrumbada, su cocina que sobrevive en alacenas y portales; sus tradiciones que pintan de color las calaveras, o más allá, en ese cielo etéreo que abraza el horizonte, no sé donde pueda habitar entonces el concepto de hermosura.
Hoy, a un día de cumplir, o no cumplir, medio milenio de fundación, Toluca se encuentra presente. Con tal riqueza histórica que propicia el debate y aviva el espíritu en el tejido de la identidad. Pero, no se trata de mirar el pasado, sino de direccionar esa brújula al presente para construir el futuro. De nada sirve debatir la Historia, si no somos capaces de continuar su escritura. No creo que sean 500 años de vida, más bien, quiero pensar que son 500 años más: mirando al infinito de los instantes eternos, desde el cerro del Toloche y la poética vida hilvanada, al encontrarnos lo más cerca del cielo mexicano y de nuestro corazón; teniendo la certeza de que estamos, sí, en casa.