HISTERECTOMÍA

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Una histerectomía es un poema escrito con dolor y nostalgia, interpretado por una mujer que sobrevive y se reinventa. Un poema que lleva –de fondo– la música áspera de la hemorragia, el cansancio que se vuelve un idioma, los desmayos que amenazan con borrarlo todo. Y aquella sentencia del galeno que cae como un veredicto definitivo…

En la superficie, el miedo, abre grietas; el desconcierto, desordena; la tristeza, pregunta; las certidumbres, guardan silencio. Pero mucho más adentro, donde la vida hace nido, permanece una verdad que no cede: una mujer no deja de ser vida por perder un órgano, que sigue sintiendo, soñando, vibrando, creando futuro. Una mujer nunca está vacía cuando sabe habitarse, cuando se zurce las heridas hasta encontrar la compostura del alma.

Y aun así, hay días en que el corazón quiere salirse por la boca, en que todo es cansancio. Días en que mantenerse de pie duele más que la herida misma. Pero una respira hondo, deja que la marea suba y baje sin romper el vaso que la contiene.

Descubre que esa compostura no vive en el rostro, sino en la voz que se mantiene firme; en las palabras que se doblan sin quebrarse.

La curiosa sociedad juzga y pregunta, como si el cuerpo ajeno fuera un expediente público. Respondo con la voz entera: No, la histerectomía no me veda la dignidad de sentir.

Porque sentir no es privilegio de nadie, sino derecho de todos, aunque a veces duela con la fuerza de lo irreparable. Nos enseñaron a callar, a contener, a fingir estar bien incluso cuando el alma se nos desploma. Pero la dignidad de sentir consiste en no pedir disculpas por tener corazón; en mirar la herida sin bajar la mirada; en reconocer la ternura, sin esconderla detrás de una máscara de coraje. Sólo lo que se nombra puede empezar a sanar.

Al final, recuerda que sigues viva. Y que eso, por sí mismo, ya es un milagro; que la alegría de otros no quiebre la tuya. Que tu propia luz, aunque titilante, siga escribiendo el poema que aún eres.