Acto de fe hoy y siempre

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20 de mayo, día del psicólogo. No así de la psicología. Yo, particularmente, hace más de tres años que no la ejerzo formalmente. Escribir esto es doloroso, la psicología me cambió la vida. Creo que de su mano, se puede encontrar la luz. Mejor dicho, certezas. El problema es ese, la psicología se ha convertido en un acto de fe y eso no es tan bueno como suena. Hay una severa crisis en la psicología de este país que no le interesa ni siquiera a su propio gremio. Grave asunto.

A ocho años de haber egresado del bien ponderado Instituto Universitario del Estado de México, debo decir que me ha tocado involucrarme en muchas de sus ramas y que he interactuado con muchos profesionales de la salud mental, y gente, el panorama no es alentador.

En los últimos años son cada vez más recurrentes y comienzan a tener más eco los comentarios de la comunidad científica e intelectual respecto a que la psicología no existe. Justo como los ateos cuestionan la existencia de Dios. Pero de nuevo, esto no es un acto de fe, así que alejemos las espantosas pasiones de este asunto. Partamos por ahí.

La psicología, como todas las ciencias de la salud, es relativamente nueva, es decir, no llevan tanto tiempo al servicio de la humanidad. En ese sentido, si la medicina que resulta más urgente, sigue basada en medievalismos como el envenenamiento y la mutilación para curar ciertas enfermedades, qué se puede esperar de algo que no es siquiera tangible.

Esto resulta provocador, pero parece que da lo mismo estudiar psicología que chamanismo o astrología. En ambos lados, se ejerce el mito por encima del conocimiento. Tal vez sea mucha mi mala suerte, pero me parece recurrente que los estudiantes de psicología equiparen en redes sociales su carrera con el poder que ejercen los astros sobre la conducta. Eso es preocupante. Sin ir más lejos, hay que ver con pena cómo las lecturas de manos o salas de tarot tienen más clientes que el consultorio de un psicólogo o psiquiatra. Es entonces cuando se nos hunde el barquito de papel en la tina de agua.

Hay que entender tres momentos importantes para la psicología: la era filosófica, conformada por los pensadores griegos, aquella en que era meramente el estudio del alma, pues se creía que era ésta la que dictaba la conducta. El segundo, cuando se crea el primer laboratorio en psicología de la mano de Wundt. Dejemos el tercero para más tarde.

Retomando el asunto de la medicina, antes del descubrimiento de la penicilina, más del 90% de niños contagiados con meningitis bacteriana fallecían. Hoy, ese valioso medicamento está al alcance de la mano por 50 pesos en cualquier farmacia. Esa tecnología nos ha salvado la vida en más una vez por una módica cantidad de dinero.

Lo mismo debería suceder en el terreno de la psicología, desgraciadamente el estudio de ella sólo nos ha servido para echar abajo antiguos mitos que solo han acarreado problemas. Veamos, hasta hace unos años era común, cuando menos en los Estados Unidos, enjuiciar a un criminal por reconocimiento facial. Hoy se sabe que la memoria no sólo puede fallar, sino que esta puede rediseñarse incluso a través de la propia narrativa del sujeto y por consecuencia encarcelar a un inocente. Es decir, que una historia contada a modo, se puede convertir en su propia verdad, aunque no sea así. Esa es herencia del tercer momento de la psicología, la aparición de Freud.

Disparates de Freud existen muchos, los más sonados, la teoría psicosexual y la teoría de los sueños, ambas basadas en el poderoso influjo del sexo sobre los actos inconscientes del ser humano. El asunto es que, a diferencia de Alexander Fleming con los antibióticos, Freud no se encargó e incluso se negó a someter sus estudios al rigor del laboratorio, aquellos que, con esas capsulitas mágicas en una farmacia cualquiera, logres mitigar en cualquier punto del planeta una infección de oído que cien años atrás, podía expandirse al cerebro y matarte.

Desde el 2018, especialistas de la UNAM en divulgación científica contratados por el Comecyt y avalados por la UAEMéx tienen catalogado al psicoanálisis como una pseudociencia. Y esto por razones simples, ni siquiera la misma APA valida sus métodos como tratamiento psicoterapéutico. No los valida porque no los tiene. Pero ese no es el asunto.

Es importante hablar de Freud porque se ha convertido en un dogma dentro de la psicología, de ahí que pareciera que el día del psicólogo distinga entre quien ejerce, pues está el sujeto por encima de la ciencia. Poner en tela de juicio la validez de los trabajos de Freud resulta en un insulto mayor que casi siempre acaba en descalificaciones cuando precisamente el objetivo de cualquier ciencia es refutar cualquier cosa que se sabe para que la disciplina mejore.

La universidad está llena de mitos y disparates que se desprenden de este hecho, no es raro encontrarte especialistas en el área que hablan de profundizar en el estudio del psicoanálisis para poder llegar a tratar pacientes. De ese modo hay academias que han hecho negocio aparte con las ideas de otros cuestionables psicoanalistas que se desprenden de la escuela de Freud, gente como Jung o Lacan. Lo malo es que fue el propio Lacan quien dijo que el psicoanálisis no era ni aspiraba a ser una ciencia sino un ejercicio de la conversación.

Corrientes que sí han demostrado efectividad como la conductiva conductual se han visto fuertemente golpeadas por este fenómeno, pues pasan a segundo término por el espectro de misticismo que envuelve la herencia de Freud y sus escueces.

Para que una disciplina obtenga la categoría de ciencia debe someterse a estudios, al método científico, y la pregunta obvia oscila en el aire, si el propio fundador del estigma más grande de la psicología ha sucumbido ante el rigor de las pruebas, ¿cómo es que han saltado esa frontera quienes le profesan fe ciega al austriaco?

Pienso en mi caso, para obtener mi título y cedula tuve que hacer una tesis profesional, una tesis de tipo cualitativo que pasó de mano en mano por la licenciatura. Como fue un proyecto de acción-intervención tuvo un grado alto de dificultad y buenos comentarios. Luego de eso, tardé tres años en recibir el visto bueno. Aquella misma profesora que me había dicho, hay que estudiar psicoanálisis para saber intervenir en campo, me devolvió la tesis el último día, el día de la firma de aprobación, pues según ella me faltaba demasiado. Esto me hizo sentir enojado pues creí que me había tomado el cabello. Cambié de asesor y tuvo que cambiar otras tres veces. En el cuarto intento recibí el visto bueno de la mano de un sociólogo. Parece que en estos términos una tesis se convierte más en un ejercicio de hermenéutica que un proceso de investigación, le dije a aquel amable doctor. Coincidimos en eso.

Me fui tranquilo, pero lo claro es que era obvia la crisis en cuanto a investigación en el rubro. Y para mi desgracia tardaría mucho tiempo más en comprender lo grave que es eso.

Apenas esta última semana me encontré con dos artículos cuya naturaleza era la psicología o cuando menos eran compartidos por colegas en el área. Por una parte, Emily Nagosky, sexóloga que segura que el sexo no es una necesidad y por otro lado, una par de argentinas que escribían de buena manera del porqué el patrón de Leonardo Di Caprio de tener siempre mujeres menores que él como pareja, no es sino una muestra de machismo y estándares planteados por la industria del cine.

La aseveración de Nagosky es simple, el sexo no es necesario porque nadie se ha muerto por la falta de él. En el otro, que reitero me provocó algunas ideas interesantes, recalcaban que dicho comportamiento no era malo, que la tarea solo era señalarle.

En el primero de los casos habría que pensar en las respuestas neuronales y fisiológicas que provoca la falta de sexo y sus consecuencias, que si bien no son condicionantes para que alguien muera sí tienen influjo sobre la conducta que es el tema. El segundo busca entender la violencia de género, y en ambos sentidos no podemos quedarnos meramente en el terreno de la especulación y el argumento, sino pasar al importante trabajo de la investigación y los datos duros para que sea útil en la aplicación de tratamientos terapéuticos, ya que como en este caso, sirven nada para la formulación de ideas y la promoción del debate que a fines prácticos parece no alcanzar.

Estamos tal vez ante los estragos de una aún joven psicología que se vio afectada en la década de los 70 por la ola del New Age en que las alucinaciones de las drogas y el discurso de aquellos tiempos enrareció la retórica de la sanación a través de la buena vibra casi mágica, pero la realidad de las cosas es que el futuro de la psicología está en el estudio de las neurociencias. De hecho, la misma UAEMéx ya no oferta maestrías en psicoanálisis, únicamente tiene una especialidad en el área, que aunque es ya de por sí bastante cuestionable, parece ser un indicio de lo que viene.

Hablamos pues de la materia prima, del objeto de estudio de la disciplina, pero habría que echarle un ojo a las intervenciones paupérrimas de los psicólogos en campo, en comunidades y centros de atención, de la migración de egresados al terreno del coaching o los mermados jefes de recursos humanos, feligreses de las tiranas empresas de outsourcing que ponen en cada puerta de supermercado, en cada caja de cobro y servicios y  la fila de los boletos del cine, a un mequetrefe sin un poco de sentido común que sepa resolver una controversia sino es a través de la violencia y el falso poder ejercido desde su puesto.

Sin pasar por alto que en cada escuela con evidentes carencias, la licenciatura que más se oferta es la de psicología, carrera en la que los grupos son nutridos porque es la más fácil.

Es día del psicólogo, pero no parece ser un buen momento para la psicología, pues fiel a la idiosincrasia de este país, se rehúye de la crítica en una disciplina que le urge acercarse a la categoría de ciencia con base en la comprobación y la estandarización y no al fervor de adeptos que anteponen sus propios estigmas a la sanidad de su carrera para que ésta contribuya a la sociedad.

Es momento de recordar que el sujeto está por debajo de la psicología y dejar de defender lo indefendible con esa rabia, pues lo mismo pasaba con los seguidores de Freud, sólo que él les recetaba cocaína y eso los tenía siempre, literalmente, en la línea.