Alberto Montt vivió una aventura en la Feria del pueblucho
Alberto Montt creció en Quito, Ecuador, una ciudad que es tan pequeña —y lo era más hace 40 años— que todos se conocían. “Vivir en un lugar donde todos se conocen es el infierno… ¡y ustedes lo saben! ¡Lo saben porque Guadalajara es un pueblucho!”, dijo el ilustrador provocando las carcajadas de la muchachada reunida en el auditorio Juan Rulfo para participar en la primera sesión de una de las actividades más queridas de la Feria Internacional del Libro (FIL) Guadalajara: el ciclo Mil jóvenes con…
El primer aplauso de la tarde fue de parte de Montt a los asistentes “por arriesgarse a venir y a estar ahí sentados a menos de metro y medio. Estoy muy contento de verles las caras… bueno, de verles la mitad de la cara”, señaló adivinando que los jóvenes sonreían debajo de los cubrebocas.
Al hablar de su oficio, se describió como un “contador de historias que utiliza la ilustración para hacerlo, y no sólo para contar historias, sino para conectar con otras personas del mundo”. Refirió cómo comenzó con el proyecto de su blog, Dosis diarias, como un ejercicio para compartir su opinión respecto de diferentes temas y, al mismo tiempo, liberar su cabeza de manera cotidiana. El éxito fue tal que poco a poco pudo ver cómo las viñetas eran cada vez más y más compartidas sobre todo en redes sociales, de las que es un entusiasta usuario.
Siguió describiendo el trabajo que realiza para lo cual se apoyó en una serie de dibujos de su autoría, con los que explicó que su trabajo surge de una idea que comunica de manera gráfica para que la vea un montón de personas. Después de exponer su idea del oficio, relató cómo en su infancia tuvo contacto con los dibujos de Condorito, Mafalda, Kalimán
Cuando se abrió el diálogo con los asistentes, el dibujante chileno-ecuatoriano invitó a los jóvenes asistentes a abrirse a la posibilidad de que no todo va a ser perfecto siempre, a reconciliarse con lo que sale mal o no consigue tantos likes porque, al final, se trata de lograr un trabajo cotidiano que permita dar un resultado óptimo.
Asimismo, habló de las fronteras del humor. Dijo que “el mundo ha cambiado, pero el humor no”, y agregó que es responsabilidad de los creadores abordar los temas con responsabilidad. Sin embargo, fue enfático en dejar claro que desde su perspectiva “el arte debe herir sensibilidades” y que “el humorismo es el último espacio de rebeldía”.
A pesar de la exposición que tiene en redes sociales, el trabajo del ilustrador transcurre en soledad. En esa línea de pensamiento Montt creía que no le estaba yendo mal emocionalmente con la pandemia, hasta que un día se descubrió llorando con la canción “Primavera”, de los chilenos de 31 Minutos. Ese día descubrió que no estaba tan bien como creía, y compartió que lo que de verdad le afectó fue no tener espacios de contacto directo con la audiencia, como la Feria.
Para cerrar la sesión, Alberto Montt confesó que, a pesar de que fuera un pueblucho donde a la gente se le caía el sándwich y se lo comían como un manjar—aludiendo, claro, a la torta ahogada—, lo cierto es que Guadalajara le encanta. Y a Guadalajara le encanta Montt: prueba de ello fue la carretada de aplausos que recibió al terminar la actividad, que remató firmando algunos ejemplares.