Algoritmos y emociones genéricas
Lo que nos deja el algoritmo de Facebook es encontrarte con personas que conociste en el pasado. Ya sea por cercanía territorial, lugares que frecuentan o intereses afines como un grupo de reunión de la preparatoria. Ahí están, personificados como una sugerencia de solicitud de amistad que no suena tan mal con base en el ayer.
Amén de que a Fulanito de tal le esté yendo de maravilla en otras latitudes, que su vida sea exitosa y plena, el presente de los amigos o compañeros de antaño parece estar sumergido en la melancolía. Casi siempre fracasos emocionales. ¿Alguien ha notado que no existe otro fracaso en redes sociales? Aspiraciones e ideales frustrados por una mal lograda vida emocional.
El ejercicio lo he propuesto en alguna clase por ahí, pero, ¿qué diablos hace esta generación comprometiéndose a los 21 –o antes– cuando se supone que uno se gradúa a los 23, se alcanza la estabilidad económica y laboral tres años después y sólo después el utópico responsable dicta que se persiga el futuro con el otro? Más o menos a los 25 ó 26.
De ese modo, con una vida sentimental alquilada en televisión y al mal pop, tenemos cientos de balas tiradas al aire que caen con el plomo de la realidad. Sueños y aspiraciones truncadas por los hijos prematuros, carencias, divorcios, y en el peor de los casos, matrimonios castrantes.
Pero hablemos de los supervivientes, de los que, pasada la tormenta de polvo, aparecen en esas solicitudes de amistad con los cabellos arruinados, las ropas empolvadas y los ojos entornados en el alba que sugiere una segunda oportunidad: aquella guapa de la prepa, a quien por casualidad conociste en el pasillo del salón o hasta quien por una u otra se convirtió en el eterno hubiéramos sido.
Esas solicitudes de amistad pronto se convierten en el primer hola, y el hola en el obvio ¿qué ha sido de ti? Las respuestas se replican: uy, si te contara. Pero los mensajes sólo alcanzan para contar las penas, pues ahora sólo tienen tiempo para la redención. Es increíble el número de historias de insatisfacción de quienes diez años atrás juraban tenerlo todo a lado de alguien –de nuevo, es vergonzoso que sea lo único que nos interesa en determinado momento–.
Otra vez el algoritmo en Facebook hace de las suyas –lo digo muy en serio: ¿ya vieron El dilema de las redes, en Netflix? Es siniestro los títeres en que podemos convertirnos, eh–. Una a una, comienzan a llegar notificaciones, alertas de publicaciones o simplemente esa persona aparece con más frecuencia que el resto en tu muro. Ahí viene lo feo: puros posts con frases de autosuperación.
Hay quienes al sentirse algo expuestos, se han atrevido a publicar, mi vida no es lo que publico en redes, así que no te dejes engañar. Sin embargo, ellas están hechas tan a la talla de nuestro ADN internauta –y mental– que es difícil creer ese argumento.
Demás está decir lo aberrante que es la autosuperación para psicología seria. Es más, a los psicólogos que posteen frases insulsas que le haga pensar a sus agregados que eso es sanidad emocional, y peor, que eso es la psique humana, deberían quitarles la cédula profe… Ah, ya caigo, en fin, la autosuperación y por ende, todo lo relativo a lo motivacional en cuanto a la psique humana, es ominoso, pues se sugiere que los asuntos emocionales están sujetos a la voluntad humana y no es así. De ese modo la depresión, ansiedad y estrés, con sus estragos mortales, serían cosa del pasado.
No, los tiempos de Dios no son perfectos. Y no hablo de inclinaciones ideológicas, ¿no dice el mismo personaje, ayúdate que yo te ayudaré? La segunda niega la primera, pero lo importante es saber que por la condición humana de la que gozamos, no podemos pensar en términos absolutos. Pensar que las cosas por sí solas se arreglarán es un pensamiento mágico que denota la falta de astucia para confrontar contratiempos. Diez años adelante, como la materia, el pensamiento mágico sólo se ha transformado.
En este tenor, debo confesar que estoy un poco harto de las miles de páginas que se convierten en una avalancha de mierda –de nuevo el algoritmo– que provoca que cientos se revuelquen en su propia miseria y los aleja de una sesión terapéutica. Pienso por ejemplo en los Ixtepan, los Zavala o los Noah. Y no, no hablo de la calidad literaria de la cual bien valdría la pena decir algo al respecto. No, hablo de esos sentimientos genéricos que discapacitan emocionalmente a millones.
Pienso en cierta dama que conocí algunos años atrás bajo ciertas circunstancias. Una linda chica que me dijo, ya nos conocíamos. Pensé en lo extraño que era eso pues no la recordaba. La historia era lo que les cuento, la frustración protagónica. Nunca quiso contarme que fue lo que le hizo daño en esos años, pero juraba estar en ese proceso de redención incluidas frases y post que describo en esta columna. La redención le quitaba el tiempo, su vida era otra, andaba en muletas sensoriales y cualquier distracción era tiempo restado a su nueva vida de encumbramiento definitivo. El hastío, cierta vergüenza y hasta un poco de desgano provocan que las frecuencias mermen, que la distancia aparezca.
Ocho años atrás, mientras hacía mis prácticas profesionales, me tocó atender en comunidad a una mujer que se quejaba amargamente de un sujeto. La casualidad me llevó a tratar a otras dos personas afectadas por el mismo hombre. El último caso, un asunto judicial que lo hizo aplacarse medianamente. Vaya, un cabecilla encumbrado, un embaucador carismático seguramente. Cuando volví a saber de la mujer que refiero arriba, ¿con quién creen que compartía una fotografía en las mieles de ese nueva oportunidad que la vida les tiene preparada que porque los tiempos de Dios son perfectos? El secreto profesional y los principios terapéuticos me orillaron a guardar silencio.
Cuando digo que son frases que discapacitan, hablo del alto poder analgésico que poseen. Es lamentable ver a tantos lamerse las heridas de ese lastimoso modo. Parece poca cosa, pero no lo es. Una máxima en la psicología es que el terapeuta no da consejos, pues todos somos distintos, tenemos un proceso cognitivo único y al mismo tiempo completo. Paradójicamente esos curitas mentales en redes son tan fáciles de digerir porque empatan con quien sea. Dicen obviedades, son superfluos y tontos. Lo peor viene cuando se basa la toma de decisiones en ello. Algoritmos, emociones genéricas que hace al usuario de redes propenso a cometer un error peor. Que lo alejan de la sanación y de superar lo vivido.