Balazos en la noche

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Pasada la pandemia podemos

entrar al panteón de la soledad.

 

Yo, una figura solitaria camino por la calzada principal del Panteón General de Toluca. Unas flores, una oración. Camino por la ruta recorrida tantos años por tanta gente. Camino sobre una que otra hoja seca que los añosos árboles dejan caer.

¿Qué hago aquí? No precisamente venir a saludar a los queridos viejos, Estoy buscando algo más algo que me dé luces sobre una muerte violenta, sucedida hace 81 años.

Mi figura se pierde por el antiguo, señorial camposanto, yendo directo a la tumba, al mausoleo donde quedan polvos y huesos de un ex gobernador y llego sin equivocarme, tratándose tal vez del más notable monumento mortuorio del panteón provinciano.

En el centro de la primera sección, en una pequeña rotonda en medio de dos columnas, está el busto sobre un promontorio que dice escuetamente: A la memoria de  Alfredo Zárate Albarrán 8 de marzo de 1942.

Me envuelve la paz de los sepulcros. Nada de gritos o balazos, El silencio de piedras, letras, mármoles que contienen solo pedazos de huesos de gentes que fueron, que sintieron, que pensaron,

Lentamente camino por la ruta que hace tanto tiempo se llenó de toque marciales, de voces encendidas, de representación presidencial. Las hojas de los árboles nutrida con la savia de huesos viejos me traen susurros de otros tiempos. La sinfonía de aves y hojas arrecia, y en unos segundos en una jugarreta de mi mente recordando lo dicho por testigos y por la investigación hemerográfica mi imaginación me pinta el cuadro de la borrachera en la que el señor gobernador fue asesinado, ah… por cierto y como cruel ironía: a unos cuantos pasos de esta Necrópolis.

Y me felicito por estar aquí, porque ya vino la idea: comenzar con la francachela trágica. De cómo de una fiesta el gober vino a parar aquí.

Todo termina y comienza el 5 de marzo de 1942 en el Centro Charro cuando Alfredo Zárate Albarrán, 41 añotes bien vividos, insultaba y brindaba.

Desde hace buen rato cayó la noche y el salón del lugar, favorito para banquetes de la ciudad de Toluca, es una enorme cantina. Los diputados Hernández Mota, Juan N. García, Fernando Ortiz Rubio, Ignacio Bustamante, Rafael Gómez, junto con Carlos Mercado Tovar, amigos íntimos y algunos agentes de tránsito, son sobrevivientes del ágape que el Señor Gobernador Constitucional del Estado de México, Alfredo Zárate Albarrán, ofreció a los magistrados del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal. Las bebidas corren como río, las carcajadas estentóreas, las palabras sin sentido rebotan en las paredes y hacen temblar los vasos y derramar el coñac.

El diputado local Trinidad Rojas escuchó primero y luego vio como el señor gobernador discutía acaloradamente con el diputado Juan N. García a quien profería insultos y que como a las 22 horas la discusión salpico a Ortiz Rubio, a García y a Cardoso.

Este asunto se está poniendo difícil, pensó Rojas y trató de intervenir para apaciguar los ánimos entre los amigos sin conseguirlo.

Alguien más cercano al gobernador intervino para invitarlo a la serenidad, saliendo el tono violento de su voz: yo soy el gobernador, yo soy el único jefe y todos ustedes váyanse a la chingada.

Así se gesta la trágica muerte de Alfredo Zárate Albarrán, hecho funesto unido a importantes acontecimientos, estatales y nacionales.