BARRIO, BARRIO… GORRIÓN SENTIMENTAL
Música y poesía para los barrios. Dice Ariceaga: Esos barrios que conocimos y cuya historia de alegrías y tristezas revivimos, han pasado a la historia. Y más cuando escuchamos aquella tonadita que decía: “Barrio, paredón y después / barrio, una luz de almacén / ya nunca me verás pasar con ella recargados en la vidriera y esperándote. / Ya nunca me verás pasar con ella recorriendo tus callejas a la luz de las estrellas / las noches y la luna suburbana, / nuestro amor en la ventana / todo ha muerto, Y ya lo sé…”. Barrios, En las letras y en todo género los barrios son actores principales de los dramas, comedias o tragedias de sus habitantes. Son el espacio donde juegan los domingos en sus canchas de futbol o de cualquier otro deporte, en una algarabía donde sólo se escucha el silbido del árbitro, que es apabullado por el equipo enemigo y sus fanáticos ante una falta que consideran les daña y no existe. Cuántos recuerdos traen los barrios hasta llegar a tragedias griegas cuando la muerte se asoma por la ventana de la vecindad a despertar aullidos de dolor y desamparo.
Escribe Javier: Son barrios que aferran a un tiempo que languidece pronto, empedrados e iluminados por la luz de un farol. Muros añejos que aún están de pie y que guardan el eco de las risas infantiles que se fueron. Caserones antiguos cuyas rejas mojamos al compás de un sollozo. Esquinitas dolientes que nos vieron aguardar a la novia de entonces y que, ahora, nos hacen evocar, con cursilería, viejas canciones como aquella: Barrio, barrio, que tienes el alma inquieta de un gorrión sentimental… y al añorar al barrio, balbucee: “Barrio donde crecí modestamente / bajo el amparo de mi madre amada / que a duras penas triste y agobiada /logró sacarme a flote dulcemente. / Callejones sin luz, bronca presente / en esquinas y viejas rinconadas / que hoy permanecen tristes y olvidadas / en el recodo de mi pobre mente. / Para cantarte a ti no es necesario / revivir el dolor y la gran pena / que de niño sentí, porque el calvario / de quien te quiere con el alma plena / es la mejor presea, como el sudario / del que nació en pesebre en noche buena”. Diverso es el género y diversa la manera de enfrentar el tema del Barrio, que sigue siendo el microcosmos y macrocosmos de la vida de multitud de familias, hombres y mujeres que desde la infancia y hasta la vejez se acompañan en las buenas y las malas.
Hace literatura más cierta y veraz Ariceaga cuando lleva adelante su escritura en prosa. Lo vemos cuando escribe: II / Un sol tibio apenas alentaba los muros carcomidos de las casas del barrio. Las paredes descarapeladas simulaban parches mal pegados que dejaban asomar la desnudez de los tabiques viejos. Y sobre paredones ya ruinosos y casi abandonados, crecía la yerba que soportaba, temblorosa, el golpeteo del viento, simulando un adorno a media altura, con nopaleras incipientes que se aferraban para no caer. Las banquetas de aquella alegre zona eran losetas lisas, pulidas por el tiempo y el continuo caminar de la gente. Brillaban ya de usadas, eran resbaladizas y, por la noche, reflejaban la luz a veces mortecina de los faroles tristes. Sí, el último farol debe recordar que pertenecía a la familia de los faroles que se pusieron en época de bonanzas por las autoridades y los vecinos del barrio que deseaban iluminar lo que en la Colonia era oscuridad extrema: causa que diera hechos de muerte sin saber quiénes fueron los causantes ante el cadáver del fallecido que no podía contar ya nada de los causantes. Los faroles tienen toda la importancia en la sociedad de aquél entonces y lo son hoy con otro nombre, quizá Luminarias, Lámparas… El último farol, obra literaria conque podemos definir al escritor y cronista Javier Ariceaga Sánchez.
Un día relatado por Ariceaga para rememorar la Toluca de aquellas décadas de los cuarenta: El mediodía aburrido llegaba como todos los días: el paso de las beatas rumbo a la misa, el ruido de la escoba, el arrastrarse por el piso, los gritos de los niños que se iban a la escuela, el ajetreo natural en todas las viviendas de largas vecindades y, el ir y venir de las amas de casa que se iban al mandado al mercadito “Hidalgo”. Tal cual la canción de Francisco Gabilondo “Cri-cri” haciéndonos este recuento de las amas de casa que van al mercado; vestidas y metidas en plumaje de la “patita”, que va al mercado de canasta y de bolitas y, que su esposo que es un pato holgazán y perezoso. Cuenta Ariceaga: De pronto, como tratando de darle vida al barrio, el pregón comenzaba. Eran los vendedores que gritaban su mercancía barata: “¡Tamales de haba, tamales de elote!” “Ropa usada que vendan!” “¡El carbón, el carbón!” “¡Nopalitos pal taco niña!” “¡Achicalado de horno!” “¡Algo que soldar, caños que destapar!” “¡Fresca y azucarada la piña!” Y el famoso afilador, dándole vueltas a la manija de su aparato, dejaba escapar las notas del sí y el do, de un silbato alegre de celuloide azul. Es tiempo de recordar la canción de La Fiesta, que canta el español Joan Manuel Serrat, para recordarnos que cuando la fiesta de un pueblo se da al máximo, ricos y pobres se juntan, todos bailan al compás de la música bullanguera sin medir diferencias sociales.
Cuando en el mercado del barrio se escuchan todos estos gritos y después por la noche se puede oír a la llorona, no debemos de espantarnos y dejar de ser alegres, así se hacen los barrios en esta parte de México, en la vieja ciudad, mucho más vieja que otras que presumen de lo mismo, y en Toluca la tragedia y la comedia se juntan frecuentemente al paso del día y la noche, y nadie remeda por las cosas: estas son así y nada más. Sí lo bueno y comprensible es darle tiempo al tiempo: para que lo triste se torne alegre, y lo alegre se torne en muerte.
Pintar al barrio. Pocos lo pintan con palabras tan bellas como Javier Ariceaga: El vendedor de gelatinas inquietaba a los niños, las tortilleras de Cacalomacán y de San Buenaventura corrían presurosas al “entriego”, cargando su chiquihuite donde venían envueltas, en limpias servilletas, las tortillas calientes. El tañer de la campana chica de la iglesia marcaba las horas que eran checadas naturalmente por aquellos abuelos con leontina y chaleco, cuyo reloj de oro sacaban presuntuosos con aire de “lagartijo” viejo. Tranquilo, el barrio aquel de los primeros años, cuando el arriero aligeraba los asnos cuya carga de leña era para doña Merceditas Cordero de Rubio, dueña de la miscelánea “Gira la paloma”; los mismos que arriaban de Santa María del Monte, seguidos por la chiquillería. Cuando procedentes de los mesones de las calles de Quintana Roo pasaban las ovejas como copos de nieve revolcados, revueltos con los “cuchis”, dejando un aroma nada agradable que se impregnaba en la calle de Corregidora Gutiérrez. El barrio se alegraba los domingos al paso grácil de las jovencitas que acudían a misa de once; los adornos de flores engalanaban el templo siempre bello de Nuestra Señora de la Merced. Y tanta alegría inocente se asentaba en los bautizos y confirmaciones que no faltaban con su tradicional “bolo” del padrino que recogían los muchachos aumentando la algarabía en el atrio”.
Los pueblos originarios, los simples pueblos, los barrios originarios, los barrios y ya, las vecindades originarias, las vecindades de toda calaña o prosapia. Los lugares por donde el ciudadano con su familia podía andar sin ningún peligro, pero atento, no vayas a pasar por la vecindad llamada El tostón, es decir la que en el número cincuenta de la calle de José María Heredia llevaba por las faldas de El Calvario, camino entonces de terracería, porque lo más seguro era una corretiza de caballos locos y desbocados. Barrios y vecindades se amalgaman para hacernos saber que en la cultura popular son el espejo más claro de una sociedad que tiene pruebas de ´cómo se gobierna un país, de cómo vive en el alma popular los dramas de sociedad. Y de cómo dentro de la tragedia y la comedia, existe este sentimiento de solidaridad que es ejemplo al país, quien desde Toluca expresa su retrato verdadero de vida.