BENITO JUÁREZ, EXILIO CUBANO

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Iniciar el estudio del exilio a través de un personaje de tal trascendencia que con sólo revisar los hechos de su vida deslumbra por la cantidad de cosas en las que participó José María Heredia; revisarlo a través de las décadas, de sus tres momentos de vida que visitó México, para venir a encontrar su tumba en el centro del país, sucediendo con ello que sus restos han de desaparecer en el olvido.

Desaparecer como sucede con Federico García Lorca, el mártir español que en la Guerra Civil fue asesinado por los esbirros de Francisco Franco en Granada. Tan cerca sucedió su muerte y tan lejos el poder saber dónde quedó su polvo, un polvo enamorado que no deja a la España noble estar en paz al buscar sus restos en Fuente Baqueros. Los restos de José María igual sufren de lo que esconde el tiempo y los hechos de vida que son maldad de aquellos que matan a los mejores seres humanos. Sea en el caso de José María por enfermedad de tuberculosis o en fusilamiento por García Lorca. Desde Heredia viene el exilio cubano a enriquecer nuestras tierras. Hermanos siempre han sido, hermanos son ahora y mañana. 

Un hecho nos debe hacer recordar la cercanía de la cubanía en la vida de la política mexicana. Que mejor que leer el libro de Alfonso Herrera Franyutti, Martí en México, de la editorial Sello Bermejo. En la página 35 de dicho texto leo: Un destino común lo unió a Juárez. Ambos luchaban por su patria, ambos habían padecido prisión, Juárez en San Juana de Ulúa; Santacilia en las mazmorras del Príncipe, de donde fue enviado a España y de ahí a Nueva Orleáns, en Estados Unidos, en Estados Unidos, donde conoció a Juárez, y donde atraído por la personalidad del indio de Guelatao —según relata Juan de Dios Peza— “vino a él como la brújula al norte, como el acero al imán, lo encontró, lo frecuentó, contrajo matrimonio con su hija Manuela, y no volvió nunca a separarse de su lado. A la hora del triunfo, cuando Juárez fue el primer hombre de América Latina, Pedro Santacilia, un cubano con alma de mexicano, fue su secretario. Todo es seguir a partir de la vida de Heredia cómo es que el exilio trajo a México a partir del año de 1821 en que se logra oficialmente la independencia, y así saber cómo es que México vive en personajes extranjeros momentos de sabiduría y riqueza científica y cultural. Y como vemos en Heredia y Santacilia su participación en las cosas de la política con la pasión que les da saberse hermanos latinoamericanos. 

Nombres hay muchos, Herrera Franyutti dice al respecto: Arribaría también a México Juan Clemente Zenea, el Bayamés, quien encontró protección con Santacilia. Trabajó como redactor del Diario Oficial de México, y cultivó amistad con Altamirano; refiere éste que “desde que llegó a su oído el grito de Yara” no quiso permanecer más en México, y arrancándose los brazos de sus hermanos de aquí, a quienes encantaba su talento, regresó a Cuba tratando de mediar entre el gobierno español y los revolucionarios cubanos, pagando con su vida dicha intromisión al ser fusilado en los fosos de La Cabaña. El estudio del exilio cubano en México es una gran riqueza de actos humanos por la cultura en general, y en particular y raíz de su exilio, por los sucesos de la política que en Cuba han de ser pesadilla todo el siglo XIX, pues su libertad de España sólo se ha de lograr en la última década de dicho siglo. A Juan Clemente se le recuerda en estos versos, según relata la Historia de la literatura cubana: No busques volando inquieta / mi tumba oscura y secreta, / golondrina. ¿No lo ves? / en la tumba del poeta / no hay un sauce ni un ciprés. Así sucede con hombres y mujeres que mueren en el exilio, su tumba en fosa común o en los vuelos del viento que les hace ir por otras partes lejos de su lugar de origen en el destino que no les perdona su osadía de haberse rebelado al opresor. 

 

Hay muchas huellas de los cubanos en nuestra patria. Y es bueno recordarlo para saber qué cosa tenemos como destino común mexicanos y cubanos, sobre todo en estos tiempos en que se desea desunir la defensa de una u otra patria ante embates de toda clase de imperios: militares, económicos, tecnológicos, ideológicos y políticos, por sólo citar unas cuantas áreas donde el imperio del militarismo, de la economía o la política desean imponer sus fines abyectos, fines que a lo largo de la historia están presentes. Lo están en la angustia de José María Heredia y Heredia que en sus años de presencia en México expresa en sus cuatro discursos que llega a decir en memoria del 16 de septiembre. Logrando con ello un reconocimiento de propios y extraños que lo igualan a nuestro sabio orador Ignacio Ramírez El Nigromante. Exilio y cubanía siempre presente, escribe Franyutti: Posteriormente, otro poeta venido de Cuba, que después de vivir en Mérida se trasladara a la capital, se dio a conocer en México durante la celebración de las fiestas patrias, la noche del 15 de septiembre en el Teatro Nacional. / Acababa de hablar Justo Sierra, en el esplendor de su juventud en aquella época, y mientras se escuchaban los aplausos —refiere Juan de Dios Peza— saltó al escenario un joven desconocido que le dio apretado abrazo a nombre de su patria cautiva. Al preguntársele de dónde era, respondió: Soy de esa tierra / que en sangre tiñe su libertad. ¿Quién es? Se preguntaban todos. ¡Era Alfredo Torroella! Que emocionado con la celebración de nuestras fiestas, tomó una bandera mexicana que adornaba el palco de Juárez y adelantándose al público declamó mientras las lágrimas asomaban a sus ojos: México, en este día, / en que el sol de tu gloria reverbera, / dejadme que tremole tu bandera / ¡yo, que no puedo tremolar la mía! Es la voz de José María Heredia que aún no ha muerto. Es el alma del pueblo cubano con su gran admiración por el pueblo mexicano que sí logró su independencia y en la época de Benito Juárez con la revolución de Ayutla de 1854, o la guerra de Reforma y después la invasión francesa ha sabido soportar los embates imperialistas y con Juárez ha sabido mantenerse sólo y así forjar la patria que tanto se desea: liberal, democrática, republicana y progresista. Eso lo entienden muchas veces mejor los cubanos que los propios mexicanos de ese tiempo, que vienen, sin darse cuenta, formando el huevo de la serpiente de la dictadura porfirista.

En ese evento presidido por don Benito Pablo Juárez García el poeta cubano, cuenta Franyutti: Y luego dirigiéndose al presidente Juárez que le aplaudía conmovido expresó: Del proscrito cubano, / acoge el gran amor que por ti encierra; / ¡no quiero ser esclavo allá en mi tierra / y vengo aquí a ser libre y mexicano! Desde aquel día a Torroella se le abrieron todas las puertas de los círculos literarios del brazo de Justo Sierra. No ha cambiado la forma de ser de cubanos y mexicanos. La hermandad que existe desde el siglo XIX sigue siendo tarea cotidiana. Así como se portó José María Heredia y Heredia, siendo profundamente cubano y a la vez profundamente mexicano: sus discursos por el 16 de septiembre, sus cargos educativos y políticos, así como aquellos de carácter jurídico o administrativos le proponen como un trabajador de espíritu profesional y eficiente. 

Así como es Heredia son ahora y antes todos los cubanos que vinieron a esta patria a ser libres. Aunque esa libertad en el siglo XIX en las primeras décadas haya sido obra de la anarquía y los malos gobiernos que sobre todo surgidos del centralismo y conservadurismo clerical no permitió el avance que mexicanos y cubanos deseaban para el buen país que se deseaba en la democracia. Cubanía y el recuerdo de Heredia. Dice Franyutti: Es como si toda esta pléyade de poetas cubanos, siguieran el consejo de su compatriota, Jacinto Milanés, aquél que abominando de la esclavitud había escrito: “Nunca comiendo el pan del emigrado, pensé cumplir con mi adorada Cuba…” A ellos viene a unir su nombre José Martí. El más grande de todos, el más humano de todos, el mártir que no habría de ver a su patria liberada.