BOLERO (2)

Views: 302

El bolero cantado en al camión y en el fondo de la cantina… y ahí hasta el fondo del sentimiento se mete el bolero ranchero de Javier Solís, cuando juntó lo romántico y lo bravío en la bohemia se rompe y rasga. ¡Ujujuy! ¡que venga la misma pa’ no variar! El bolero que une sin desmerecer amalgama increíble de los gigantes: José Alfredo Jiménez y Agustín Lara.

Don Javier Solís inunda la cantina: humo en tus ojos, al encontrarte, al abrazarte, el mismo cielo se estremeció.

¿Y de dónde viene el bolero? Como la letra de la canción que cantaba Javier Solís. ¡Qué rumbos lo vieron nacer? ¿Qué bocas besó primero? ¿Qué caminos siguió la culebra musical? Su historia; ¿Dónde principia? Un tiempo perdido que por más que se quiera decir que no, dejo vagos vestigios de lo que nuestro pariente prehispánico tocaba y cantaba. Si mucho ya no llegó, lo rescatable de los códices no dan razón de los éxitos musicales de los Incas y Aztecas; tal vez los Mayas junto a los cenotes, poetas naturales lo hacían.

La canción más humana y antigua, la más lejana de amor: los quejidos gozosos al hacer el amor o el “llorido” primerizo del nacimiento de un hijo tuvieron más de canto ritual que el de la unión de guitarra y voz con que luego Guty Cárdenas, ahí mismo en Yucatán logró hacer temblar el labio de una mujer.

La música prehispánica con chirimías, teponaxtles, caracoles, caparazones de tortuga y la voz humana, sólo tendrán en la pintura de nuestra imaginación. ¿Una canción prehispánica? Quién sabe que son musical tendría. El pentagrama, así como el caballo, estuvieron ausentes del Mesoamericano. ¿Qué, cómo cantaron? No han de haber cantado más las rancheras nuestros tatarabuelos, pero eso quedó en el más insondable misterio. Error dejar en el olvido y no hurgar respecto a la música; muy poco o nada se habla de cómo el yucateco le rendía culto con música a la lujuria de su tierra o a los ojos de la princesa maya Rocío del Cielo.

En el centro, los habitantes de Anáhuac, juntaban baile y canto.

Lean lo que dice Bernal Díaz del Castillo en el capítulo XCI de su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Así como paseadores y otros retretes y apartamientos como cenadores y también DONDE BAILAN Y CANTABAN… y había tanto que mirar… Y esto lo vio al tercer día de haber llegado a la Gran Tenochtitlán por Tlacopan.

Y llegó la Colonia. Llegó con todo su bagaje de religiosidad, injusto reparto de la riqueza y aculturación y también llegó la música europea, que no sólo española.

En los galeones repletos de esclavos, sólo al sonido comunitario de la danza tribal. En el continente, el indio, dueño originario de la tierra, aprendía con rapidez la canción española que se podía bailar; o al rápido son que unos blancos dedos golosos le sacaban a la guitarra.

Las palmas se movían con la cadencia del viento, el mar tronaba en las rocas de la costa; los negros esclavos de la isla de Santo Domingo en la plantación cercana, apiñados en su barraca, oían la música lejana. La contradanza Francesa que guiaba pasitos y caravanas de los ricos, malditos exploradores, les llegaba con el rumor del mar. Los dientes y ojos, blanquísimos en la Habana mirando al cielo tratan de volar hacia la lejanísima África. La desesperación hace tocar las maderas que aprisionan un quejido, que como aullido de lobo acompaña el pam-pam que alguien toca golpeándolo con las manos, acompañando al quejido, rítmico.

El canto del negro, recordando, dolor hecho canción y la música del patrón queriéndose juntar, se acabarán con la luz del día para dejar solo el secular sonido del mar chocando contra las rocas.

Más en un increíble concubinato ambos sonidos ambas cadencias musicales, se juntarán. El lamento negro y la contradanza, harán un soberbio café con leche musical. En el Caribe señorial, centro de música y danza, negro, blanco e indio parirán el ritmo de un primitivo danzón, y en Cuba con poca participación de los originarios dueños: los Siboneyes.

Así marimba, maderas por todos lados, diciendo muchas cosas fueron encendiendo alma, vida y corazón.

Estas junto a la Ceiba viendo a la negra borracha de ritmo mover con cadencia el enorme trasero sin perder el ritmo.

Música que recordaba primero a la lejanísima África y hoy con el cuerpo sudoroso, pegado a sinuosidades femeninas llama al deseo que impele a pernoctar con la mulata cuyos senos temblando, se quisieran salir para unirse con la fiebre musical de la primitiva orquesta.