CALLES Y PERSONAS
Imposible dejar el texto de San Juan Chiquito / Un barrio de Toluca, porque es lección perfecta para aprender lo que es un Cronista. En cada apartado el lenguaje sencillo y didáctico del periodista y escritor, permite elaborar el mapa de las cosas que suceden en el microcosmos del que nos habla Luis González y González, historiador y cronista nacido en Michoacán. En libro citado sus párrafos tratan calles y personas que han sido siempre iguales nos cuenta: Muchos no se hacían cargadores, se hacían rateros. O cargadores y rateros a la vez. Usted sabe, la vida es una constante oportunidad, pero sólo alcanzaban a verla los audaces y hambrientos. En la plaza, sobre todo los viernes, siempre había que cargar burgueses bolsos repletos del gasto de la semana o carteras, o mercancías y hasta la niquelada “Kodak” del primo curioso y bobalicón.
Los mercados, de ellos cuenta sabrosamente el cronista toluqueño. De esos mercados en donde todavía reinaba a nivel nacional el que utilizaba el edificio que hoy es el llamado Cosmovitral, lugar donde reina el arte de nuestro Polo Flores, habiendo nacido en el municipio de Tenancingo, vino a Toluca a dejar su arte excelso en obras que van por el estadio universitario en el cerro de Coatepec, o en el edificio de la Legislatura local en el centro de la ciudad. Sus obras —igual que el Bernini en Roma—, dan a Toluca un plus que no debemos ignorar. El actual Cosmovitral fue sede de uno de los mercados más famosos del país. A él vinieron por igual Pablo Neruda o Frida Kahlo y Diego Rivera. En el caso del mercado de San Juan Chiquito, don Poncho nos recuerda que todos los mercados tienen sus cargadores y sus carteristas, sus laboriosos trabajadores desde la madrugada, pero también ladrones, que despilfarran a turistas y compradores del barrio que no están atentos a cuidar propiedades y compras del día.
Es elocuente el Cronista de Toluca: ¡Y luego usted que tiene hambre! La semana ha sido dura, ya nadie quiere bestias de carga, comienzan a preferir al ruletero o el carro de mudanzas. ¡Y el asunto ese del hambre! Que muchas veces es colectiva. Así nacieron las tenebrosas mafias de la Pedrera, de Matlatzincas, no tan cinematográficas, pero sí tan pintorescas y destructivas como las de Chicago. Yo conocí a dos o tres de los cabecillas. Eran tipos paradójicos, extraños, en toda psicología ancestral de nuestros Chuchos rotos. De los recientes cronistas municipales pocos como don Poncho, por su cercanía a las raíces del pueblo. Supo conocerlos, convivir con ellos y, cuidar el pellejo, pues andar entre lo que llamamos lo más bajo del pueblo, es prueba que sólo enfrentan —como dice el poeta español Antonio Gamoneda—, aquellos que han nacido en la base social de la pobreza o han sido capaces de ir al campo social, a convivir con ellos de igual a igual. Nada de superioridad al acercarse. Siempre iguales y capaces de entender el porqué son así. Don Poncho, supo, como pocos, lo que la pobreza enseña a través de complejos comportamientos tanto del individuo, como de la comunidad, en este caso el barrio con sus cientos o miles de habitantes.
Nunca fue un descuidado o ajeno a los sentimientos del hombres o mujeres que lo humanizaron: alejándolo así de ideologías de secta o facción. Mucho menos aquellos que pertenecen a clanes destructores: por defender su raza, su partido, su sangre, o su dios. Fue liberal y atento en lo social sabía atender razones profundas del malestar de su tiempo. Sabía que en la pobreza estaba la injusticia a la vista de todos. Y de los ricos, que privilegiados se niegan a aceptar ser en parte culpables de la desigualdad social: injustos, en su enajenación son pecadores por comportamiento, que al final hace que el hombre sea lobo del hombre. Tuvo, como pocos, conciencia social que no la anda exclamando por todos lados. Dicha conciencia aparece en el libro: San Juan Chiquito y en párrafos que aparecen en texto titulado: El plumaje del Mosco, –especie de páginas autobiográficas–, lo escriben así sus hijos: Alfonso Sánchez Arteche, Miguel Ángel Sánchez Arteche y Rodolfo Sánchez Arce. Aparece dentro de la Colección: Arte y Literatura, publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México en año 2001. He de retornar a este libro, pues es una extensión bellísima del alma del profesor Mosquito, preparada por Poncho Sánchez Arteche: de los mejores prosistas de fin de siglo XX y de éste que vivimos. Cierto, Poncho, hijo del maestro, supo comprender la obra de don Alfonso en su plenitud. No es raro que dicho libro haya sido premiado por la UAEM, en Convocatoria que hizo para biografías sobre Personajes Ilustres del Estado de México en el año de 1999.
Conciencia social. Pocas veces oí o vi a don Poncho hablar de política como materia que le interesara sobre todo lo demás. Conocía de los males que aquejan a dicha actividad humana: seguro lo vivió, viendo cómo aquellos jóvenes de su generación se transformaban al tener en sus manos el poder de la política y economía. Supo que lo que tocan las mismas en nóminas o presupuestos de obras sociales o materiales, es peligro para hombres o mujeres que participan de ello. Conoce, porque vive la sociedad en sus bajos mundos. Mundos de pobreza, que parece no le fue propia al poeta y educador Jaime Torres Bodet: quien recrimina a Luis Buñuel por su película Los Olvidados, en que trata el tema de la pobreza en México. Señala al cineasta español su poco amor al país que le daba cobijo. Buñuel hace un film ajeno a guiones de moda en temas campesinos. Es la vida de la ciudad y sus suburbios lo que interesa a este español exiliado. No es la narrativa del joven Carlos Fuentes por su novela: La región más transparente. A Buñuel pertenece don Poncho y, es más, de la prosa del narrador Gonzalo Martré, quien deja en sus textos crónicas de la ciudad y bajo proletariado. Ellos dan otra versión de ciudad de México, diversa a la narrativa que escribe Juan Rulfo o Carlos Fuentes. Martré y el profesor Mosquito: dos estilos de ver la vida, de narrar a través de la novela el primero y, de la crónica, el segundo, lo que es el país que surge después de la revolución de 1910. En la novela de Gonzalo Martré titulada Los símbolos transparentes, publicada por Alfaguara en el año 2013, cuenta: El amigo, amoscado por la incredulidad de Epifanio, lo invitó a comprobar su dicho un lunes, aceptado bajo apuesta de una botella de ron. Perdió la postura, pero ganó en experiencia, efectivamente, la venta de cuadros prometía: Insospechadas dotes de vendedor le dieron buenas ganancias ese día. Hizo cuentas durante las tres experiencias y el taller no resistió la comparación. En tres días ganó lo de una dura semana y su familia se vio libre de las tareas impuestas para equilibrar el presupuesto. El cambio de actividad desembarazó a su hijo mayor de ese trabajo, quien así pudo terminar la primaria.
Es la literatura, que retrata la estrechez económica o la violencia, en el vecindario o el barrio. Así lo relata don Poncho en su San Juan Chiquito / Un barrio de Toluca. Por un lado, la costra dura y sangrienta, por el otro, el corazón rebosante, el sacrificio y la entrega. Robaban para vivir y eran (hay que dar a cada quien lo que merece) extraordinarios profesionales de su viejo y hasta cierto punto respetable oficio. Alguna que otra vez, en rabiosa defensa de su vida o cegados por bajas pasiones, eran capaces de matar a cuchilladas. Pero más bien por primitivismo brutal, que por maldad innata. De nueva cuenta, saber que la crónica de lo que vive el barrio pobre recuerda páginas de Jorge Luis Borges en Hombre de la esquina rosada: Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por un placero insolente de ruedas coloradas, lleno hasta el tope de hombres, que iba a los barquinazos por esos callejones de barro duro, entre los hornos de ladrillos y los huecos, y dos de negro, déle guitarriar y aturdir, y el del pescante que les tiraba un fustazo a los perros sueltos que se le atravesaban al moro, y un emponchado iba silencioso en el medio, y ése era el Corralero de tantas mentas, y el hombre a pelíar y a matar.