Casualidad

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Mientras maneja para el trabajo, su nombre le viene a la mente, los beneficios de la tecnología, le permiten marcarle desde la pantalla del carro. Suena el teléfono, timbra varias veces y contesta: 

Hola, ¿Cómo estás? 

Bien y tú.

– Yo, ya en camino para el trabajo, contesta. 

 

– ¿Qué curioso? Yo también, vengo por avenida Revolución, pienso bajarme acá delante para comprarme un café y tomármelo antes de llegar.

 

Ah, yo también voy por el mío, le digo.

–¿En dónde vienes exactamente?

– Vengo en el camión, estoy en el semáforo de la estatua de Andrés Balvanera. 

– ¿En serio? ¿En qué camión vienes? Porque yo estoy parada atrás de un “qrobus” nuevo. 

– Ah caray, ¡ya te vi! ¿Qué onda con eso? Me dice sorprendido.

– Pues no sé, si gustas, bájate en el siguiente superQ, y ahí buscamos si hay café. Llevamos buen tiempo para un tomarlo acompañados. 

Ella, desde su carro, mira cómo él se baja del qrobus, mientras busca estacionarse, se miran sonrientes por la casualidad. Antes de entrar, agradados por la circunstancia, se saludan, comentan alegres la coincidencia. 

Ante la máquina cafetera, él le pregunta de qué sabor quiere su café, también prepara el suyo. Ambos actúan divertidos, el diálogo es breve, espontáneo, divertido.

Cuando salen de la tienda, ella le ofrece, llevarlo a su centro de trabajo, él acepta gustoso. En el trayecto del camino, tocan varios asuntos, platican, sonríen, se miran y vuelven a decir ¡qué chistoso! ¡Qué coincidencia!

Llegan al centro de trabajo, se estaciona, mientras comentan pormenores con la voz, con los ojos, con las sonrisas, el café se termina. Dada la hora anticipada, se despiden contentos, emocionados, deseándose uno al otro lo mejor del día.

 

Ella retorna a su camino que, también queda cerca de su empleo. Se sonríe para sí, sintiendo la travesura del universo que lleva consigo el café de la mañana con el delicioso aroma de la presencia del recuerdo.