Circo legislativo
Resulta grotesco que quienes deberían ser la voz del pueblo se conviertan en protagonistas de un espectáculo digno de una arena de lucha libre. Legisladores que, incapaces de articular un argumento, recurren a los puños, los gritos y hasta los jalones de cabello, como si la política fuera un ring y no un espacio de construcción democrática.
La ignorancia se exhibe sin pudor: en lugar de debatir ideas, se lanzan golpes; en vez de defender proyectos, se defienden con insultos. ¿Para eso juraron representar a la ciudadanía? ¿Para degradar el Congreso a un teatro de vergüenza nacional?
Cada agresión es un recordatorio de que la mediocridad ha tomado asiento en las curules, mientras la ciudad enfrenta problemas reales como inseguridad, desigualdad y servicios públicos deficientes, los supuestos representantes prefieren protagonizar una tragicomedia que no aporta nada, salvo la certeza de que la política mexicana tiene protagonistas de infima calidad.
El pueblo no eligió gladiadores ni bufones; eligió legisladores, pero lo que recibe es un circo barato, un espectáculo que debería avergonzar a cualquiera que aún crea en la dignidad del servicio público.
Todos ellos, legisladores y legisladoras, con sus trajes caros y sus sueldos generosos, comportándose como adolescentes en una secundaria conflictiva; la diferencia es que a los adolescentes aún se les podría disculpar (y quién sabe) por la falta de madurez. A los diputados no, puesto que ellos cobran por ser adultos responsables, para construir acuerdos y debatir ideas.
El pueblo espera soluciones, pero recibe bofetadas; espera leyes, pero recibe jalones de cabello; espera dignidad, pero recibe vilipendios.
Y no, no se trata de un simple calentón del momento; es la radiografía de un sistema político que premia la mediocridad y castiga la inteligencia, que establece que estos entes pueden hacer lo que quieran sin recibir sanción alguna.
En el Congreso de la CDMX hemos testimoniado un espectáculo tan grotesco que uno imagina a los legisladores practicando en casa frente al espejo: Hoy no voy a estudiar la iniciativa de ley, mejor voy a ensayar un buen empujón para cuando me toque la sesión.
Y claro, cuando llega el momento, ahí están, listos para la función, con la misma pasión que un luchador de la AAA, pero sin la gracia ni el talento.
Lo más insultante es que después de la trifulca, esos mismos legisladores salen a dar declaraciones como si nada hubiera pasado; hablan de defender la dignidad, de no permitir provocaciones, como si la dignidad se defendiera con golpes y no con argumentos.
La dignidad, señoras y señores diputados, se defiende con ideas, con proyectos, con trabajo serio; lo suyo no es dignidad, es una vulgar pelea entre arrabaleros.
Pero por encima de todo, está la postura pasiva de la población, de verdad, ¿eso es lo que merecemos?, ¿por qué no somos capaces de alzar la voz?
Como formadores, como ciudadanos, no podemos permitir conductas de tan bajo nivel, porque al callarnos, nos convertimos en cómplices de este circo legislativo.
Todo esto sucede porque personajes sin una educación formal, con deficiencias cognitivas y académicas evidentes, son votados o colocados por el simple hecho de ser famosos, o por ser familiares de alguien con poder.
¿Hasta cuando?

