CITAR AL CRONISTA

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Si se cita a cronistas de mitad de siglo XX y en adelante, debemos poner atención a sus ejemplos de vida y sabiduría. Bien recuerdo a don Javier Romero Quiroz, en citas que teníamos durante la semana… reuniéndonos con varios intelectuales, artistas y profesionistas de la Universidad Autónoma del Estado de México o de profesores que habían egresado de las Normales de la ciudad capital. De esa experiencia fue que en 1982, nació el Ateneo del Estado de México, primero presidido por don Javier Romero y después, por la intelectual y promotora cultural Graciela Santana Benhumea. Citar a cronistas de aquellos tiempos —generación nacida entre 1910 y 1930—, es recuperar pedagogía de quienes desearon ser ciudadanos sabios del acontecer de su patria chica y de Toluca en particular; atender no sólo en la escritura, sino en la labor editorial proyectos tan importantes como la Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, que es paradigma de una seria recuperación sobre lo nuestro en sus raíces profundas de historia y cultura nacional.

El motor de ello lo fue don Mario Colín Sánchez, quien con esa sola obra sería reconocido por siempre. Bien sabemos de sus proyectos como promotor cultural, escritor y editor de carácter nacional. Citar a cronistas de ese tiempo es retornar a la cita cada mañana de lunes a viernes en Fonda Rosita; se hallaba en el pasaje de la Concha Acústica, en Los Portales de Toluca. Donde después de las ocho de la mañana nos dábamos cita —debo decir—, alrededor de don Javier Romero Quiroz, para hablar de muchas cosas que eran inquietudes históricas y culturales en tierras mexiquenses. Un tema que era recurrente, el saber qué cosa quería decir cada palabra en náhuatl, dentro de las denominaciones de los pueblos mexiquenses, y qué quería decir cada nombre de algún personaje de la historia prehispánica en nuestro tiempo. Recurrente es el ejemplo de vida que sufriera para bien Miguel León-Portilla, cuando se acercó con el padre de la crónica nacional, Ángel María Garibay, toluqueño de cepa, que al pedirle colaborar o estudiar con él, le respondiera el sabio Sabes hablar el náhuatl, a lo que León-Portilla le dijo que No. Entonces vete a estudiarlo y cuando lo sepas regresa conmigo. Lección para uno, lección para todos.

Así, las reuniones a tomar café y en pocos casos a desayunar el que quisiera hacerlo, pagando cada quién lo que pedía; reuniones que hoy hacen falta, pues nos daban a muchos una cultura más allá de la cotidiana labor: fuera ésta en universidades, normales de profesores o en oficinas de gobierno en sus tres niveles. Bien recuerdo que los más visibles de tales mañaneras lo eran don Javier Romero y el pintor admirado y bien querido Leopoldo Flores. En la lección de discutir a veces acaloradamente sobre glifos y denominaciones en el náhuatl. De esos recuerdos al revisar los textos de Rodolfo García Gutiérrez, o del recuerdo de mis charlas con don Poncho Sánchez García, quien me insistía en atender los términos de la lengua indígena más socorrida en la entidad. Muestra en su texto sobre Dos viajes al Nevado, veo las citas de Rodolfo y atiendo sus reflexiones al respecto. Dice: (1) Ha sido muy controvertida la etimología del nombre Xinantécatl; pero con base en las Relaciones de Temascaltepec, escritas por Gaspar de Cobarrubias, el siglo XVI, el problema parece simplificarse. Llámenle las Relaciones Chignahuitécatl a la sierra; y por lo que se ve a la primera porción de la palabra, indudablemente que se refiere al numeral náhuatl, nueve. Las citas a beber café o té en la Fonda Rosita llevaban a discusiones, en que muchas veces se perdía la amistad por la terquedad de uno u otro bando. Lo viví durante casi dos años con los cronistas municipales, en aquél entonces siendo 121, pues tal era el número de municipios que tenía la entidad entre 1985 y 1987.

Sí, la tendencia de los cronistas es a confrontar cada uno sus conocimientos sobre términos de lengua náhuatl, otomí, mazahua y en menor medida, el matlatzinca en Temascaltepec y, el ocuilteco en Ocuilan. Ampliando sus conjeturas, Rodolfo señala: Por otra parte, la sección del Valle de Toluca se llamó en la época prehispánica Chignahuapan, que quiere decir en las nueve aguas o nueve manantiales. Por otro lado, los nahuatlatos, dicen que la disidencia técatl es expresión gentilicia. Así, al nacido en Chignahuapan, debió de llamársele Chignahuitécatl, que es, precisamente, el nombre que menciona Cobarrubias. Ser cronista no es tarea menor, y lo es más difícil, porque Toluca y el Estado de México no nacieron con la llegada de españoles a América en 1492; para los que se detienen en una cultura españolizada e ideológicamente dominada por el catolicismo, todo se comienza en ciudad de México en 1521 —como se quiere hacer saber—, cuando el nacimiento de grandes y antiguas ciudades en la cultura humana: es lento y larguísimo proceso de acomodo de culturas, para fundar lo que hoy tenemos en expresiones impresionantes en la capital del país, en ciudades que bien caen en el género de leyendas: Guanajuato, Guadalajara, Zacatecas, Querétaro, Morelia, Oaxaca y Toluca. Herederos de las mayores culturas del centro del continente americano, con sólo esa referencia estamos diciendo de la importancia de haber venido a nacer en el altiplano de culturas originarias y, de pueblos que fundaron igual que el Perú, el gran pasado prehispánico que nos protege de la falta de identidad ante el mundo.

Estudioso profundo de las cosas y de lo que vive el cronista Rodolfo García, explica, por ejemplo: Cuando el natural de un pueblo se distinguía por algún título —Nombres Geográficos Indígenas del Estado de México p. 213—, se le daba el nombre gentilicio por antonomasia, y se significaba jefe, general; y se compone de tlacatl, hombre; y la disidencia técatl, que evidentemente, no tiene aquí significado de origen o nacimiento, sino el de mando, jefatura, señorío. El hombre que acaudilla, domina u ordena, es un tlacatécatl. Y gentilicio, o nombre propio, es el que lleva la montaña más alta, la más señera del Valle de Toluca. Por tanto, según el sentido que le demos a la disidencia técatl, de los dos que se apuntan, el nombre de nuestro volcán significa: El Chignahuipense; o bien, el Señor de Chignahuapan.

Estudiar mucho de cronistas y su vida: seguir sus huellas y experiencias, no sólo de lecturas sino de sucesos del vivir a diario; estudiar crónica histórica y no convertir en mito, sólo el escribir del presente, cuando el cronista que goza y sufre la vida, sabe que todo es suyo: pasado, presente y futuro. Quieres ser cronista o escribir como cronista, tu deber es leer mucha crónica, de aquellos que han dejado huella en libros publicados. No en los que dicen que van a publicar y nunca lo hacen. En textos que don Poncho Sánchez García señala como tarea: escribir, escribir y publicar lo escrito. Es frecuente que se asuman papeles en literatura por aquellos, que con una sola plaquette o un medio libro, se asumen como poetas, cuentistas, ensayistas, cronistas o hasta dramaturgos: cuando nunca han pasado por los escenarios ni la puesta de una obra, en teatros de su comunidad, entidad y país.

Válido es ponerse en serio las botas de un género literario y, abordarlo a partir de sabiduría que viene de estudiar el pasado en todas sus épocas: desde muy atrás en los siglos y, hasta la etapa más reciente. Cosa que Toluca es admirable por sus escritores en crónica que tiene para leerlos. No hay que buscar fuera, sino dentro de la ciudad por sus palabras publicadas. En ejemplo de vida de cronistas que a mitad de siglo XX, fundan la gran corriente de cronistas que a nivel estatal terminan creando en enero de 1986, la Asociación Mexiquense de Cronistas Municipales (AMECROM). Donde destacan nombres de Margarita Loera Chávez, Ricardo Poery, Alberto Fragoso, Isaac Velázquez, Alfonso Sánchez García, Ignacio González Polo, Jesús Ihmoff Cabrera, y varios más; producto ello de la idea de Mario Colín Sánchez a inicios de década de los ochenta. Yendo más allá de la imagen del cronista de Ciudad como se sabe.