¿Cómo es eso de “La muerte de Dios”?
En el último espacio nos habíamos referido someramente a algunos aspectos que sugerían al ateísmo como una posición que, ante el misterio de la forma religiosa de ver el mundo, se muestra árida, vacía, estéril. En éste, me gustaría concentrarme en el que considero el corazón de las formas vulgares de ateísmo. Cuando hablo de formas vulgares de ateísmo me refiero a todas aquellas cuya columna vertebral ‘intelectual’ es la siguiente tesis: Dios está muerto, porque es un concepto relativo a civilizaciones antiguas que ya superamos a la luz de la intelectualidad racionalista y de la ciencia. Digo que hablamos con ello de una forma vulgar de ateísmo porque quienes la suscriben ni si quiera suelen reparar en entender a lo que apunta esta sentencia Nietzscheana, que en cierto sentido ya estaba en Hegel y que perdura en Dostoievski.
La cita descansa, concretamente, en el Aforismo 125 del Libro III de la Gaya Sciencia, y –puede variar dependiendo de la traducción– dice lo siguiente: ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los asesinos de todos los asesinos? Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo, sangra bajo nuestros cuchillos. Si bien el asunto sigue ocupando a filólogos y a eruditos en la obra de Nietzsche, el trasfondo es medianamente claro y existe consenso sobre él: Nietzsche no dirige sus lamentos y bramidos sobre el concepto de Dios de una forma despectiva para deshacerse de él como si se tratase de un lastre para el progreso humano.
La genial parábola anidada en este aforismo niega dicha posibilidad rotundamente, porque su fondo es otro: el entendimiento comprometido, trascendente, agradecido y digno de la vida religiosa ha llegado a tal estado de degradación por quienes la propugnan y la usan como un instrumento de dominación masiva, que de lo que un día fue Dios y de vivir a Dios con dignidad, en la tierra, en el instante en el que vivimos, ya no queda nada. Nietzsche, si uno revisa bien el aforismo, habla en un tono apocalíptico evocando la capacidad mimética de lo trágico y trata de censurar a la condición humana por haber hecho algo que hacía ver el mundo como maravilloso, un recurso de manipulación masiva y una prótesis moral para no sentirse tan mal a la hora de complacer nuestras más bajas ambiciones. En ningún momento hay un vestigio de progreso o abandono de un estadio primitivo en sus palabras; a no ser que forcemos mucho el texto, claro.
Entonces, el texto de Nietzsche, o más bien, la expresión per se tiene un claro carácter violento hacia la vulgaridad de la vida religiosa en Occidente y a la sobrevaloración del conocimiento científico y a la ilustración mal encaminada. Esconde, pues, una lástima profunda por habernos divorciado y haber perdido el profundísimo sentido que la manera religiosa de vivir da al mundo, de haber perdido nuestra perfección espiritual sea por la ceguera de la ilustración o por la masificación de algo tan inefable como es vivir el significado de lo que la palabra Dios esconde.
Como decíamos: la mirada evolucionista de la ciencia muchas veces nos llama, nos tienta, pero, frente a la mayoría de los problemas que se hunden en lo más profundo de lo que es el hombre y de lo que es el mundo, tiene límites que se deben de saber reconocer, pues evadir problemas inexplicables, de ninguna manera significa haberlos solucionado.
