CON LA DISCULPA A LA TRISTEZA
–Poema 24–
La ventura de abrir los ojos
Triangulares, cuadrados, o redondos para
Que giren a lo largo del día a la velocidad
De tu propio timón que puede hasta latir como
Un corazón a 300 nudos sin icebergs de por medio
Y luego erguirse del tálamo
Como un resorte sin techo de por medio
Que malogre el salto
La ducha a presión de los 7 mares
Graduándolas por una llave
La ropa puesta con ayuda de un espejo de cuerpo entero
Y no con un ayuda de cámara
El desayuno contigo
Embatada con la transparencia más transparente
Haciendo reír a la conversación matutina
Sin contar tu melena, tu cabello, tu pelo
Suelto al viento natural que lo vaporiza
y lo mueve en cámara, lenta,
y todo sin apuros, pero sobre todo,
sin celulares, sin timbres, con los niños
con las loncheras llenos de libros prohibidos
y los gatos con las panzas llenas retozando
y mirándonos con un solo ojo, y sin timbres nuevamente,
sin noticias
haciendo planes
sobre la salida nocturna de ese día
y de ahí un reloj mudo estacionado en una playa bien techada
y luego una elipsis
un viaje con avión convertible
y una tertulia con cafés ciegos de alcohol
quizá con algunos compañeros de paso
que no interrumpan
También una playa, otra
Con delfines de colores, en vez de motos de agua
Un mar con todas las respuestas
Y de broche del día,
Una puerta cerrada en la habitación
Del hotel con un cartel que diga:
ne pas déranger
(Con el perdón de las clisés, los lugares comunes, las metáforas baratas, lo recursos socorridos, pero sobre todo con las dispensas a Corín Tellado, que no encontraba mayor felicidad que ésta, pero por sobre todo, con mucho respeto a la cursilería… porque los poetas de vez en cuando –a la muerte de un obispo, por eso ponemos francotiradores en el vaticano– conocemos, por lo menos por un segundo, la felicidad).