Creer

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Fui de la cama al baño a las 2 de la tarde. Del baño a la cocina por un poco de café para lidiar con la resaca. De la cocina a la sala para prender el televisor y estar al día con las noticias. Ayer hice un texto que me dejó un sabor de boca maravilloso. Cuando eso pasa las noches se me alargan hasta encontrar la mañana entre humo, tragos y canciones lentas. De las noticias al teléfono para revisar los correos con alguna buena noticia, en cambio me encontré una charla en redes de un ex deportista sobre el valor de creer en sí mismo; discurso del que escapé rápidamente, me irritan ahora las peroratas extravagantes con la fórmula de la vida, sobre todo si en ellas la neurótica obsesión de la felicidad aparece. Es el pesimismo el que nos hace sobrevivir. Sin embargo, con cabeza fría concuerdo que creer en esta vida lo es todo, de otra forma hace mucho hubiéramos dejado este plano.

De lo que pasa afuera muy poco me importa y sólo necesito algunas señales de vida de las personas que quiero para continuar con mi ostracismo auto infligido. De la sala pasé al cuarto, justo debajo de un inmenso ventanal donde, en un camastro tejido, puedo ver árboles, a las nubes que ocasionalmente vienen a saludar y algunas buenas ideas para ser materializadas. Es ahí donde compruebo a cada vuelta, que si logro estar en paz conmigo mismo para estar a solas y leer un buen libro sin que los ruidos accidentados y ocasionales allá afuera me hagan sentir que me pierdo de algo, todo está bien. Ahí, en ese momento, es cuando creo en ti.

Del camastro voy al reproductor. Traigo clavadas en la cabeza las canciones de Tom Odell, un pianista de voz aguda y letras poderosas que pueden resignificar la vida de muchos, más que una charla motivacional sobre el valor de la fe en sí mismo. Del reproductor voy al baño y es en ese momento en que todo cobra sentido, los días me persiguen. La música toma de la mano a la vida y la embelesa para presentártela en otro momento y darte nuevas lecciones. En una tarde parecida fue que todo comenzó. Y aunque mucho de esta historia en pausa entre los dos ha sido mayormente una tragedia, me gusta que estés aquí cuando estoy bien, cuando no es tu ausencia la que me obliga a pensarte sino la original idea de que juntos y llenos de calma nos haríamos tanto bien; que estaríamos en una posición envidiable para relatar un acercamiento real a la tan demandada felicidad.

Echado para atrás sobre los azulejos fríos del baño, el piano era más dulce que antes. A través de los cristales ahumados de la ventana que dan al corredor de las casas vecinas, la tarde y todo dentro de ella se desintegra, se escurre, titilan para mí sugiriendo el violeta es el lenguaje del amor. Afuera, las puertas de los cuartos se llenan de ausencia, la ausencia de la tarde donde todos, orgullosos y satisfechos incluso con sus problemas vuelven a casa para amansar al buey de la rutina. Pero aquí, nadie se queda. No hay un toque de queda, una puerta o algo así que distraiga la paz a la que de todos modos no le harías daño.

¿Estás sola ahora?, me pregunto, para pedirte espiritualmente que si es el caso, vengas a casa. Para escuchar algún disco, sonreírnos como lo hemos hecho siempre o hacer por fin el amor. Pregunto si estás sola porque te extraño, porque te deseo y sé que ambos estamos al pendiente del otro sin que ahora nos atrevamos a decirlo. Pregunto si estás sola porque de ser así, la semilla ha germinado.

De la casa sola voy a la calle, solo para que los discursos cotidianos me den el pretexto idiota para evocarte con más fuerza. Porque a pesar de los miserables empleos y los crímenes que en ellos se comenten, fue en esos pantanos donde te conocí. Entonces, y sin decirlo cuando canté para ti, pensabas estabas lista para ser mía y tuve que ser yo quien se alejara. Desde entonces has pasado por otros brazos turbulentos, donde también segura estabas a pesar de las guerras cotidianas, no tendrías la fuerza de alejarte. Entonces, si ahora estás sola, otra mujer ha enraizado por fin dentro de tu corazón. Esa que sonríe al espejo, en otra soledad distinta a esta, llena de vida y de sueños.

Sí, creer es importante, por lo menos para mí: tuve un hermano al que le pedí una noche fuera en plena madrugada a rescatarme de una borrachera. No apareció. No lo culpo. La llamada de auxilio era falsa, yacía en la comodidad de una banca del parque enteramente sobrio, pero tenía que saber eso. Entonces te pido borremos ese trago amargo. Por supuesto no te iba arrancar de tu cuarto de universitaria esa noche, particularmente con el riesgo de estos tiempos, solo necesitaba saber estabas dispuesta a estar ahí. Y sí, de ser posible borremos ese último mensaje lleno de furia y decepción.

De la calle pasé al teclado. No hay mejor forma para querer a alguien que cuando se está en calma, cuando en los rincones y la oquedad de una casa vacía se materializa a esa persona para compartir y no rescatar. Ser y no abandonar. Estás ahora, porque no eres más importante que yo. Del teclado a la fe. Creo en tu aparición definitiva.