CRONISTA DEL XINANTÉCATL
Si de alguna manera hay que recordar y leer a Rodolfo García Gutiérrez, es por su amor y estudios sobre el volcán de Toluca. Bien se puede decir que es el Cronista del Xinantécatl por regresar a explicarnos o dar luces sobre la mole que ahí, viéndonos a quienes habitamos el Valle de Toluca por sus cuatro puntos cardinales, es la expresión más bella de nuestro paisaje. Científicos fueron los que visitaron inquietos por saber qué sucedía en las alturas de este volcán que, al parecer, no era ya peligroso de cometer erupciones, ni menos de lanzar lava de su extenso cráter que era hábitat de las lagunas del Sol y la Luna. Cuenta Rodolfo de la visita de Olivier Dolffus y Montserrat: Opinaron que el nivel más o menos constante de las lagunas, se debe a que “aunque estos lagos reciben en la estación de lluvia gran cantidad de agua, el nivel de aquellos no crece de una manera notable en razón de la rápida evaporación que las aguas sufren por la poca presión que se combina para el efecto con la mayor evaporación de la temperatura. Dolffus y Montserrat hicieron valioso estudio geológico e interesantes observaciones barométricas. Calcularon para Toluca una altura de 2,682 metros sobre el nivel del mar; para los límites de la vegetación arborescente, 4,095 metros, y para el Pico de Fraile, el más alto del Nevado 4,578.
Diverso es el viaje del literato José María Heredia y Heredia al volcán Xinantécatl en diciembre de 1836. El poeta enamorado de Toluca, aquel pueblito de no más de 8 mil habitantes que le albergó, y le dio posibilidad de decir tres discursos a nombre de los mexicanos en la década de los treinta con el tema del 16 de septiembre. No fue poco esas designaciones, por algo fue director del Instituto Literario de Toluca, por lo cual le consideramos pedagogo a la altura de Felipe Sánchez Solís e Ignacio Ramírez El Nigromante, director del ILT, nada menos que en época en que el alto clero, y conservadores atacaban a Institutos liberales en el país; por ser expresión de laica cultura que rompía con el dominio de la mala teología —puesto que hay buena, ciertamente—, que se negaba a salir del oscurantismo medieval venido de la España oscura, que no comprendía que en el oro de la lengua castellana, venía también comprendido el idioma universal del humanismo que no aceptaba cadenas de ignorancia.
Rodolfo con sus investigaciones y crónicas del Volcán nos abre esta serie de reflexiones. Escribe: de las comparaciones de las opiniones de los protagonistas de los viajes que aquí se comentan. Se infiere que Dolffus y Montserrat no hacen más que seguir la huella de Velázquez de León. Las buenas razones del mexicano señorean el recto juicio de los extranjeros. ¡Cuán cierto es que nada existe nuevo bajo el Sol! ¿Pero alguien habrá que aproveche el lúcido entendimiento de un hombre, que subió al Xinantécatl para proponer a la posteridad la solución a la endémica sed que padecen el Valle y la ciudad de Toluca? de la mano de los científicos, sabemos que hay estudios que se han hecho y se deben hacer en tiempos modernos, pues lo que el volcán no produce en recursos acuíferos, es grave deterioro en calidad de vida, en sobrevivencia para quienes poblamos este valle de Toluca hacia todas partes. Los científicos por un lado y los literatos, historiadores o cronistas, periodistas o ensayistas, son amistad indisoluble en el tema humanista, así como canta a la belleza del Volcán toluqueño, oye voz de científicos y académicos en su preocupación por su cuidadoso trabajo, que debemos tener para que siga siendo el pulmón y reserva de agua fundamental en nuestra existencia cotidiana.
Nuestro cronista de fin de siglo XX escribe en su texto Un ascenso infantil: En el siglo, no importa que los viajeros se llamen Velázquez de León, Dolffus, o Montserrat, para ascender al Xinantécatl tienen que seguir alguno de estos dos vericuetos: el de los leñadores o el de los neveros. En los bordes del enorme embudo del cráter, hay un sitio llamado Cajones. Son estos cajones grietas del suelo rocoso, donde hasta en los días más calurosos del año hay nieve. Hasta ese lugar llegaban arrieros de Calimaya y Tlacotepec, con sus asnos. Cavaban en el suelo arenoso hoyos capaces de contener una barcina. La llenaban a paladas, y con sus toscos huaraches iban apisonando su carga. Esta carga se empleaba a manera de hielo. Lo que hemos de seguir leyendo del cronista del Xinantécal entra al terreno mágico de la literatura, el cronista se convierte definitivamente en un literato del tipo de Alfonso Reyes, que es capaz de unir en un solo texto por igual crónica, ensayo, poesía y relato.
Así leo con singular gozo siguiendo la idea de Jorge Luis Borges, que nos pide inclinemos la testa ante libros que dan gozo en la lectura. Así leo a Rodolfo con aprecio y gratitud: Casi un siglo después, un niño contempla todos los días, camino de la escuela, la yacente silueta del Xinantécatl. Desde Toluca los desnivelados labios del cráter simulan un escalón. Contra el peralte cubierto de espesa alfombra de nieve, un espolón azul semeja el medio cuerpo del jinete que fuese saliendo detrás de una eminencia. El niño sueña con la montaña. Se mira caminando sobre un blanco tapete. Se siente ir a cuesta abajo en alado trineo. Alcanza sin esfuerzo las nubes que pasan por el cielo… ¿De quién escribe, me pregunto? No, no es él, al paso de la lectura que llega a la ciudad de Toluca por alguna de sus calles, escribe: Enfrente de una academia comercial tienen su peluquería los hermanos Aguilar. Para pasar las horas muertas de la tarde, se reúne allí un grupo de rapaces. Entre los rapaces se cuenta Juan Govea. Tiene a lo sumo dieciséis años; pero desde hace cuatro se gana la vida como fotógrafo ambulante. Los más días de la semana trabaja en la Alameda, al pie del Kiosco que se eleva en la glorieta central. Los viernes atiende a su clientela en el Jardín de los Mártires. Es hábil Govea para enmarcar rostros en guirnaldas de flores o en barrocos corazones rodeados de imágenes y leyendas amorosas.
Ya escribió alrededor del tema del Xinantécatl de científicos que subieron al volcán. Escribió de un dibujante y litógrafo que acompañó a Joaquín Velázquez de León: Ignacio Serrano. Ahora nos recuerda Rodolfo que ha de ser la mirada del fotógrafo la que se deslumbre de la belleza y grandeza del volcán que domina media entidad mexiquense. No creo que haya nadie que hubiera escrito tanto del Volcán como lo hizo el originario de Huixquilucan, México. No tenemos palabras para agradecerle tales investigaciones, desde las referencias que hace en su texto El Nevado de Toluca, donde refiere, como ya lo hizo de otra manera lo siguiente: Otros personajes notables han visitado el Xinantécatl. Humboldt, el trotamundos genial: José María Heredia, quien confesó humildemente que en el cráter del Nevado sintió tanta emoción como ante las gigantescas cataratas del Niágara, y Gabriela Mistral, la extraordinaria poetisa de América, como las dos Juanas, la de Ibarbourou y la de Asbaje. A Gabriela la trajo a México Vasconcelos. Quien quiso que ascendiera a una de las grandes eminencias del Anáhuac. En Tenango se inició la jornada. Ella, frágil —al fin mujer—, se sintió cansada. Hubo que llevarla en andas hasta las lagunas, y bajarla en la misma forma hasta Calimaya. Nada escribió —que nosotros sepamos— de este viaje. ¿Hastío? ¿Indiferencia? ¿Exceso de vida interior? ¡Quién sabe! Heredia, por lo menos, publicó, con el nombre de Viaje al nevado de Toluca, un artículo célebre, que anda por ahí entre libros y revistas, hasta que alguien pueda superarlo. Así es.
Esa mole que a ciertos poetas les sorprendía o les causaba temor, es lugar de privilegiados, sean estos científicos, poetas o cronistas que encuentran en ese largo andar la emoción de ir a lo desconocido y, en ese transcurso admirar paisajes que no se ven en sus faldas ni, en ese ir cada vez más lejos, para convertir al Volcán algo inalcanzable a la mano y a los ojos de quien le admira, pero teniéndonos hipnotizados por unir belleza y fuerza, hermosa fortaleza que nos hace identitarios de Toluca.