DE LAS COSAS DEL SIGLO XVII
El libro Monja y casada, virgen y mártir es muestra de la facilidad con la cual Vicente Riva Palacio comprende los hechos de aquel siglo XVII. La lectura de esta novela nos lleva por los vericuetos de esos años en que todo se mezclaba a partir de un personaje como Sor Blanca del Corazón de Jesús. Como si fuera un pintor de escenas, el escritor dibuja una y otra vez el contexto en que la monja bellísima logra escapar del convento, convirtiéndose así en mujer que debe pagar su culpa ante el Santo Oficio, así que el ir de un lado a otro escondiéndose encuentra en el amor la salida a su situación momentánea. Los textos se agolpan para desnudar esas circunstancias que, por una parte, dibujan los intereses personales por el deseo de libertad y búsqueda del amor de parte de Sor Blanca, Del otro, don Melchor Pérez de Varais, que huye a toda prisa para recluirse en el convento y así escapar a la justicia del Virrey, que sabe que es uno de los conspiradores más recalcitrantes en contra de su gobierno, además siendo aliado del Arzobispo, por lo que en el convento ha quedado protegido y seguro de que no le pueden apresar.
Son los textos de Vicente Riva Palacio los mejores conductores de escenas por demás interesantes y ágiles en comprobar sucesos que surgieron de juntar sus investigaciones sobre aquellos 60 libros sobre hechos que sucedieron y en los que participa la Santa Inquisición en México. Primero regresar a Sor Blanca del Corazón de Jesús, lo que le acontece en un momento dentro del convento. Escribe Riva Palacio: Sor Blanca se despojó después de los sayales y se vistió un soberbio traje de brocado blanco; cubrió sus manos y su cuello de soberbias alhajas; oprimió sus delicados pies en unos borceguíes de tafilete rojo bordado de oro, y sus cabellos en una redecilla de seda y oro, y luego, como una niña comenzó a pasearse gravemente por su celda, procurando mirarse en su pequeño espejo. Si las otras monjas hubieran logrado verla a través de una cerradura, sin duda que hubieran dicho que un arcángel visitaba por las noches la celda de Sor Blanca. Qué diferencia puede haber entre la gran novela de Boris Pasternak, el escritor de la antigua Unión Soviética, titulada Doctor Shivago, reconocida como un monumento a la revolución de 1917 por su grandiosidad en los hechos y la relación del Dr. Shivago con Lara, la amante del mismo, con lo cual el autor soviético plantea la posibilidad de hablar del amor entre dos personas y como escenario los momentos álgidos de dicha revolución.
De esa manera, Riva Palacio, un siglo antes escribe una novela donde Sor Blanca del Corazón de Jesús ha de encontrar el amor en un personaje llamado don César de Villaclara. Es el virrey Marqués de Gelves, quien por cosas del destino hace llegar al amado que tanto extraña Sor Blanca hasta el propio lugar donde se encuentra escondida para no ser encontrada por su hermano don Pedro Mejía, por las autoridades tanto del clero como de la justicia y, por la Santa Inquisición, que le tenía destinado por haber huido del convento la peor de las muertes. Escribe el novelista: —Tengo que haceros una confidencia, don César —dijo el Virrey—, que a no tener de vos tanta confianza, no os abriera mi pecho francamente. —Puede V.E. depositar en mí su secreto, que sólo en un sepulcro pudiera estar mejor guardado. —Lo sé, y por eso os lo fío. Oíd. —Hable V.E., que es para mí mucha honra. —Don César, anoche he salido a rondar, como sabéis que tengo de costumbre algunas noches, y en la calle que está derecho de San Hipólito he visto a una mujer, don César, cuya imagen, poco tiempo presente a mis ojos, no se borrará ni se ha borrado un instante de mi mente. —¿Tan bella es? —Tan bella como un ángel, luz despiden sus brillantes ojos, perlas son sus dientes, coral son sus labios, rizos de seda negra juegan sobre sus espaldas y sobre sus hombros, que envidiaría la hembra más hermosa de Castilla. —Pero ¿quién es tan peregrina belleza? —Pluguiese el cielo que alcanzado hubiera la dicha de saber su nombre. Esa mujer que no debe tener nombre sino entre los ángeles. Muchos años han cruzado ya sobre mi frente, y la nieve de la edad blanquea mi cabeza ya sin que el fuego de los arcabuces haya podido derretirla, pero ni nunca tal garrida belleza he visto, ni nunca impresión tan extraña se ha apoderado de mí. Este es el favor que os exijo, este es el servicio que espero de vuestra amistad: saber el nombre, la clase y el estado siquiera de esa dama.
De una manera tan sencilla y fina teje sus renglones el escritor Rica Palacio, que la lectura de este libro se convierte en asunto de regocijo y curiosidad. Cómo es que ha de ir resolviendo dos asuntos, el primero del amor, el segundo, el de la sublevación contra el virrey Marqués de Gelves, que por sus andanzas a que está acostumbrado es que en esa casa que va directo a San Hipólito, es que ve salir a mulatos en actitudes misteriosas, y ahí mismo es que ve a Sor Blanca o doña Blanca de Mejía, que escondida en dicha casa, gracias a la amistad que tiene de otros años con el negro Teodoro, el cual laborara para doña Beatriz de Rivera —madrina en su tiempo de la monja huida del convento—. Las dos novelas que relatan asuntos de la Santa Inquisición son escritos con el cuidado que sólo un genial escritor es capaz de hacer: tocar el tema sin el oscurantismo o el derramamiento de sangre, llenando todo el cuadro de rojo a lo más posibles, en este caso, Riva Palacio toca la admiración por doña Blanca, al dibujar su belleza que al mismo novelista le conmueve y no sólo a sus actores o lectores. De esa capacidad son sus cualidades de escritor.
El tema del amor y el de la sublevación en contra del virrey Marqués de Gelves son relatados en apartados de fácil lectura, escribe el autor: Don Melchor Pérez de Varais entró al Arzobispado y se encaminó a la cámara en que celebraba sus consejos el prelado. El arzobispo don Juan Pérez de la Cerna estaba allí en compañía de otras dos personas y todas hablaban con tanto calor, que se conocía que de cosas harto graves e importantes trataba. Recibieron todos al corregidor con muestras de grande cordialidad y aprecio, y continuaron su ininterrumpida conversación. —Decía el señor oidor licenciado don Pedro de Guevara y Gaviria —dijo el Arzobispo al corregidor— que nada es posible adelantar con la vuelta de los galeones de Castilla, por cuanto a Su Majestad está completamente decidido por el marqués de Gelves. —por eso proponía —dijo el licenciado Vergara— mi compañero el señor doctor Galdós de Valencia, que era ya preciso consentir en que el pueblo obrase libremente, para obligar a la Corte de España a enviar un visitador y mudar la residencia del marqués de Gelves. —No me parece mala esa idea, tanto más que sobran personas que quieren tomar parte en cualquier tumulto contra el virrey —dijo don Melchor. —Creo —agregó el doctor Galdós— que contamos con tales elementos que nunca ocasión alguna pueda haberse presentado más propicia. En primer lugar, el apoyo de su Señoría Ilustrísima, que es ya más que bastante por su sagrado carácter y por el cariño que todos los fieles le profesan. El arzobispo hizo una caravana.
Todas las lecciones que da la historia sobre movimientos políticos refieren este tipo de reuniones. Saberlas dibujar o expresar a través de un relato o una narración como el que trata la novela, comprueba que los estudios de Vicente Riva Palacio y Guerrero iban a fondo de las cosas. Y que en su talento natural lo estudiado o investigado se convertía en escenas que le llevan a demostrar que fue uno de los escritores de mayor calidad del siglo XIX. El relato que se va haciendo para ir por el camino de los que hoy llamamos Golpe de Estado, comprueba que los seres humanos cuando decidimos actuar con maldad así lo hacemos, dice el novelista: —Así es en verdad —continuó el doctor— y no necesitaremos de ellos más que, como dice el oidor, de auxiliares. Contamos, además, con los negros y gente de color, que siendo libres. Les ha obligado a que se registren y paguen tributo, y no vivan de por sí sino en el servicio. Los nombres en esta novela comienzan a aparecer uno tras otro, en un rompecabezas donde todos tienen un papel principal.