¡Dejémoslos crecer!
En este mismo espacio he sido reiterativo en el sentido de que los padres de familia procuren estar cerca de sus hijos para coadyuvar a un crecimiento sano y armónico, en tanto existe una figura que les dé certeza, confianza y les muestre el camino.
Sin embargo, es claro que llegará un momento en que esos niños se transformarán en adultos y justo ahí es cuando debemos dejarlos enfrentar al mundo con las bases y aprendizajes que vienen cargando desde esos primeros años.
Así como es negativo ignorarlos y dejarlos crecer a la buena de Dios, lo es irnos al lado contrario y suponer que, independientemente de la edad que tengan, siempre tendremos que dar la cara por ellos.
En esta tesitura, padres de familia que, con hijos universitarios, optan por quedarse en la cafetería de la universidad o estacionados afuera para evitar que sus hijitos corran algún peligro; esto representa un contrasentido grave, pues si estamos seguros del trabajo que hemos hecho durante años sobre esto y ejemplo, no hay necesidad de estar como sombra para garantizar algún éxito.
No confundamos, una cosa es llevarle a un lugar para facilitarles el trayecto, pero una totalmente distinta y bizarra es quedarse en ese espacio a dejar que el tiempo corra para retornarlos al hogar.
Asumir esta postura significa no dejarlos crecer, es sano y necesario que los jóvenes tengan que enfrentar algunos retos del entorno para adquirir experiencia; vivir a las faldas de mamá no es el arquetipo de crecimiento por el que debemos pujar.
¡Vamos!, hay casos en que padres de familia de adultos (entiéndase mayore de 18 años), todavía se atreven a charlas con profesores y coordinadores universitarios para saber cómo es que va su bebé. Eso con el tiempo acarrea inseguridades y consigue que esos sujetos en construcción se conviertan en verdaderos inútiles, incapaces de asumir una responsabilidad porque esperan que sus papitos les resuelvan la vida siempre.
Parte del bien hacer de un tutor responsable es el crear las condiciones para que sus retoños tengan la capacidad de convivir con su entorno, lo que implica enfrentar algunos obstáculos que forjan el carácter y enseñan rutas de acción para el sujeto en construcción.
Cuando como padres tenemos que estar defendiendo a nuestros vástagos de todo, incluso de lo indefendible, la factura que habremos de pagar será demasiado alta cuando veamos la incapacidad de reacción y acción de quienes tendrían que ser sensatos y fuertes.
No queremos que los hijos sean tocados ni por el pétalo de una rosa, ¿Creería usted que hay quienes hablan a las escuelas para solicitar que sus querubines no salgan a su clase de Educación Física porque hace frio? De ese tamaño es la sobreprotección en la que algunas parejas caen.
Nos falta conciencia, nos falta sabiduría, nos falta valentía para dejar ir a los hijos para que encuentren su ruta solos; sin que eso signifique no estar para ellos, pero sin llegar al extremo de depender los unos de los otros.
Evitar aquella reflexión de Sófocles, los hijos son las anclas que atan la vida de las madres; nadie tendría que ser ancla, mucho mejor ser impulso.
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