DEPRESIÓN Y ANSIEDAD: LA SALUD MENTAL ANTE LA PANDEMIA DE COVID-19

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Ante la imposibilidad de atención presencial durante la pandemia de Covid-19, las consultas para temas de salud mental se movieron del diván al teléfono, a las videollamadas y a las redes sociales. El ingreso gradual a la “nueva normalidad” aumenta el riesgo de padecer ansiedad, depresión y trastorno por estrés postraumático por miedo al coronavirus. ¿Hay forma de adaptarnos a esta nueva realidad con un impacto mínimo sobre nuestra salud mental?

Una crisis epidemiológica como la del Covid-19 incrementa el riesgo de desarrollar problemas de salud mental. En México, como en muchos países, las medidas de prevención redujeron el contacto físico al mínimo y limitaron la movilidad en espacios públicos. Además, las medidas de aislamiento separaron a mucha gente de sus seres queridos. Los efectos de la situación de emergencia se hicieron evidentes durante el confinamiento y, muy probablemente, desatarán una nueva oleada de malestar en la llamada “nueva normalidad”.

Alguno de estos padecimientos afectará a una de cada cuatro personas en algún momento de su vida. Dos de cada tres nunca recibirán ayuda profesional. Los más comunes son la ansiedad y la depresión, que afectan al 4% de la población mundial, y que tienen un fuerte componente ambiental o social; en otras palabras, que pueden ser desatados con más frecuencia debido a lo que sufre una persona en su entorno.

Hasta finales de 2019, antes de los primeros brotes de Covid-19 en China, la principal preocupación de la OMS era la depresión; considerada ya como la segunda causa de discapacidad —entendida como pérdida de años de vida saludable— en el mundo y la primera en países en vías de desarrollo, como México.

La depresión es una enfermedad clínica que conlleva un estado constante de tristeza, melancolía y abatimiento; todos sufrimos situaciones en las que nos sentimos así, pero cuando un cuadro de estas características dura algunas semanas y dificulta o limita el desarrollo normal de las actividades cotidianas es necesario pedir ayuda.

Según la Secretaría de Salud (Ssa), alrededor de 15 millones de mexicanos padecen un trastorno mental, con la depresión y trastornos de ansiedad como los diagnósticos más comunes. Entre 1994 y 2008, las muertes por suicidio —un problema de salud pública vinculado con la falta de atención temprana a trastornos como la depresión— crecieron 160% en México y, hoy en día, es una de las principales causas de muerte en jóvenes de este país.

Quizá la única señal de su ansiedad, intensificada por la pandemia de coronavirus, son algunos posteos que ha compartido sobre el uso de cubrebocas, los riesgos de obsesionarse con la higiene junto a los usos correctos del cloro para la desinfección del hogar.

Además del diagnóstico de ansiedad, desde hace unos años Tania padece lupus, una enfermedad crónica en la que su sistema inmunitario ataca los tejidos sanos como si fueran invasores. El tratamiento para controlarla le provocó diabetes por esteroides. Por si fuera poco, es sobreviviente de cáncer y padece problemas respiratorios. Esto supone que, de llegar a contagiarse, su cuerpo sería sumamente vulnerable a un cuadro severo de Covid-19, por lo que toma todas las precauciones. La situación completa agravó sus crisis de ansiedad.

Se supone que México transita hacia la “nueva normalidad”, pero hay sectores de la población que deberán mantenerse resguardados unos meses más. En primer lugar, niños y niñas, que volverán a clases cuando el semáforo de riesgo sanitario pase al color verde. También seguirán confinados adultos mayores y personas como Tania, que padecen alguna morbilidad asociada a cuadros serios de Covid-19, como diabetes, hipertensión, tabaquismo u otros problemas respiratorios.

A la vulnerabilidad por salud y el cuadro de ansiedad, se sumó la inestabilidad económica. Como periodista independiente, Tania forma parte de un gremio que estaba en crisis antes de la pandemia. La emergencia también afectó su otro empleo, en la industria de los videojuegos, como organizadora de torneos de eSports. Aunque su casa ya funcionaba como oficina, el trabajo la mantenía en movimiento de un evento a otro. El coronavirus, desde luego, canceló todos sus viajes laborales.

El aislamiento social borró las fronteras entre espacios y horarios de trabajo, escuela y descanso para las personas adultas, los jóvenes y las niñas y niños por igual. Estos cambios bruscos, acompañados por la tensión que provoca una enfermedad aún desconocida, impulsan la aparición de pensamientos intrusivos: imágenes o ideas negativas que llegan de manera involuntaria y alteran el estado mental de una persona. Pueden surgir durante periodos de depresión, ansiedad y, en casos más agresivos, de trastorno por estrés postraumático o TEPT.

Una forma de evitar los pensamientos intrusivos es mantener la mente ocupada más allá de las actividades domésticas y laborales; tal vez con un nuevo pasatiempo, actividad física o alguna otra forma de entretenimiento. Pero, eso sí, evitando el consumo de información que intensifique la angustia.