Donde está el arte

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Audomaro camina lentamente por el museo nacional de arte sito en Tacuba CDMX y le viene una reflexión: ¿La perdurable es valioso y el efímero lo banal? Y así sucede en literatura, por ejemplo: Pedro Páramo quedo para siempre.

Y tornó a las pinturas. Un pintor, inscrita su obra con incuestionable arte en el MUNAL de apellido Pérez Manilla lo avasallaba: ese globo aerostático y el paisaje; la minucia aparente pero llena de arte de pintar a la gentecita admirando al globo de Cantoya. Y de pronto su reflexión se dirigió a la entrada: El Carlos IV de Tolsá que está enfrente del MUNAL… ¿desde cuándo se dio cuenta que cambiaba según el día, la hora, la estación del año? Igual las esculturas de Juan Soriano en plena vía pública: llovía y se veían “brillantes de agua”, su afamado burel de bronce era otro, como con dulce calma. En Otoño, los prohombres de las estatuas de Paseo de la Reforma, se entristecían y a veces tenían arrugas en el rostro y hasta las hojas secas marchitas que les caían en los hombros y en Primavera, una heroína, uno que otro prócer sonreían.

Recorrió más la cantina y miro de nuevo a las yerbitas amarillentas por el frio. Camino a su barecito y se sirvió un tequila y mientras se decía el solo SALUD se pregunto cuando diablos acabará esta pinche Pandemia.

Picasso, el mago trocó lo unidimensional por más dimensiones… ¿y en la escritura? En México, -puede que inconscientemente- “El Guardagujas” del maestro Arreola o “Tachas” de Efrén Hernández llegaron a novedosas maravillas. ¿y que tal “El libro vacío” de Josefina Vicens? ¿O “Farabeuf” de Elizondo? Y de quien ya reflexionó: José Revueltas.

Revuelve, aloca el concepto, haz un collage de letras, una verdadera sopa de letras, así como en el Futurismo de Felipe Marinetti: Recortar palabras –Audo piensa de un periódico- sin orden ni concierto. Esas palabras colócalas en una gran copa y revuélvelas. Y así, ve sacando una por una, y así pegándolas, con cierta medida de verso, construye un poema futurista. Lo que salga, lo que quede será un poema futurista.

Lo contrario es no salirte del cartabón: sujeto, verbo y complemento, con argumento tradicional: inicio, nudo y desenlace. Y entre más claro, más entendible, mejor, pero con clase y calidad.

Audomaro ahora lo lleva al cine: magistral “el Viejo y el Mar”. Que ni pintado, el libro de Homingway, en la blanca pantalla del cine brilla el viejo –Spencer Tracy- quien sigue el sueño de atrapar al enorme pez, lo logra y llegando con solo el esqueleto y sin parecerlo logra triunfar.

Argumentos “pintaditos”, no tanto como 8 ½” de Federico Fellini o las cintas de Buñuel o lngmar Bergman.

“Hallar nuevos caminos”. Intentar. Y Audomaro se pregunta: ¿Y porqué no hacer una novela de un soliloquio? Una interminable serie de pensamientos salidos, así como vienen, por decir, de mí o de la psiqué de una dama, nada fuera de lo normal, sin complicaciones algo así como un psicoanálisis, un hurgar en un alma que se desnuda.

Y Audomaro continúa preguntándose ¿Dónde está el arte?