EL AGUA Y SUS REDUCTOS COLONIALES
La sociología ayuda a comprender la situación real de una comunidad de individuos que forman al pueblo, la villa o la ciudad. Revisar los diversos estratos sociales con su diversidad compleja en cultura, economía, educación y bienestar social. Cuenta Margarita García Luna en su libro póstumo titulado: Una mirada a Toluca del siglo XVI / Crónicas y visiones: La villa de Toluca, escribe la maestra Iracheta, se planeó con todos los requisitos de las ciudades novohispanas: una plaza mayor se proyectó en el centro de la traza, esta plaza pública limitaba al norte con el río Xihualtenco o Xihualtengo que se llamó posteriormente Verdiguel. La plaza mayor lindaba por el sur con el convento franciscano ubicado en el corazón de la traza. La traza de Toluca era reticular, con manzanas divididas por calles y en la periferia se encontraban los barrios indios. En el siglo XVI Toluca contaba con el casco urbano y seis barrios habitados por las etnias mexicana, otomí y matlatzinca que, con los pueblos comarcanos, formaban la república de indios.
No existe otra manera de ir haciendo el seguimiento de los sucesos históricos en la formación de una Villa o Ciudad a la que se le quiera dar seriamente los prolegómenos de su creación. Ajena a discursos ideológicos, religiosos o partidistas. Me resulta grato recurrir al ensayo de Álvaro Enrigue con el título de La ciudad de México en sus 501 años, donde escribe: Dice Bernal Díaz del Castillo sobre la tarde de ese 13 de agosto de 1521. “Después que se hubo preso Guatemuz, quedamos tan sorprendidos todos los soldados como si antes estuviera un hombre encima de un campanario y tañesen muchas campanas y, en aquel instante que las tañían cesases de tañerlas”. La toma de Tenochtitlan había sido tan larga, tan brutal y agotadora que su rendición repentina se registró entre los soldados españoles como una onda de silencio.
Leyendo lo anterior, comprendemos mejor cuáles son los prolegómenos en el nacimiento de una nueva ciudad, nueva cultura que cambió el panorama del mundo al caer el siglo XV y nacer el XVI. Dice Enrigue: lo que sucedió el 13 de agosto de 1521 no se parece a la construcción que hemos alzado en torno a esos hechos para generar lo que Dennis Tedlock identifica en su prólogo al Popol Vuh como mitohistorias –y que Matthew Restall ha utilizado como una categoría crítica– para leer no sólo los textos de los pobladores originales de América, sino también crónicas de los conquistadores. Los hechos de ese 13 de agosto sin infinitamente más chicos que las interpretaciones que les han seguido desde entonces. ¿Cómo debemos hacer el seguimiento de la creación de una ciudad que en el sentido geopolítico y geoeconómico resulta un lugar de importancia en las alturas de la patria que busca crearse? Siempre regresan a mí las palabras del cronista de Toluca de 1981 a 1997, don Alfonso Sánchez García, magisterio de la crónica mexiquense: el Valle de Toluca, y la ciudad en particular, en los grandes movimientos que ha tenido la historia patria ha contado con la aportación de teóricos, más que de generales, que sí vinieron del norte de México.
Son elocuentes las palabras de Enrigue: la extinción del ruido que cuenta Díaz del Castillo opera en nuestra imaginación —por lo sucedido después— como la metonimia de la onda de silencio que siguió a la explosión de todo un mundo. En términos míticos es como si la singularidad americana se hubiese terminado ahí para siempre, pero la verdad es que lo único que se derrumbó el 13 de agosto de 1521 fue el gobierno de Cuauhtémoc —no se acabó ni siquiera su línea dinástica: sus parientes siguieron siendo tlatoques del altépetl de Tenochtitlan por un siglo. Es importante este ensayo porque da luces sobre lo que sucede en los años posteriores a 1521 en la hoy ciudad de Toluca. Creaciones por deseo de acomodar los hechos históricos a caprichos de gobernantes de todo tipo o, por visiones ideológicas o religiosas caen por su propio peso.
Basta con leer lo siguiente en el interesante ensayo de Álvaro Enrigue: Tras el silencio que describe Díaz del Castillo, sigue para esa historia épica que todos conocemos la limpieza de Tenochtitlan, comandada por aquel Cuauhtémoc avasallado. Sigue la disputa por el oro y el tormento del tlatoani. Sigue la violación y distribución de las princesas tenochcas y la catastrófica expedición a las Hibueras, en Honduras. Todo lo primero pasó inmediatamente después de la rendición de la ciudad, lo último ocurrió dos años y siete meses después; no sabemos nada de lo sucedido en medio, salvo por referencias vagas contadas años más tarde en las crónicas y el juicio de residencia de Cortés. Todo viene de ese núcleo que hoy llamamos ciudad de México, sólo a sesenta kilómetros actuales de la ciudad de Toluca. ¿En que puede diferir el progreso de una ciudad que vienen de siglos atrás, sobre todo con presencia de Matlatzincas y Otomíes, aunque al investigar se ve que otras culturas indígenas dejaron huella en estos lares, pues la pureza de culturas étnicas no existía en la Mesoamérica compuesta por más de cincuenta lenguas diferentes y ricas en contenidos gastronómicos, de costumbres y dioses? Los toluqueños debemos tomar en cuenta estos ensayos de estudiosos serios que nos hacen entender que hay que investigar mucho, leer y estudiar mucho, todo aquello que desde el mundo indígena nos llama a comprender lo que realmente sucedió sin banalizar la creación de tal o cual lugar, como si por decreto se pudiera crear la historia a modo.
Margarita García Luna, es una historiadora seria, y sabemos que se pasaba horas y horas en el Archivo Municipal de Toluca. Dice con seriedad algo que debe hacernos meditar: ¿Por qué no eran las autoridades políticas las encargadas de hacer llegar el agua a la población? ¿Se puede ver esto como una deficiencia en los avances de urbanización y de sana convivencia, particularmente en el tema de la salud y el bienestar social?… Cuenta la Cronista: A lo largo del periodo colonial, y hasta fines del siglo XVII, los conventos de San Francisco y El Carmen distribuyeron el agua en la villa de Toluca. El primero construyó un acueducto en el siglo XVI para traer agua de los manantiales donde se construiría la hacienda La Pila: este acueducto era turístico, subterráneo y comprendía cerca de cinco kilómetros de largo. En el siglo XVIII este acueducto llegaba a la esquina de Chapitel y de ahí distribuía el líquido a la huerta del convento y a la plaza pública.
El seguimiento que hace Margarita de los sucesos del agua, sus acueductos, fuentes y depósitos son materia de gozo por la diversidad de medios como se buscaba hacer llegar el agua a la población. Y sin embargo no era suficiente. Siempre la desigualdad entre los del centro y los de la periferia quedaba remarcada en quiénes sí tenían el vital líquido y quiénes no lo podían utilizar. Cuenta sobre ello Margarita: En el mapa que ilustra este artículo puede verse el curso de los acueductos que llegaban al convento del Carmen y al de San Francisco y la concentración de la población en el siglo XVIII, en torno a la plaza mayor y al convento franciscano en los callejones de San Juan de Dios, de Jácome, de Orihuela, de Joseph Ortiz, de Manuel de Vargas y del Obraje (actuales calles de Villada, Bravo Sur, Matamoros y Aldama). La maestra Iracheta Cenecorta repara en el hecho de que ambos conventos tenían grandes deficiencias para obtener y distribuir agua en las casas. El líquido llegaba a las más cercanas al convento de San Francisco que era el área donde se presentaba mayor densidad poblacional; las casas más distantes, desabastecidas, tenían que beber agua de los pozos que era salitrosa, o acarrearla de largas distancias. Los hechos en la formación de la ciudad tal cual la conocemos, es pues, complejo y nada fácil de decirlo con visiones políticas o ideológicas sin sustento en documentos de la época.