EL AROMA DEL TIEMPO
LO QUE OLÍ: Todo tiempo tiene su propio aroma. De los aromas, olores, esencias, bouquet característicos de nuestra Toluca de los sesentas y setentas…¿Quién recuerda alguno de los siguientes?: El olor a las palomitas que por años hemos disfrutado cuando caminamos por Los Portales; siguiendo con nuestro recorrido; el olor a chorizo de las ricas tortas de La Vaquita; el olor de las veladoras de la cerería cuyo nombre no recuerdo y que estaba junto a dichas tortas. La esencia de los perfumes y lociones que nos cautivaba al entrar a la Perfumería Corona; el especial olor a componentes químicos de la farmacia Central o de la farmacia azul y de la añeja botica La Moderna.
Pero retomemos la ruta alimenticia, ¿recuerdan el olor a paella del famoso español a quien apodaban el Guajiro? cuyo nombre era Antonio Sampedro, tenía su pequeño restaurante en las calles de Rayón, entre Lerdo e Independencia. Entrar a la pescadería Casa Bermudez a comprar sus famosas empanadas de pescado, era todo un regalo al olfato y al paladar del sibarita. Ese negocio quedaba en Independencia e Isabel la Católica, muy cerca de la famosa escuela primaria Miguel Alemán.
El olor a los tacos de plaza en el antiguo mercado 16 de septiembre, ahora Cosmovitral; la pastelería Cristal y la panadería Los Portales de los hermanos Larregui olían a ambrosía, al igual que los bolillos de la panadería la Libertad. Por el rumbo, el olor a café con leche del Café Liho; el de los bisquets recién horneados de la cafetería de la desaparecida tienda Woolworth. Por supuesto, el delicioso bouquet del café del mítico restaurante Impala recientemente desaparecido; el de los esquites, elotes y tamales que vendían a las puertas de la famosa Violeta.
Y qué tal el aroma a café que estimula nuestro cerebro y que nos anunciaba que estábamos pasando por la tradicional tienda de ultramarinos El Fénix, que fue la primera charcutería en Toluca; o el del café Elvira por los rumbos del Seguro viejo. Sin olvidar que en la entrada a esta nuestra tierra viniendo de la CDMX, el placer del aroma de la Nestlé. Y bueno, quien no recuerda el adictivo olor de los tacos de El Sol por el rumbo de 5 de febrero, o el que despedía el trompo de Don Esteban y sus deliciosos tacos al pastor; muy cerca de ahí, sobre la calle de Lerdo, los de cabeza y lengua de la taquería el eclipse o puede que me haya equivocado de nombre pero también tiene que ver con uno tomado del espacio sideral; o el de los primeros tacos al carbón que hubo en nuestra ciudad en una contraesquina de la alameda y también los ricos tacos de La Diligencia, en Felipe Villanueva por La Bombonera. Y como olvidar el olor a pambazos de La Poblanita de la Merced.
Y ya que tocamos las iglesias ¿Qué tal el especial olor a incienso de la Santa Veracruz, de La Merced o del Ranchito.
Acaso recordarás el olor a tinta que despedían las imprentas como la de El Escritorio en el centro, la de los Pliego por Bravo norte o la de los hermanos Cedillo por el rumbo de la arena Toluca, que por cierto, cuando celebraban peleas de box y lucha, también despedía olores característicos poco agradables al olfato pero no por ello inolvidables, como el que también nos llegaba de los vestidores después de un juego del equipo de Futbol Americano Potros Salvajes de la Universidad. Seguramente alguien recordará a qué olía el Volkswagen 66 del famoso Padre Marchetti, catedrático de la Prepa uno.
Y qué tal el golpe a cemento mezclado con cuero cuando recogíamos nuestros zapatos recién reparados en La Queretana de la céntrica y comercial avenida Juárez y sobre la misma, el olor a piel y a reatas de lechuguilla, cuando comprábamos arreos para la práctica de la charrería en la talabartería de Don Juanito en cuya marquesina se leía: La Palestina.
Vienen a mi mente aquellos olores a popelina nueva de la Camisería Cadillac atendida por el siempre amable y cordial Joel Vázquez. La mezcla de olores emanados de los laboratorios fotográficos de expertos de la lente de Foto Robles, Foto Alva, Foto Carlos.
Eran tiempos de calma contemplativa en donde uno daba rienda suelta a su curiosidad. Recuerdo alguno de esos días en que saliendo de la escuela secundaria número uno, nos metimos furtivamente al gran hotel que se encontraba en Los Portales; recuerdo que ahí respiramos un mosaico de olores surgidos de cigarrillos, pipas y puros, calados por caballeros elegantes de aquella época sentados en la barra, o jugando dominó o al ajedrez y si no mal recuerdo, había una que otra mesa de billar.
Churchill amaba los puros, recuerdo una de sus múltiples e ilustrativas frases: Fumar puro es como enamorarse. En primer lugar, se sienten atraídos por su forma, te quedas por su sabor y siempre se debe recordar, nunca dejar que la llama se extinga.
Ya para finalizar este recuento olfativo, seguramente, muchos estarán de acuerdo conmigo en que la mejor sinfonía olfativa la disfrutábamos sentados alrededor de lo más parecido a un pequeño paraíso en Toluca, como lo era la chimenea principal del famoso restaurante La Cabaña Suiza; el olor del crepitar de la leña al arder, la esencia de las fragancias de una bella dama, el bouquet de un buen cabernet y el aroma surgido del caquelon o fondue de queso vital para una buena camaradería.
Aquellos tiempos en que podíamos prestar atención simplemente a esos matices de los olores para alcanzar experiencias gratificantes mediante las reminiscencias de los olores del medio ambiente.
LO QUE LEÍ: El título y desarrollo de esta primera entrega del 2022, lo tomé de uno de los libros del filósofo coreano radicado en Alemania, Byung-Chul Han; y de una de sus frases que dice: La atomización de la vida supone una atomización de la identidad.
Siguiendo la ruta trazada por el coreano, para él, la gente se apresura, más bien, de un presente a otro. Así es como uno envejece sin hacerse mayor. Turisteando y surfeando de una ola a la otra, sin darse tiempo de construir una narrativa disfrutando el proceso para cumplir sus metas.
Sigo platicándoles de la pluma de uno de los filósofos más reconocidos de nuestro tiempo, que nos dice, que el sentido del olfato es un órgano del recuerdo y del despertar, capaz de resucitar nuestro mundo de la infancia y de la juventud. Nos ayuda a conectar nuestros puntos como lo sugería Steve Jobs.
El referente cultural común para conectar sabores y olores con emociones, es el trozo de magdalena que el narrador de Marcel Proust moja en una taza de tila en el primer volumen de su novela En busca del tiempo perdido. El ancla de la novela es el aroma, el sabor en un intento de devolver la estabilidad a la identidad del yo, que amenaza con desintegrarse. Vivimos una época en donde se experimenta una crisis de identidad.
El sentido del olfato es el puente entre nuestra experiencia de los alimentos y nuestra experiencia del mundo en general. Y suele acompañar a cada una de las inspiraciones que realizamos por la nariz. Detectamos los olores del mundo cuando inspiramos y los sabores cuando espiramos por la boca. El olfato nos ofrece información detallada sobre lo que nos rodea o lo que estamos a punto de tragar. Si nos tapamos la nariz, podemos detectar la dulzura y la acidez en la lengua, pero somos incapaces de distinguir un refresco de limón de uno de cola, y no podemos saber si el pan está tostado a quemado como un tizón.
A pesar de su prolongada reputación como una de las facultades humanas más pobres, el sentido del olfato posee sin duda el poder de conectarnos con el mundo que nos rodea, de revelar detalles invisibles e intangibles de este y de estimular sensaciones y pensamientos intensos: en resumen, de hacernos sentir tan plena y humanamente vivos como podemos estarlo.
LO QUE OÍ: El mundo es un espacio sonoro vibrante, en el que nada se pierde ni desaparece. El nuevo aroma en estos tiempos en los corredores políticos, además del sonido de los tacones pisando fuerte, también se respira el aroma de mujer.