EL BARRIO Y SUS CRONISTAS

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Tantos escritos sabios y admirables de don Poncho Sánchez García. El Prólogo al libro de El último farol es prueba de su gran sabiduría. Me atrevo a escribir que es de los escritos más sabios que hiciera en vida el profesor Mosquito. No me imagino las reuniones en el Olimpo que en vida tuvieron nombres como el poeta de Capulhuac y de nuestra patria toda Josué Mirlo —cuyo nombre era Genaro Robles Barrera—, Mario Colín Sánchez, Gustavo G. Velázquez, Clemente Díaz de la Vega, Rodolfo García Gutiérrez, don Poncho y Javier Ariceaga, Guillermo Menes Servín, Víctor Manuel Gutiérrez, Víctor Manuel Valdés, Alejandro Fajardo, Moisés Ocádiz, Rafael Ariceaga, en fin, son tantos los nombres que la crónica de la cultura en el Valle de Toluca hace obligado hacerles un homenaje para decir sus nombres, pues tanto dieron en sabiduría y en todos los géneros de la literatura y no sólo en la crónica.

Una parte del Prólogo al libro dice Pícaros de mi barrio reo: Lo único innegable es que el barrio ha despertado inmarcesibles ternuras y una abundante lírica que lo contempla estático, porque si se moviera se diluiría. No puede menos Javier Ariceaga que rememorar a Gardel en las añoranzas de su barrio reo, que seguramente es reo de algún delirio por las puniciones que eternamente sufre. Tanto recordamos a Luis González y ciertamente don Poncho nos hace ver que hay tanto en Toluca, en tierra mexiquense, en México y en el mundo sobre el tema de “El Barrio” como recinto donde la vida humana se desarrolla a partir de los últimos siglos, a partir de la presencia de la burguesía y la creación de centros urbanos donde pudieran vivir los campesinos convertidos ahora en obreros, y que no podían estar lejos de sus centros de trabajo, las fábricas, pues el tiempo es oro y, eso no le convenía a los capitalistas que necesitaban la mano de obra durante muchas horas a disposición en el día. Prólogo admirable y sabio de don Poncho, en el apartado De los Ariceaga, nos cuenta:

En el antiguo y venerable barrio de la Merced y dentro del seno de una familia de éstas que buscan catapultar a sus hijos “hacia mejores horizontes”, para que “sean algo” (viejas añoranzas de los hijos de algo, que terminan siendo hidalgos), nace Javier Ariceaga en el año de la desgracia de 1930, cuando hacía crisis la explosión mundial que agarró a las clases más necesitadas (y nunca satisfechas) de los cinco continentes y los siete mares. ¡Esa sí que fue crisis!, como dice nuestro cronista el Charro Correa. En Toluca se veían las calles desiertas, en los tendajones no se paraban ni las moscas, en los Portales sólo se paseaban los perros. La crisis de ahora es puro espejismo de amarguras, pretexto de desocupados, arenga de políticos que no quieren al PRI. Las tiendas abarrotadas, las calles móviles de gente, las masas vacacionando a miles, los restoranes caros llenecitos. Cuando Javier nace sí se chillaba de hambre, no cuentos. Un prólogo biografiado, esa era enorme cualidad del escritor que es por encima de todo don Poncho, mi maestro en eso de escribir.

De quien escribe don Poncho es en mis recuerdos de don Rafael Ariceaga, un hombre muy apreciado por el profesor Agripín García Estrada, pues si mal no recuerdo, colaboraba con él en la Dirección de Educación Pública del Estado de México en los tiempos del gobierno de Carlos Hank González. Hombre distinguido, don Rafael, era muy propio en sus relaciones sociales y laborales. Me inspiraba gran respeto pues su trato conmigo era de afecto y simpatía. En el texto don Poncho dice: Pero la familia Ariceaga tenía sus posibilidades y manda a sus hijos a la escuela. Recordamos cariñosamente a Rafael, que llega a periodista y maestro. Javier estudia la primaria en la “Urbano Fonseca”, nombre que le viene al plantel de la barbería de Villada a un “científico” que fue secretario de finanzas de don Porfirio. Pero para contradecir el nominal, la escuela es eminentemente proletaria y a ellos asisten los bravos mozalbetes mercedario que son buenos para la travesura, para el moquete, para el futbol. No por nada recuerda Javier el histórico “Caballo” Mendoza, de quien dice que fue el mejor pateador de bolas que dio el Estado de México. Por azares de la vida del hombre “que es cosa móvil”, como dice Barba Jacob, Ariceaga emigra a Michoacán, después de estudiar la secundaria en la “Benito Juárez”. En Morelia, se ”avienta” el segundo año de la preparatoria en el siempre venerable colegio de San Nicolás de Hidalgo. Donde adquiere su clara visión de nuestro México y su espíritu liberal sin demagogias. No tengo temor en decir de Sánchez García y Ariceaga Sánchez que son resultado de la educación cardenista que les da sentido social a todas sus acciones en vida. Liberales moderados que enseñan a los que tenemos oportunidad de pasar por sus lecciones de vida que los radicalismos sólo llevan a la catástrofe a la sociedad.

Este texto del profesor Mosquito es una biografía clara y objetiva del hombre sincero y noble que fue Javier Ariceaga Sánchez. Es lo bello, cuando se estudia algo el meterse de lleno, como el lanzarse a la piscina o al mar en sus profundidades buscando el objeto que se ha hundido o la estrella de ese mar refulgente de colores diversos y embelesadores. De eso habla Jorge Luis Borges, cuando dice que se debe leer por el gozo que ha de producir en nosotros tal lectura. Cuenta Don Poncho: Ya es casi bachiller y su cultura alcanza un grado considerable. No hace carrera lucrativa y no se expone, claro, a terminar de explorador de cuerpos o conciencias, sino que va a dar recto y sin titubeos al crisol de la letra impresa y se hace tipógrafo. Como a los gatos de sustanciosa mantequilla de cerdo, que al untársela en los mostachones bellos belfos ya no abandonaran nunca la casa. Javier recibe su bautizo de tinta en el bozo y ya nunca dejará el ambiente de los medianiles y los cuadratines. ¡Ni modo! Se condenó o se salvó porque de ahí saltará a la noble y nunca bien pagada carrera del periodismo en que se hace huesos viejos, pero centavos ¡cuándo! Al grado de que para poder llenar el propio buche, primero, y después el de la pollada, no le queda otra que ingresar al cuerpo de la policía de tránsito, de la que llega a ser comandante; pero al final de cuentas deja los cruceros, las delegaciones y vuelve a lo suyo, organizando los actos culturales del H. Cuerpo Policíaco. Toma también la pluma didáctica y publica su Manual de Educación Vial en el Estado de México. Cuánta alegría para don Javier el ver la opinión de un colega y maestro para el en la vocación del escritor. Porque debe quedar claro que por encima de todo género literario está el escritor que por juego o pasión lo mismo puede atacar con alegría el género que le llama la atención y su deseo de trasmitir lo que piensa, siente y le sucede. Sí, Ariceaga y Sánchez García nacieron para ser escritores. ¡Allá aquellos que a todo le ponen etiquetas que se desgasten poniendo nombres a lo que hace, o a lo que le quieren imponer como reglas de vida al que es escritor por encima de toda tarea con el lápiz y el papel!

Cuánto tengo en mi corazón y en mis textos escritos por otros a mi labor de escritor el prólogo que me hizo don Poncho para mi libro titulado El cuento de cuentos, publicado por editorial Praxis propiedad de mi amigo guatemalteco y venido a radicar a ciudad de México desde hace varias décadas. Páginas y páginas para decirme no pares de escribir y de publicar profesor, más o menos ese es su mensaje. Algo que no entendemos los que decimos querer ser escritores, aunque nos hacemos bolas diciendo que somos especialistas en tal o cual género, cuando el género viene de dentro y lo que manda en general es la vocación de escribir, de buscar ser con toda pasión el ser escritor y no otra cosa. Sabio lo fue don Poncho, sabio para decirme: Cuando haga un prólogo maestro Paquito, no diga de qué trata el libro que se presenta, pues eso hace que los lectores o asistentes a la presentación del texto ya no lo lean o peor aún, no quieran comprarlo pues ya sabrán de que trata Esa verdad de a kilo se me quedó por siempre. Por eso valoro mucho este Prólogo sobre don Javier.