“El chivo expiatorio”

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Una de las expresiones más extrañas que ha llamado mi atención desde que la conozco, raras veces la he empleado, pero atemoriza mi universo lingüístico por lo aberrante de su significado y el potencial de daño que conserva en sí.

En el Antiguo Testamento se hace referencia a la selección de un cabrito –animal blanco o puro– para el sacrificio y enmienda de la culpa, para agradar a lo divino. El  resto de la locución proviene del latin expiatorius que significa antes de la veneración.

Hurgando un poco en la historia del término, su origen supone la existencia de otros dos animales cabríos, considerados para ser sacrificados anualmente en el Tabernáculo Hebreo, primer centro religioso itinerante del que se tiene noticia.

 Volviendo a la pareja de machos, uno de ellos era elegido para sacrificio al bien y el otro se entregaba para expiar las culpas de todo el pueblo, ése y no otro, era el considerado chivo expiatorio.

En la actualidad, la frase se utiliza para designar a una persona que paga una culpa por otro, para que no tenga represalias, sin saber su efectiva responsabilidad.

Sociológicamente, una persona o grupo puede adquirir esta función para redirigir agresiones por parte de la población. Scapegoat en inglés, refleja mejor ese mecanismo de escape, incluso de persecución  mediante el cual, los contenidos psicológicos de culpabilidad son transferidos de una persona o grupo a otros.

¿Por qué la culpabilidad es una carga demasiado pesada de llevar? En general, en un sentido psicosocial, resulta que siempre estamos a la búsqueda de chivos expiatorios, hasta en las situaciones más cotidianas.

Conversaciones, novelas, artículos periodísticos se refieren ahora a víctimas de discriminaciones como chivos expiatorios de condiciones adversas de la sociedad.

Al interior de las familias, en las relaciones interpersonales también se vive este fenómeno, sobre todo se les acusa a familiares  del destino o los pecados de otros más puros.

Entonces, lo que empezaría como una simple designación animal, pasa a ser una victimización en vida, se llama por unanimidad culpable a alguien que puede no serlo, sólo por la influencia de comentarios de una comunidad, dichos de unos sobre otros.

Si el deseo es un fenómeno humano habitual, uno de los deseos más terribles es el de culpar a un ajeno, un tercero, cualquiera que pase por ahí o anular a una persona y hacerla surgir como un rival mimético como planteaba René Girard en  El chivo expiatorio: No importa ya lo que pudo originar el conflicto: más allá de cierto umbral, el odio carece de causa (…). Ahí está la terrible paradoja de los deseos de los hombres. Jamás pueden llegar a ponerse de acuerdo para la preservación de su objeto, pero siempre lo consiguen respecto a su destrucción; sólo llegan a entenderse a expensas de una víctima.

Ahora que caigo en cuenta de mi papel consuetudinario de chivo expiatorio, sigo preguntándome, ¿qué necesidad había?