EL ESTADO DE MÉXICO
Interesante resulta revisar lo que desde el 2 de marzo de 1824 ha sido el Estado de México, patria chica de don Isidro Fabela Alfaro, lugar del que sólo por tres años y medio fue el representante del Poder Ejecutivo y, críticos y políticos, así como el pueblo, en el estudio de la historia reconocen que le cambio el rostro a nuestra entidad: de tierra de pistoleros y facciones, de pasiones y reyertas, pasó a ser Estado civilizatorio, por lo que mucho dignificó con su gobierno la vida mexiquense en siguientes décadas. Historia de cerca de 200 años relata, primero su grandeza en cuanto a territorio y pasado prehispánico y colonial, del que se cuenta en cuanto a extensión territorial “contaba con 107,619 kilómetros cuadrados, pero amén de las ocho “desmembraciones” que a lo largo de su historia ha sufrido para crear otros estados, como los de Hidalgo, Guerrero y Morelos, perdió 86,301 kilómetros cuadrados para quedarse con 21,318” esto según datos del investigador Ángel Chopin Cortés, que aporta en su libro 25 gobernadores nacidos en el Estado de México. Bien se puede decir que a pesar de perder tan extensos territorios que le daban límites fronterizos con otras entidades y le hacían llegar al mar, la fuerza social, política, cultural o educativa no ha ido a la zaga de las demás entidades de la federación.
A lo largo de su historia ha gozado de múltiples reconocimientos. Al revisar el libro publicado durante el gobierno del Licenciado Emilio Chuayffet Chemor con apoyo del Instituto José María Luis Mora, titulado, Estado de México / textos de historia, compilados por las investigadoras Marta baranda y Lía García, encuentro los siguientes datos: “Ocho desmembraciones” por el cronista de la ciudad de Toluca, don Alfonso Sánchez García, el cual cita: “En su obra “División Territorial y Heráldica del Estado de México” el profesor Javier Romero Quiroz fija definitivamente la serie de mutilaciones de que fue objeto el territorio de nuestra entidad. […] la primera fue el 18 de noviembre de 1824, en que pierde su capital natural, la ciudad de México. Segunda: por decreto No. 16 del 30 de mayo de 1849, se crea el Estado de Guerrero. Tercera: el 16 de febrero de 1854, el presidente Antonio López de Santa Anna decreta la “Comprensión del Distrito Federal”, en que otras fracciones de nuestro territorio, no perfectamente determinada, se agregan a la capital de la República. Cuarta: noviembre 25 de 1855, queda incorporada la ciudad de Tlalpam, al Distrito Federal. Quinta: enero 3 de 1869, se agrega provisionalmente a Tlaxcala el Distrito de Calpulalpan. A fin de cuentas, no nos lo regresaron. Sexta: 15 de enero de 1869, se erige el Estado de Hidalgo, con territorio del norte estatal. Séptima: 16 de abril de 1869, se erige el Estado de Morelos con territorio del Sur. Octava: a partir de 1917, todavía pierde el Estado aproximadamente dos mil kilómetros cuadrados para el Distrito Federal, que en esta forma completa sus 16 delegaciones” Estos datos son importantes para comprender las raíces de grandeza que tiene el Estado de México, el mismo que, insisto, en el territorio actual que le es propio desde 1917 a la fecha ha sabido sostener el talento e inteligencia político-social de una clase que le ha dado grandeza a los mexiquenses. En dicha grandeza se cuenta en primera fila al pueblo y sus mejores gobernantes. Entre ellos, no existe duda, de que don Isidro Fabela Alfaro es de los mejores ejemplos de cómo se debe gobernar una entidad sin atender a bienes personales o de clase social. Sino a aquellos que han de ser el progreso social, económico y político de la ciudadanía. En aquellos tiempos del siglo XIX, para revalorar la importancia de nuestra historia la entidad cuenta con nombres que son historia y leyenda en el país, cito a Javier Romero Quiroz: “Los nombres que aparecen en las paletas del Nopalli corresponden actualmente: Chilapa, Tasco y Acapulco al Estado de Guerrero; Tulancigo y Tula al Estado de Hidalgo; Cuernavaca y Huejutla al Estado de Morelos; y Este de México, Oeste de México, Toluca y Sultepec a nuestra entidad”. Esos lugares y nombres eran parte del extenso territorio que en el mapa de la Sociedad de Geografía y estadística del país, ubicada en el centro de la capital de nuestra patria, puede revisarse para comprender en esos materiales del siglo XIX lo que fue tan respetable Estado ante los demás, y sobre todo, ante la capital de la nación que veía con celo los extensos territorios y enorme riqueza que representaba la entidad en el nuevo México que se estaba fundando sólo a unas cuantas décadas de haber echado al mar a los españoles. Esta entidad, pero el 16 de marzo de 1942, vino a gobernar el civilista Isidro Fabela Alfaro, que se negó a recibir el “Don”, con toda sencilles y humildad, pero en la costumbre de su tiempo, el aplicarle el “Don” a toda persona que conocía, él le llamaba así, como lo ha de comprobar al tratar con los jóvenes brillantes que vienen siendo de varias maneras sus paisanos de Calimaya Don Enrique González Vargas, de Toluca Don José Yurrieta Valdés y de Huixquilucan Don Rodolfo García. Su llegada a Toluca en los primeros meses de ese año no fueron tarea sencilla: intereses aldeanos se oponían a la venida de aquél que como mexiquense no tenía comparación dentro de la clase política de nuestra entidad en esas décadas que iban a ser para conciencias humanistas más allá de los límites estrechos de lo provinciano. Es decir, tanto México como el mundo estaban dentro de los sucesos de la Segunda Guerra Mundial y el país en plena consolidación como Estado que mereciera el reconocimiento por su desarrollo social, económico y cultural. Era el gobierno nacional del general Manuel Ávila Camacho y el predominio en esos años que gobierna don Isidro la entidad del Partido de la Revolución Mexicana (PRM); mismo que nace en el año de 1938 por impulso ideológico, organizacional y político del general Lázaro Cárdenas del Río. Es importante entender que Fabela Alfaro, gobernó siendo militante del PRM, y no del actual partido Revolucionario Institucional (PRI), el cual nació en el año de 1946: cuando Fabela había dejado —meses antes—, en septiembre de 1845 el cargo de Gobernador del Estado de México. No son datos menores, pues así como no fue lo mismo ser militante del Partido Nacional Revolucionario (PNR) creado por Plutarco Elías Calles el 4 de marzo de 1929: el cambio a Partido de la Revolución Mexicana, surgido el 30 de marzo de 1938 —a pocos días de haberse hecho la expropiación petrolera el 18 de marzo—. Ello significa que los paradigmas cambian: mientras el PNR tiene como lema: “Revolución e Instituciones”, el PRM usa el lema: “Por una democracia de los trabajadores” y, diferente, ha de ser al crearse el PRI en enero de 1946, donde el lema es: “Democracia y Justicia Social”. Esas tres etapas nos dan lecciones interesantes sobre la vida de don Isidro, al recordar que su alejamiento de la trinca de generales del norte del país le aleja de Obregón, Calles y de la Huerta. Es con Cárdenas y, después, en los primeros tres años del gobierno de Ávila Camacho donde él por ideología y aceptación de las políticas sociales —en particular del cardenismo—, actúa con simpatía y entusiasmo en proyectos del general Lázaro Cárdenas. Su gobierno, por lo tanto, que contó con todo el apoyo de Ávila Camacho, pudo plantearse proyectos ambiciosos en materia de: educación, cultura, economía, relaciones sociales, visión internacional y civilidad. Sabedor Fabela que se vivía en una nación, donde las relaciones con el mundo eran prioridad. Negado al aislacionismo, abrió las puertas del Estado de México en ese sentido. Llegó así, la ciudad de Toluca, del que las investigadoras Baranda y García dicen: “Una vez que se pensó en designar a la población de Toluca como capital del Estado de México, el Congreso Constituyente estatal expidió, en ciudad de Tlapam, el decreto por medio del cual se dio oficialmente a Toluca la denominación de Ciudad, convirtiéndose en poco tiempo en la sede de los supremos poderes del estado y, por ende, en su cuarta capital”. A esta ciudad vino Fabela a gobernar la entidad. Su “pueblecito” del que tanto tiempo estuvo alejado, “¡Atlacomulco!”, quedó a sólo 60 kilómetros de la capital estatal. Sorprende que este hombre universal, en el corazón portara por siempre el terruño donde nació sin olvidarle.