EL FESTIVAL ESTUDIO SIMBIOSIS

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A Lorena López y Azucena Zamora

Fue inesperado. Un relámpago atravesó mi día gris, un día pesado, denso, cargado de lluvia: esa que cae del cielo y esa otra, más íntima, que desborda dentro. Había pasado horas bajo ambas tormentas, recordando a Ella, que con filo cruel y certero me dijo: Tú estás enamorada de mí, pero yo de ti no. Su sentencia me quebró, y mi fragilidad, mi soledad, se levantó como una niebla imposible de disipar. Y luego, como un eco, llegó el recuerdo de Él, mi primo Ignacio, desaparecido durante días hasta que encontramos su cuerpo. Toqué la caja que contenía su presencia ausente, y el dolor me atravesó,  me desgarró. Fue un dolor que no podría explicar en palabras, pero que dejó una marca eterna.

Pensé entonces en otro Él, el papá de mi amiga que luchaba contra el cáncer; en cómo podía ayudarla, en mi impotencia, y en otra Ella, mi madre, mi roca, aunque también un recordatorio de mis propios tropiezos, como esa constancia que no logro sostener en el negocio de café que apenas intento construir. Todo esto estaba allí, revolviéndose dentro de mí, cuando recibí la llamada.

Era un compañero de Yucatán, alguien que conocí en el Congreso de Medellín. Su voz resonó inesperada:

—Guadalupe, recordé que mencionó un evento que organizará para diciembre. Estoy por comprar mi boleto. ¿Qué día será?

Tomada por sorpresa, respondí nerviosa, casi al azar:

—Seis de diciembre.

Colgué. Y apenas dije esa fecha, algo se encendió en mí, como si hubiera pronunciado un conjuro. No sé por qué lo dije, no sé qué me llevó a elegir ese día. Pero lo sentí, lo sentí con una intensidad casi visceral, como si el número cargara un significado secreto que aún no alcanzo a comprender.

Ipso facto, busqué en internet. Quise saber qué había pasado en un seis de diciembre, qué ecos del tiempo podían habitar esa fecha que parecía haberme escogido a mí, más que yo a ella. Lo hice con la curiosidad de quien sigue una intuición, un presentimiento, y al mismo tiempo con el miedo de parecer una loca mística… o quizás no. Quizás estoy cansada de huir de lo místico, de lo que no tiene explicación pero me envuelve.

No sé si fue el peso de los recuerdos o la magia de una fecha al azar, pero sentí, por un momento, que todas mis tormentas convergían en un solo punto. Y allí, entre la lluvia y el dolor, una chispa: ¿qué podría estar esperándome en el seis de diciembre?

A las primeras personas que le conté fueron a Margarita Ornella Urbán Flores, mi mentora, mi hermana, mi familia y a Yolanda Esther Reyes Escobar fotógrafa e ingeniera y de quien me siento orgullosa de que sea mi amiga. Ellas apenas escucharon lo que deseaba hacer, me aseguraron que contaba con su apoyo, y así, juntas, comenzamos los preparativos: las invitaciones, la logística, el esqueleto invisible, pero fundamental de todo proyecto. Ellas conocían el objetivo, el latido central de este evento: agradecer. Agradecer a quienes han sostenido a Estudio Simbiosis: hacerlo ofreciendo lo más humano, lo más sencillo y poderoso que tenemos: el escuchar y que se nos escuche.

Venía con esa idea fresca, nacida en un conversatorio de Mujeres en la Ciencia en el que participé. Había sentido, ahí. algo urgente, algo que necesitaba replicarse, porque el diálogo no sólo teje redes, también las fortalece, las vuelve raíces. Quería que esta conversación llegara a quienes me habían dado las alas para ese viaje, a quienes me han acompañado, y también a aquellas que, sin saberlo, enfrentan las mismas luchas. En los encuentros, en las entrevistas que he realizado para #SimbiosisFemenina, he detectado heridas similares, voces que se cruzan, pero que no siempre se encuentran.

En el proceso, al escribir para el Congreso, contacté a investigadoras que no nada más me apoyaron con generosidad, sino que, al hacerlo, me revelaron eso que tantas mujeres cargamos sin saberlo.

Una de ella me lo dijo en palabras claras y firmes:

Casi todas presentamos el síndrome de la impostora. Nos dicen que logramos las cosas por suerte, y no: cada logro es un esfuerzo pleno. Necesitamos hacer conciencia y construir nuestra autoestima. Debemos dejar pasar esos pensamientos subversivos de “no me lo merezco”. Necesitamos más empleos, no abandonar nuestros proyectos personales, aunque el agotamiento sea constante. Necesitamos espacios para reconocernos, para hablar con las niñas, para apreciarlas y asegurarles que de adultas se reconocerán como valiosas. Necesitamos decirnos entre nosotras lo que hemos logrado, porque cuando una igual te reconoce, sabes que algo estás haciendo bien.

Necesitamos una red amorosa de interconexiones.

Otra de ellas me dijo:

Como mujeres, llevamos muchas cargas mentales y responsabilidades que derivan de la falta de corresponsabilidad. Aun así, se nos evalúa bajo los mismos criterios que a los hombres. Además, muchas sacrificamos nuestras metas personales: ser madres, cuidar nuestra salud, practicar deportes, o disfrutar la música, la pintura, la vida misma. Nos inclinamos por completo hacia la academia, y ahí perdemos el equilibrio. La falta de reconocimiento a nuestra labor científica aún pesa, aunque cada vez menos. Sin embargo, esa ausencia desanima, apaga el entusiasmo del esfuerzo diario.

Sus palabras de ellas y de quienes han participado– en #SimbiosisFemeninacausaron resonancia. Sabía que existía una necesidad, y por eso, había que proponer una alternativa. Así nació la idea de invitar a científicas y artistas. Además estuvo presente una amiga de Guatemala a quien también admiro profundamente: Ana Gabriela Mena Pineda,  abogada litigante defensora de Derechos Humanos de niños y niñas víctimas de violencia sexual y trata de personas. Ella, a pesar de todo, tomó un vuelo dos días antes del evento para llegar. Desde Querétaro nos acompañó Yunuen Hernández Ochoa, bióloga y poeta, de quien siempre he querido aprender más sobre su perspectiva filosófica. Desde que la conozco, me ha gustado leerla.

Ver el apoyo de todas ellas me llenó de un impulso que no sabía que necesitaba, como si, por un momento, el camino se iluminara.

Sin embargo, no todo fue sencillo. Pedí apoyo a algunas personas —no mencionaré sus nombres— y aunque al principio dijeron que sí, días después me dijeron que no. La organización se retrasó. Pero Ornella y Yolanda nunca se apartaron. Cuando comencé a contactar a los invitados, no hubo un no por respuesta. Todos compartían el deseo de estar, de hablar, de escuchar. Y entonces, la frase de Lynn Margulis cobró sentido: La vida es la unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian. Porque, ¿cuál es ese triunfo colectivo en Estudio Simbiosis sino el de contribuir a la democratización del conocimiento?

Hay tantas historias que me gustaría contar, pero el espacio es pequeño. Pienso en los temas de los que hablamos durante el festival sobre el ambiente… en todo lo que aún tengo por decir, pese a los rechazos de mis textos. Por lo mientras hay un gran silencio dentro de mí. Ya me han herido mucho, ¡pero a cuánta gente tengo algo que agradecer! Comienzo por aquí: gracias periódico Poderedomex.com por ser una casa para mí y para estas letras.

Retomando lo que mencioné arriba sobre los temas del ambiente… no quiero ser ambientalista. No creo en cuidar la naturaleza desde una perspectiva antropocéntrica y egoísta. La naturaleza no se ha acabado, ni el planeta necesita ser salvado. No podemos continuar destruyendo los seres de los que dependemos. Los humanos no somos especiales, sino parte de un continuo viviente, como lo afirma Margulis en su libro ¿Qué es la vida?

Necesitamos cuidarnos de nosotros mismos, porque nuestro egoísmo es el verdadero peligro. La manera en que miramos a la naturaleza marcará toda la diferencia. No se trata de posar para fotos con tapas de botellas, se trata de un cambio profundo y complejo.

Invité a mujeres que se dicen parte de movimientos feministas y no quisieron apoyar. Está bien. Pero creo que si podemos tener la voluntad de compartir, de actuar con humildad ecológica y consciencia, podemos construir algo diferente. Yo quería que todo tuviera calidad: buen audio, buena audiencia, buena difusión. Gracias a quienes me apoyaron en la organización, lo intentamos. Yo no quería hablar, porque quería ser anónima e íntima. Pero si me preguntaran cómo me siento, les diría la verdad: tuve miedo. Miedo de no ser suficiente para llevar a cabo el festival.

A pesar de todo lo complejo que fue encontrar una sede para llevarlo a cabo,algunas puertas sí se abrieron. Dirección de Cultura de Metepec, Dr. JoseleFlores, director de la Escuela Normal 01 Dr. René López Auyón y maestra María Guadalupe de la Torre García: gracias por abrazar esta iniciativa y brindar todo su apoyo.

Este evento no fue perfecto, pero fue sincero. Fue el fruto de muchas voces, de mucho amor y de un impulso colectivo: el de compartir, el de escuchar y el de crear algo que merezca ser nombrado. Quiero mencionar a todas las personas que estuvieron conmigo durante el festival, porque cada una de ellas dejó una huella invaluable en este esfuerzo colectivo. Sus historias, sus voces y su presencia hicieron posible lo que parecía inalcanzable. Sin embargo, hacerlo aquí, en este espacio reducido, no les haría justicia. Por esa razón, después de esta columna, voy a dedicar un espacio especial para cada una de ellas, para compartir sus aportes, su inspiración y todo lo que nos regalaron. Se lo merecen y necesito que sus nombres resuenen tanto como sus acciones.

Algunos gafetes del festival llevaban escrita una palabra especial: holobiontes. No fue un detalle menor ni una elección casual; era una declaración de identidad y de propósito. Para Lynn Margulis, holobionte hace referencia a que la vida no existe en aislamiento, sino en constante interconexión. Identificarnos como holobiontes es recordar que dependemos de otros para existir. Llevar esa palabra en los gafetes fue un acto de reconocimiento: de nosotros mismos, de los demás y de la importancia de entendernos como parte de un todo mayor.

A pesar de los avances y logros alcanzados, todavía existen limitadas oportunidades laborales para las científicas que deseamos incursionar en el ámbito de la comunicación. Este desafío no sólo nos exige creatividad y perseverancia, sino también la capacidad de integrar el conocimiento científico con nuevas maneras de contarlo. Al escribir esto, recuerdo que ayer precisamente terminó el curso de Ecoescritura con la poeta Mónica Nepote. Quisiera decir que gracias a esas clases comprendí que tenemos que comenzar a escuchar al resto de la vida. Porque la vida está abierta al universo y a sí misma. Explorar otros lenguajes y formas de expresión es esencial en este proceso. Mi objetivo es ser parte de ese cambio.

Creo que no tengo nada más que decir.