El hilo de Ariadna en tiempos de guerra: del safari humano a la solidaridad anticolonial

Views: 134

A veces, la brújula moral de nuestro tiempo se calibra en los extremos. No en la cómoda medianía de lo cotidiano, sino en los bordes más agudos de la experiencia humana, donde la civilización muestra su rostro más luminoso o su máscara más siniestra. Esta semana, dos noticias distantes en el mapa, pero vecinas en su profundidad significativa, exigen una reflexión que trascienda el mero análisis.

Estos hechos son como dos astros de un mismo sistema de horror, orbitando alrededor de un núcleo común, que es la pregunta por los límites de lo humano. Por un lado, la revelación estremecedora de los safaris de francotiradores en la guerra de Bosnia, en Sarajevo (1992–1996), donde según testimonios recogidos en el documental Sarajevo Safari que ciudadanos ricos italianos y de otras nacionalidades pagaron entre 80,000 y 100,000 euros para subirse a colinas serbias y disparar a civiles desarmados como si se tratara de caza. Y sin embargo, esto no es un exceso puntual de la crueldad; es un síntoma, una continuidad histórica.

Lo perturbador no es sólo el crimen, sino el principio que lo hace posible, Achille Mbembe lo llama necropolítica, el gobierno sobre la vida a través de la administración de la muerte. Lo colonial, cuando se desborda, cosifica cuerpos y naturaliza la violencia. En Bosnia esto tomó la forma del espectáculo de la muerte; en Palestina toma la forma de una guerra administrada desde el aire, donde las vidas palestinas son leídas como colaterales o inevitables, en ambos casos la humanidad del otro es reemplazada por una utilidad política o un entretenimiento perverso.

Ahí emerge el segundo punto que quiero pensar en esta columna, la relación histórica entre África y Palestina, una relación que no se funda en simpatías recientes, sino en una memoria compartida de haber sido tratados como territorio conquistable. ¿Qué diálogo puede entablarse entre estos dos fenómenos? No es solo la guerra, ese paisaje común, es la lucha arquetípica entre dos fuerzas que definen nuestro tiempo, la que convierte al otro en un objeto de consumo y la que se reconoce en el otro para forjar una alianza desde la cicatriz colonial. 

Este es, acaso, un intento de cartografiar el paisaje moral de nuestra era trazando dos líneas de fuerza antagónicas que lo definen. 

El Safari del Alma Vacía

Lo ocurrido en Bosnia, y que ahora sale a la luz con un retraso que es en sí mismo una injusticia, representa la culminación lógica de un cierto ethos colonial y capitalista tardío.  Cuando el ser humano se sitúa en una cúspide tan alejada de la necesidad, cuando toda experiencia ha sido convertida en mercancía, nada más queda transgredir el último tabú, el de convertir la vida del otro, su muerte, en un espectáculo privado. Es la deshumanización como servicio de lujo.

Un ex militar entrevistado en la investigación audiovisual relata que participó en la logística que facilitaba estas prácticas y ha afirmado que efectivamente estos turistas francotiradores disparaban incluso contra niños, con una lógica de precio perverso, pagar más para disparar a los más vulnerables. 

Según testimonios recogidos en el documental Sarajevo Safari (ya en 2022 realizado por Miran Zupanič), había una infraestructura organizada, rifles, posiciones de francotirador, binoculares, guías.

Estos testimonios no son nada más escenas de horror; son puertas de entrada a una estructura más profunda. Revelan una lógica política y moral que convierte la vida del otro en un recurso explotable. Para comprender esa lógica, necesito recurrir a las herramientas que nos dan la filosofía y los estudios críticos del poder, que se leerán o a lo largo de la columna.

Estas acusaciones, de confirmarse, no son meramente crímenes aislados o una grotesca anomalía de la posguerra. Son el síntoma de una lógica más antigua y perversa: la convicción de que la vida humana, al otro lado del poder, es un territorio disponible. Y eso nos lleva directamente al telón de fondo filosófico y geopolítico que conecta con otra historia.

Desde una mirada filosófica, lo que revela este escándalo es algo profundo –y  espero se note la frustración–, el otro humano convertido en paisaje, no paisajes naturales, sino espacios vivos y vulnerables que pueden ser explorados, conquistados, incluso disfrutados por quienes detentan poder económico y militar. 

El safari de francotiradores es la metáfora perfecta de esta psicopatía estructural. El cazador no ve personas; ve ejemplares y el campo de batalla no es un lugar de conflicto político, sino una reserva natural para su disfrute.

 

Esta lógica es la heredera directa del ethos colonial. 

Edward Said, en Orientalismo, explicó cómo Occidente construyó al Oriente como un otro pasivo, disponible para ser estudiado, dominado y poseído. El safari de francotiradores es la orientalización llevada al paroxismo. El balcán, el eslavo, el musulmán, se convierten en el salvaje contemporáneo, no para ser civilizado, sino para ser cazado, es la misma mirada que justificó los zoológicos humanos y las expediciones científicas en África, es el mismo impulso que despoja de humanidad al diferente para poder dominarlo, o en este caso siniestro, para poder aniquilarlo como entretenimiento.

El vínculo anticolonial entre África y Palestina

Aquí entra el segundo hilo, la historia de solidaridad entre África y Palestina no es sólo diplomática, sino profundamente filosófica y existencial.

Frente a tal abismo de deshumanización, la sólida e histórica solidaridad de África con Palestina se erige como un acto de resistencia filosófica y geopolítica, no es un mero voto en la ONU; es un reconocimiento existencial. Para entenderlo, debemos remontarnos a lo que el historiador Vijay Prashad llama Las naciones oscuras, el proyecto político y moral del Tercer Mundo que nació en Bandung, Indonesia, en 1955.

La Conferencia de Bandung fue un terremoto geopolítico. Por primera vez, los pueblos recién liberados o en lucha contra el yugo colonial (de Ghana a India, de Egipto a Yugoslavia) se reunieron no bajo la égida de Washington o Moscú, sino en nombre de una tercera fuerza, la lucha contra el imperialismo y el racismo.  En aquel foro, la cuestión palestina no era un apéndice; era central.

Figuras como Gamal Abdel Nasser de Egipto y Jawaharlal Nehru de India vieron en la Nakba de 1948 un reflejo de su propia experiencia, la desposesión de la tierra por un poder externo que se autoproclamaba con derechos superiores. Esta fraternidad se sedimentó en las décadas siguientes, la Organización para la Unidad Africana (OUA), fundada en 1963, hizo suya la causa palestina porque entendió que era el mismo conflicto con distintos actores. 

La lucha del Congreso Nacional Africano (ANC) contra el apartheid en Sudáfrica y la de la OLP por un estado palestino eran luchas gemelas. 

La filosofía de la descolonización ya no es solo teoría política, sino una ética práctica, la cual enseña que una lucha local es parte de una red global de resistencias; que la liberación no es un gesto aislado, sino un acto que tiene eco en otros cuerpos, en otros lugares.

El Hilo de Ariadna en el Laberinto Global

¿Cómo unir, entonces, la frialdad del safari en Bosnia con el calor de la fraternidad afro-palestina? El hilo de Ariadna –y que se me permita usar el apartado hilo de Ariadna porque, como en el mito, estamos dentro de un laberinto- que nos guía a través de este laberinto es la batalla por la definición del rostro del otro (en términos del filósofo Emmanuel Levinas).

Por un lado, tenemos la Geopolítica del Depredador, en el safari, el rostro del otro (aquello que para Levinas es la fuente primordial de la ética, la que nos ordena no matarás) es sistemáticamente obliterado. Es reemplazado por una mira telescópica y la relación humana es sustituida por una relación de consumo.

Esta es la lógica del capitalismo tardío y del colonialismo residual fusionados en un monstruo post moderno, es una fuerza que des-teje el mundo, que atomiza, que aísla y que convierte la vida en un recurso explotable hasta en su aniquilación.

Por otro lado, tenemos la Geopolítica del Reconocimiento (aunque debo admitir que esto tiene tonos idealistas, es un reconocimiento genuino). En la solidaridad afro-palestina, el rostro del otro es visto y reconocido, porque se percibe en el palestino el mismo dolor que sufrió el argelino, el congoleño o el angoleño. 

Esa es la lógica de la conexión, de la construcción de narrativas compartidas, una fuerza que teje el mundo, que crea comunidades de destino más allá de las fronteras inmediatas, es la política entendida no como la administración del poder, sino como la extensión de la fraternidad.

Afirmándonos un poco más, una fuerza busca crear un mundo de islas desconectadas, donde el poder absoluto sobre el otro sea el bien supremo y la otra busca crear un archipiélago de luchas interconectadas, donde la libertad sea indivisible.

Al escribir sobre esto, no pretendo ofrecer soluciones fáciles, tal vez llegar a la pregunta, ¿Por qué importa mirar estas atrocidades estando nosotros tan alejados

Porque nos obliga a ver que la deshumanización no es nada más un defecto individual, es en realidad una estructura geopolítica.

La solidaridad evidenciada nos recuerda que la historia de la humanidad no es la de sus verdugos, sino también, y sobre todo, la de sus redes de resistencia y cuidado mutuo. 

Son las dos corrientes subterráneas que alimentan nuestro presente, observar este contraste brutal no es un ejercicio de pesimismo, sino un acto de claridad filosófica y política necesaria. 

Quizás el gesto más profundo que podemos hacer con nuestras columnas, con nuestras reflexiones, es re-humanizar lo que el poder intentó e intenta despojar. Contar, recordar y nombrar no es un acto puramente intelectual, sino un acto moral (sí, esa palabra tan histórica, y no como doctrina sino como deber). 

Debemos tener siempre presente que ninguna vida es cazable, colateral o prescindible. Porque al final, lo que está en juego no es solo Bosnia, ni Palestina, ni África.

Lo que está en juego es el tipo de humanidad que estamos dispuestos a ser.

Y escribir pensar, analizar, insistir, es una forma de decirlo en voz alta, o por lo menos de dejar una mancha en la interfaz, al menos un desgaste de palabras que juntas crean esta columna. 

No aceptaremos un mundo donde ciertos cuerpos sean paisaje y otros espectadores. No aceptaremos un mundo que normalice la caza humana. No aceptaremos un mundo donde el poder decida quién merece duelo.

Si algo nos enseñan Sarajevo, Bandung y Gaza, es que la humanidad no es un privilegio que se otorga desde la cúspide, es algo que se reclama en comunidad. Sostener ese hilo no es un acto simbólico; es política, ética y urgencia histórica.

No dejemos que la caza se normalice ni que el recuerdo se disperse. Si soltamos este hilo, nos desacoplamos de lo que nos hace humanos, y si lo sostenemos, acaso aprendamos a vernos no como paisaje, sino como vecinos de la misma fragilidad.

Notas breves

Sarajevo Safari. Director: Miran Zupanič (2022)

Human safari’: Tourists paid to shoot kids

Achille Mbembe, Necropolítica, 2003

Edward Said, Orientalismo, 1978.

Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, 1961.

Vijay Prashad, The Darker Nations, 2007.