EL OTRO MUNDO
Si miramos lo visible, lo que es real, y se nos presenta en vivo y a todo color y no usamos lentes para mirar más allá de lo que tenemos presente, nos perdemos la parte más poética de la vida.
Es cierto, lo que vale la pena es invisible a simple vista y se necesitan lentes de imaginación para entrar al ignoto mundo de lo bellamente escondido.
Ese mundo lo tenemos junto: a veces cerca, otras más lejos, pero con el tinte colorido de la imaginación en cualquier parte. Así sucede con encontrarte en el único pedacito de tierra que tiene el poste callejero a un diente de león maduro, al cual cortas y mirando la bolita de alfileres plateados ¡¡puff! De un soplido deshaces a la pelotita plateada.
Caminas y de pronto te encuentras que en esa pared de adobe la lluvia de anoche formó una mancha que parece un rostro. Y más adelante, donde quedó un charquito al que nunca has mirado, porque siempre pasas con la apuración de nada, pero hoy lo miras con calma y es un espejito que refleja una cara que mira las nubes que se reflejan ahí.
En la estación Zócalo del metro de CDMX la multitud pasa veloz sin ver que en el centro, la maqueta de la Gran Tenochtitlán hace volar tu imaginación y miras adoratorios, casas, chinampas, humo saliendo de una pirámide y sobre todo a unos diligentes aztecas que hacen por la vida.
Llevas 10 minutos, viendo, viviendo en la maqueta y nadie te acompaña. La gente veloz, camina a donde quiera, excepto al mundo imaginativo.
Sales de la estación del metro y entre gritos y sombrerazos escuchas el sonido dulce y lejano del vals Tristes Jardines y te diriges al origen del sonido y un viejillo artista soplándole a una hoja de naranjo exhala trinos agudos y de nuevo arremete ahora con Sobre Las Olas.
Es sólo mirar e imaginar, como aquella vez que caminando por la calle de Tacuba y frente al MUNAL la estatua de Enrique IV brillaba con la mortecina luz del día que se iba y enfrente la mole del edificio del museo te hacia imaginar a damas elegantes y catrines pasear enfrente de ti.
En cualquier lado hay arte, poesía, belleza: en aquella lejana ventana de colores que parece estampa permanente de una figura del caleidoscopio, en el tronar de los pliegues de la bandera nacional que te remontan a la pequeña bandera que sin tronar tanto, rasgó el aire un 5 de mayo triunfal.
En cualquier lugar: puede ser el organillero, que exhala Ella de José Alfredo Jiménez y que hace que tus ojos tengan tantita agua salada al recordar que te cansaste de rogarle y ella, ni un melifluo beso de amor se dignó obsequiarte.
Se dice que las mejores cosas de la vida son gratis, como el encanto de aspirar los perfumes del comercio de Tacuba o de comprarte un pastelillo de rompope en el café de la misma calle… o simplemente mirar que la lluvia hizo el panorama más claro y que de pronto miras en vivo y a todo color a la perenne mole del edificio de la Torre Latinoamericana, a la que los temblores le han hecho lo que el aire a Juárez y ahora al mirarlo en su Rotonda de la Alameda, pétreo, firme, chingón, como hoy, que otro personaje –AMLO– lo emula en su afán de hacer un México más grande.
Y por fin entra a la casa de Arzobispado y escucha a la soprano romper el aire: yo lo quería más que a mi vida… dónde estás corazón que no oigo tu palpitar.
Hablé exclusivamente de la CDMX pero que tal en Morelia, comerte un ate de membrillo enfrente su catedral, o en Querétaro bajo los arcos de un acueducto zamparte un vaso de charanda o finalmente en Toluca mirando los vitrales coloridos del Cosmovitral vitaminarte gratamente con un huarache que tiene los colores nacionales: nopales, queso y salsa roja.
O en donde estés, por favor descubre el otro mundo, se el Cristóbal Colón de tu propia historia y mientras vivas, agrégale siempre una dosis de imaginación y poesía.
SALUD