EL PODER EN ESCENA
Estimado lector, vivimos en una época en la que el debate político está cayendo en una preocupante debacle, el espacio público se está alimentando poco a poco de un intolerante griterío en las redes sociales y en la televisión, de una infortunada retroalimentación recíproca entre adoctrinamiento y el entretenimiento.
En su libro “El poder en escenas: de la representación del poder al poder de la representación”, Georges Balandier, ilustra y analiza el modo en que el poder político se ha representado y ha actuado para demostrarse y ejercerse, encuentra y explica trasfondos políticos constitutivos de una “teatrocracia”.
La teatrocracia desde Bernard Manin refiere a la democracia de audiencias para referirse a esta constante necesidad de la política de hacerse presente en los privilegiados escenarios tanto televisivos como de las redes sociales en donde el poderío de las apariencias crece y la eficacia simbólica del poder se incrementa gracias al desarrollo de las tecnologías mediáticas. Ello, a pesar de que los medios contribuyen a una desideologización, a una pasividad de la enorme mayoría, a la participación en la política desde la pantalla de su smart phone convertido en espectador, a la sobrevaloración de la imagen en el proceso político adecuado al star system.
El poder recurre siempre a símbolos, imágenes, ceremonias, ritos, mañaneras y demostraciones públicas para hacerse patente, consolidarse y lograr la aceptación popular, a la vez que la oposición acude a recursos similares para resistirse, oponerse, demandar, poner límites a los que están en el poder. Así la preponderancia del discurso populista mediático, en que la teatrocracia se impone sobre los argumentos y propuestas para atraer la atención de la opinión pública, nos está llevando a desear más a un “influencer” que aun político profesional. Ha llevado a la política en una única dirección: solo a complacer las emociones.
Platón decía que, en la teatrocracia, lo político es actuado o representado de forma simulada y condicionada a los requerimientos de un auditorio desordenado, concepto que es usado para criticar la teatralización de la política: autoridades que demuestran acciones dramatizadas a una audiencia pasiva, por lo que este concepto vendría a ser el uso abusivo de la teatralidad en las acciones de representación que son delegadas a los políticos, a través de peroratas exacerbadas, actuaciones irreconciliables con las tramas centrales, el cambio discrecional de los libretos establecidos y la continua búsqueda de beneplácito emotivo de la audiencia con la sobreexposición en medios de comunicación o redes sociales.
En este sentido Jacques Rancière entiende la representación como un montaje al servicio de lo real, manejando la idea parte del montaje ficcional de lo real en el lenguaje cinematográfico del documental, el cual tiene como resultado la producción de lo que podríamos denominar un discurso “más real que la realidad”, en cuanto la ordena y le otorga espectacularidad.
Al respecto y sobre algunos de estos motivos visuales que el poder utiliza de forma reduccionista, para poder transmitir un mensaje ideológico amparándose en una forma que parece estar ahí desde siempre, y que oculta la naturaleza de su construcción fictiva. Su evidencia es de tal magnitud, que solo con detenernos en cada motivo, solo con nombrarlo, ya se da un paso para reconocer su sesgo ideológico.
El hecho de ahondar en sus orígenes iconográficos y sus posteriores ramificaciones, nos permite cuestionar las formas visuales que los distintos ámbitos de poder utilizan para autorrepresentarse. Y al mismo tiempo para preguntarnos por la génesis y evolución de estas formas y devolver así una mirada crítica sobre ellas, en un fenómeno que no es nuevo, pero del cual es imperativo reflexionar con el fin de rescatar la dignidad de la política y fortalecer la democracia.