EL ÚLTIMO FAROL
En Colección Lo nuestro, fue publicado en octubre de 1990 el libro El último farol, de Javier Ariceaga Sánchez, quien nació en 1930; en la cuarta de forros dice: Ha publicado Toluca, finales de los cincuenta, editado por la UAEM; Hace mucho tiempo, editado por el H. Ayuntamiento de Toluca; El crepúsculo del Señor Desnudo, editado por el INAH. En 1968 publicó el primer Manual de Educación Vial. Ha colaborado activamente en Equinoccio, Realidad, Magisterio, Rumbo, Pulso, El sol de Toluca, Vitral, El Noticiero y otras publicaciones toluqueñas. Siempre debemos de sorprendernos de cuán fácil se puede decir del paso de un hombre o una mujer por la vida. Unos cuantos libros y múltiples apariciones en periódicos y revistas editados en Toluca dejan la huella que no se ha de borrar ya jamás. Todo hombre o mujer debe saber ello. Queda huella, alguna quizá, si se trabaja tanto como lo hizo Javier Ariceaga y, aunque pareciera que un párrafo es suficiente para decir la biografía de un ser humano, lo cierto es que al leer a don Javier nos damos cuenta que mucho hizo una y otra vez. Su carácter que pareciera fue bonachón, no lo fue tanto, si se mira con calma sus hechos y sus andares de un lado a otro.
Libro emblemático de la bibliografía toluqueña, es infaltable en su lectura y en cualquier biblioteca personal que en Toluca quiera contar con uno de sus mejores textos. Cito sus letras de creación: Incrustados en la periferia o alrededor del centro de las grandes ciudades, los barrios surgen a la vida con su hacinamiento humano, complementando con su característica especial toda la crudeza de un pueblo aferrado a sus costumbres y tradiciones. Cada ciudad posee sus arrabales, que no son otra cosa que los barrios construidos por una población generalmente modesta, cuya angustia de vivir lejos del centro comercial y cultural ha recurrido por siglos al acercamiento, buscando el “derecho” a los privilegios que gozan los que habitan en el centro o en el primer cuadro. “La ilusión imposible” parece que no sólo es para el país en general y en particular, sino para un mundo donde la migración por diversas causas lleva a una pandemia de pobreza extrema. Javier ve tales hechos en la sociedad que vive por aquellas décadas, en que se creía que México vivía un milagro económico que muy pronto desapareció, como posible ilusión para millones de aquellos habitantes del siglo XX en la década de los sesenta. El “desarrollismo”
Desapareció y con ello México expresó en la lectura de sus barrios y vecindades el suburbio como forma cultural de sobrevivir en la sociedad de fin del siglo XX y del que ahora vivimos.
Dice Ariceaga: El vivir a orillas de una ciudad es un accidente de acomodamiento y eso hace suponer que la gente que vive en la barriada /nombrecito muy de la predilección de los prepotentes privilegiados que no tienen familiares allí) se margine y enmudezca, cansada de clamar servicios públicos, que son “exclusividad” de la zona residencial activa. Cronista de espíritu social que le es propia como la piel que le viste. Nos cuenta en su libro: El barrio, compuesto por gente de diferentes estratos sociales, estriba en lo modesto y disímbolo de sus construcciones, comparadas con el centro que “apantalla”. No por ello dejan de sobresalir las fachadas carcomidas y viejas de las casas, baches en el arrollo rellenos de agua pestilente, donde los niños juegan entre inmundicias; gente de toda clase que deambula por todos lados sin llegar a ninguno, y faroles escasos en las esquinitas tristes, con su luz amarillenta y mortecina que alumbra apenas la callejuela chueca.
Qué diferencia con la pintura que presenta en sus palabras, cuando escribe sobre Valle de Bravo. Las lecciones que da Javier es tarea de estudio en universidades e institutos de altos estudios en la entidad y en el país. Qué diferencia escribir de pobreza en el campo, en regiones rurales de la entidad y, venir a parar a suburbios de aquello que no alcanza el rigor o nombre de urbano: porque esta parte de la ciudad sí cuenta con avenidas y jardines, espacios donde los servicios no faltan ni los centros educativos y de cultura.
Reitera su queja a través de la crónica, dice: Por lo regular allí los urbanismos llegan tarde y eso hace más lastimera la carita de ese arrabal amargo. Y hablando del barrio algo se nos había quedado en el tintero que nos hace evocar otras épocas. Y no hay necesidad de trasladarnos a Buenos Aires de Carlitos Gardel para saber lo que nos describe sobre ellos Santos Discépolo, al mencionar los barrios de Florida, Paseo Colón, Belgrano, Hántzen y Mendiola; ni es urgente machacar los barrios del Distrito Federal como Tepito, La Candelaria, Santa Julia o la Colonia Moctezuma. Basta haber crecido, sufrido y bebido en los barrios toluqueños para amar sus rincones que no por ser de otros tiempos fueron menos violentos y románticos que los actuales. Dónde habrá aprendido sociología para tener ese ojo avizor que le da capacidad para comprender que la raza humana en pobreza lo mismo es Buenos Aires que San Francisco, California en USA. Que la patria que permite este tipo de desarrollos sociales sólo está incubando la ley de la selva al interior de su destino.
Brillantes serían en aulas universitarias, si hubiera sucedido en vida de don Javier el hablar de la sociedad tal cual es. Escribe: Sobre estos podemos mencionar la periferia, ahora compuesta por colonias particulares y oficiales. Estos crecieron en la ciudad sin tradición ni arraigo, sujetos a los cambios y lineamientos que los fraccionadores les marcaron; lejos de las costumbres y el calor de la barriada que conocimos en los años juveniles. Y al hablar de ellos no habrá un Toluco bien nacido que me tilde de hablador, como suelen ladrar, “ya que existimos” los detractores egoístas que jamás conocieron lo bueno; que nunca frecuentaron los rincones románticos y bellos ni asistieron a las piqueras de rompe y rasga a libar los licores de los dioses en las frías madrugadas, y que jamás de los jamases sintieron el placer (porque lo ignoraban) de elaborarse una masturbación cuata por carecer de dama.
Cuántas veces me viene a la memoria aquella ocasión que el escritor Marco Aurelio Carballo, chiapaneco, si mal no recuerdo, nos contaba que quizá no tenía los gozos de los que pertenecen a la clase rica del país, pero que sus vivencias en presentaciones de libros en el país y fuera del mismo, le habían permitido y le permiten convivir con gente que le hace feliz a más no poder, y que a través de ello ha dormido en todo tipo de hoteles, desde los más baratos a los más caros. Nada me ha faltado en los gozos de la vida… y no soy un escritor rico ni nada parecido.
Así que lo que nos cuenta, relata Javier es obra de la felicidad y la desventura: Y el ajetreo comienza en las largas y vetustas vecindades donde un solo portón constituye la entrada y la salida. El barrio se despierta somnoliento al grito pregonero del vendedor ambulante que ofrece diferentes mercancías. Y cuando el barullo aumenta, acuden presurosas las señoras al tendajón cercano y las viejas ocupan su lugar en lavaderos toscos, con su montón de ropa que va disminuyendo al trascurrir el día, y al aumentar el ajetreo de los barrios modestos, los trabajadores emprenden su viacrucis rumbo al trabajo ingrato. Era conciencia social de su tiempo. A Javier Ariceaga no le engañaba la sociedad en su conjunto que alegre grita: ¡Viva México! Y ¡Como México no hay dos! Si no se entendía que en el fondo de ese país y esas sociedades el mundo de los barrios era un espacio de injusticia social, donde el trabajo de sus vecinos no alcanzaba para dar vida digna a todos sus habitantes. En ese sentido es que debemos de estudiar a fondo sus crónicas que retratan a Toluca.