El valor de Gadamer
Hans-Georg Gadamer es uno de aquellos filósofos de los que, habiendo sido bien comprendidos, es muy difícil salir de su influencia y de su poder explicativo. El alemán nos sumerge, de una manera parecida a Charles Taylor con su idea del yo epistémico, en un panorama de comprensión que se caracteriza por no negarse a tener en cuenta ningún aspecto de nuestra experiencia. Por esto mismo, es tan complicado objetarle que olvida este o el otro aspecto. Y por eso mismo, si lo revisamos con la debida paciencia, especialmente su texto capital, el enorme Verdad y Método, uno se da cuenta de lo valioso que es.
Demás está decir que su noción más fuerte es la de historia efectual. Allí donde el cuerpo de Merleau-Ponty es como un círculo que envuelve a nuestra interioridad y que configura cómo ésta se presenta ante el mundo, la Historia Efectual de Gadamer, igualmente, conforma la densidad de la experiencia del sujeto pero ya no en un sentido determinista de la historia, como si el momento concreto en el que este se encuentra condenara su percepción del mundo. Más bien, esta historia que conforma al sujeto es como un juego de mesa cuyas reglas, al empezarse a jugar, cobran vida. La noción de efectual cobra sentido porque literalmente la activación de sus reglas produce efectos directos en nuestra vivencia.
Gadamer, con esto, trata de hacernos ver que la densidad de nuestra experiencia no puede ser teorizable, que no podemos hablar con sentido de ella a partir de fotografías inmóviles porque ya estamos hundidos en nuestra propia historia efectual. Por eso, cuando Gadamer se refiere a las interacciones que tenemos con el otro, nos invita a desilusionarnos de la posibilidad de reconstruir de manera prístina las intenciones de un autor. Con el otro y con sus expresiones en forma de textos sólo podemos relacionarnos creando nuevos sentidos que nacen del diálogo. Y es que, incluso cuando esté cerrado de antemano al contenido de un libro, este no va a dejar de interpelarnos, porque ni su autor ni nosotros dejaremos nunca de compartir tangentes entre las historias efectuales desde las que miramos el mundo. Visto esto, Gadamer, sin complejos ante lo indeterminado, simplemente nos invita a dejarnos interpelar.
Su noción de Historia Efectual, entonces, es una mirada sobre la historia que no se entiende como un cúmulo de información, sino como un conjunto de potencialidades inherentes al individuo que se despiertan en contextos concretos, y en la que está irremediablemente suspendido. Lo que interesa dentro del proyecto filosófico de Gadamer es hacernos conscientes de esta nuestra historia efectual. Hacernos conscientes, pues, de que no hay posibilidad de no ser afectado por la historia efectual propia ni ajena. La tradición que vivimos en un momento concreto, ahora, es inseparable de la experiencia de nuestra comprensión.
En Gadamer, en suma, podemos aprender a apreciar la riqueza de un otro que ya no sólo articula nuestra experiencia, sino que es capaz de generar en el sujeto la conciencia de lo equívoco de sus perspectivas. El otro pasa a afectarnos de tal modo que nuestras actitudes naturales de certeza, pasan a ser simplemente consideraciones que tienen sentido nada más en ciertas situaciones; cosa que antes se nos dificultaba entender por lo profundamente hundidos que estamos en nuestra historia efectual, nos diría Gadamer. Cuando la historia se hace efectual, lo que vivimos es una autoconciencia de las limitaciones de nuestra propia historia. O lo que es lo mismo: una permanente fusión de horizontes.