Engañosas posturas
El proceso formativo de cualquier persona, independientemente de su edad, requiere de la suma de un número importante de variables, idealmente orientado a la construcción de individuos con un amplio capital cultural, a la par de un catálogo de valores lo suficientemente vasto como para poder responder a los retos que las sociedades demandan.
La ecuación resulta sencilla si se llevase al pie de la letra; sin embargo, pareciera que el ser humano tiene que empeñarse en hacer todo aquello que va en contra de la norma, con tal de lograr lo que desea, aunque en ese trayecto arremeta contra todo y todos, haciendo alarde de un poder mal entendido o llegando al chantaje barato.
En el ámbito escolar, resulta común escuchar a cientos de alumnos que, ante la inminente nota reprobatoria, escriben, ruegan, suplican, pretextan y argumentan con tal de recibir el apoyo de sus profesores. Una de las más comunes es la eventual pérdida de la beca por culpa del malvado profesor que simplemente ha evaluado su desempeño a lo largo de un curso.
Es que tengo mucho trabajo, es que nos cambiamos de oficinas y no tuve tiempo para enviarle mi proyecto, es que a mi abuelita la operaron y tuve que estar con ella todo el tiempo porque nadie me apoyó, es que un ovni estaba estorbando en la puerta de mi casa y no podía salir; es que, es que, es que.
Cuando una persona sabe que recibe un apoyo, debe ser consciente que eso conlleva un compromiso mayor, quién no lo asume de esa manera y baja su nivel de desempeño, no es merecedor del mismo, punto.
Si esto es preocupante, lo es mucho más encontrar que en algunas instituciones, el influyentismo sigue teniendo un peso injustificado; recién tuve conocimiento del caso de una alumna inscrita en un programa de educación no presencial, que no cumplió con todos sus compromisos en tiempo y forma, situación que ponía en riesgo la acreditación del curso; ante esa probabilidad, escribió a su profesor (y tengo los mensajes) solicitando auxilio.
El tema es que para dicho trabajo ya se había otorgado una primera prórroga, y aún así la alumna no lo entregó; dos días después suplicaba que se le recibiera, llegando al acuerdo con el docente de aceptarlo, con una penalización de un 30% de la nota, en el entendido de que, además, tendría que obtener una nota superior a 9 en su examen final.
Hasta ahí no habría tanto problema, salvo que se logró documentar que la alumna en cuestión era una alta funcionaria de la misma institución, lo que tampoco debiera ser razón de sospecha.
El tema es que, al final del ciclo, y tras haber asentado una calificación reprobatoria (no se acreditó el examen), el docente detecta que por arte de magia, alguien había ingresado al sistema para ponerle una calificación, no solo aprobatoria, sino de 9.
Es una vergüenza que eso suceda, eso habla de la gran probidad de los involucrados y la nula ética de alguien que, en el papel, tendría que poner el ejemplo de cumplimiento y compromiso. Versa el adagio, piensa mal y acertarás.
Engañosas posturas que, con el tiempo, evidencian de qué estamos hechos.
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