Entre la hoguera y la frescura
Marina Irkalla. Poeta piurana. Cuenta con estudios en Literatura hispanoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es magíster en gestión cultural. Ha publicado dos libros de poesía: Memorias del rayo, Premio Nacional Juvenil Javier Heraud (2014), y Noema en el año 2021 con el sello Sol Negro. Poemas suyos han aparecido en revistas nacionales e internacionales como Ulrika, Lucerna, Latin American Literature Today, Luvina, Carátula, entre otros medios.
SELECCIÓN DE POEMAS
Rito de iniciación
Para entrar a este nuevo cielo
abro la boca de una lámpara y
consumo su savia
como si de una acacia se tratara.
Bebo de esta infusión de aceite
que podría tener
el efecto del eucalipto ahumado,
desdibujada razón de un viaje
que crece hacia adentro,
donde deshojo una flor
que aquí no nace.
El olor se impregna a la piel
y suda brea
entre los senos.
Un instante es la frescura
que sabe a niebla, sombra y menta,
trago infinito.
Leve compañía
He descubierto esta mañana
que debajo del vestido
arrastro una sombra
y se llama Armonía.
Como un hilo roza la arena
y me pregunto por qué Armonía
busca enredarse entre mis piernas,
por qué busca anidar en mi corazón
que es un hormiguero.
Sobre el polvo, sobre la música,
o en el repique del sueño
oigo a una cítara
susurrarme algo al oído,
su canto se va tejiendo
cada vez más fino,
va urdiendo en la vigilia,
pero entonces ella aparece:
se curva, danza, se aproxima
para tomarme de la mano
y decirme que hay un lugar
donde la tierra se hunde
fría
hacia el fondo.
En el camino
Temprano
he visto un cactus tan blanco
como un copo de algodón.
Partido y hendido
en su mitad
me mostraba la trayectoria clara
de una cartografía.
¿Acaso esa era la ruta que debía seguir?
Sin preguntar
me fui internando entre sus brazos,
subiendo por la marea de su corazón,
abriéndome paso entre tanto pergamino
(frágiles papeles con letra irregular).
Más cuando lo abracé en el silencio
sus pupilas se abrieron hondas como dos pozos,
como dos constelaciones disueltas en el alba.
¿Tan blanco como ellas estaba su corazón?
Y entonces retrocedí antes de que el sendero
de espinas se cerrara.
Y me marché sin mirar,
no volví la vista atrás.
Aroma del desierto
Desprovistos de humedad,
mis pies estiran
la paciencia
sobre los kilómetros de grava
que crecen y hierven
en la médula de la suspensión.
Arrugan su piel más fina,
imprimiendo diagramas
con cada golpe
sobre los distintos estados de la superficie,
pero las olas de arena sobrevienen con premura
y me desboco sin resistencias
como un dromedario ciego.
Desorientada,
me extiendo en la fina temperatura
dispuesta a trazar
ángulos,
parábolas,
polítopos,
con un compás de piedra
para diseñar una gramática
con las ecuaciones más imaginarias.
Caravanas
Las caravanas de sal llegaron una tarde
desafiando vapores,
trajeron consigo un laúd
cuyas cuerdas temblaban con el viento
y una mujer de sombra que danzaba
todas las noches
al ritmo de la hoguera.
Los camellos jóvenes contenían su sed
en el claror detenido,
lamían la sangre fresca de las lagartijas,
sobrevivían con la esperanza
de los espejismos.
Cierto día, levantando polvo crecido
en la superficie,
hallaron una extraña criatura
abrazada a un tronco.
Con la boca apretada,
muerta y con un gesto de horror,
guardaba entre los dientes
un rollo de papel despedazado.
Qué difícil fue extraer
el mapa donde habitaba
el espíritu.
Una palmera de hojas blandas
A diez leguas del médano existe una laguna
y en el centro de ella,
una palmera inclinada.
Los caminantes que descansan bajo su
tronco
desconocen que ella observa
sigilosa,
el ensayo de sus labios,
la mecánica de sus dientes,
que apartada caza los murmullos
con una red
para aprender el lenguaje que ellos articulan.
Esta criatura solitaria ha existido desde
siempre,
inscribe signos microscópicos en su alta copa
y guarda en su corazón
un abecedario de madera y hojas blandas,
donde despiertan robustas consonantes
abrazadas a su primera encía,
a su primer molar.