ENTRE POEMAS ANDO
Lectura obligada es el texto Ramón López Velarde / Poesías Completas y el Minutero publicado en Colección de Escritores Mexicanos, por Editorial Porrúa, S. A. en Ciudad de México en el año de 1977. Con responsabilidad en edición y prólogo de Antonio Castro Leal, uno de nuestros críticos e investigadores más prestigiosos de aquellas décadas del siglo XX, me hace entrar a la lectura del prólogo de Antonio: En 1910, año en que estalla la Revolución Mexicana, Ramón López Velarde ha reunido algunos poemas que, bajo el título de La sangre devota, piensa publicar en imprenta de “El Regional”, periódico de Guadalajara, que dirige su amigo, el poeta Eduardo J. Correa. El libro que no llegó a publicarse entonces y, con ciertos aumentos y modificaciones, apareció después en Ciudad de México, editado por “Revista de Revistas”, un año antes de la promulgación de la Constitución de 1917.
Seguir huellas de grandes personalidades de lo humano, y aún de aquellas, que no se consideran así, es ubicar en el contexto la fama que tienen en su momento, o la que después de fallecidos, les ha de llegar. El homenaje dedicado a su muerte no debe hacernos olvidar que al ocurrir ésta, era considerado un poeta de elocuente y admirable palabra; que define la mexicanidad, pero no en grandilocuencia de una ideología triunfante: la que en facilidad se ha de reproducir una y otra vez en lo mejor del muralismo de esas décadas. Ideología imperante a lo largo del siglo XX encuentra en el grupo de Los Contemporáneos la oposición: poetas de esa escuela se niegan a seguir las reglas de sólo escribir de cosas del ’pueblo’ y, sus luchas por la Independencia, Reforma o Revolución. Un nuevo lenguaje es necesario al país que surge de las cenizas y batallas sangrientas de la revolución, y Los Contemporáneos son prueba de ello. Castro Leal dice: La labor poética de López Velarde que recoge dicho libro pertenece, en su mayor parte, a los años más movidos y cruentos de la Revolución. Al desaparecer del escenario histórico Porfirio Díaz y el grupo de sus amigos, cambió la fisonomía del país: empezó a declinar rápidamente, en la capital y las principales ciudades, la influencia de la vida europea que, sin grandes ventajas, iba sustituyendo o expulsando algunos de los gustos, las tradiciones, los hábitos y las costumbres de la vida mexicana. Las peregrinaciones de los que huían de la bola, y las expediciones y campañas de las fuerzas contendientes, mezclaron a gentes de todas las regiones del país; finalmente, grandes núcleos provincianos se desbordaron sobre la capital, y México fue gobernado sucesivamente por los diversos grupos vencedores, que venían siempre del interior de la República. Ese fue el contexto en el cual se educó Ramón López Velarde, al iniciarse el movimiento del 20 de noviembre de 1910, el escritor ha de tener 22 años, acercándose por edad a la madurez apenas, para comprender lo que sucede en su entorno que es crisis de sociedad: de vida política y para sorprenderse de la violencia que surge en todas partes como noticia del suceder en el México que vive.
El prologuista, llega a decir que el poeta de Jerez es hombre de pocas lecturas. No comprende que los genios como él están entre los que catalogándoles de ‘poco leídos’, son los mismos, que se reproducen en Juan Rulfo o Arthur Rimbaud. Demuestran con ello, que no entienden a escritores que nacieron para serlo. Que en la lectura y en sus vivencias resumen en la obra escrita lo que de la vida han aprendido. Los 11 años que vive López Velarde de 1910 a 1921 son el México bárbaro, que ha despertado de la dictadura porfirista y en unos cuantos lustros, alcanza por fin la victoria de los revolucionarios venidos del norte y del sur del país, así como la presencia de las mejores mentes que en la legislatura Federal de 1917 han de crear la Carta Magna que ha regido, para mal o para bien, este país, que de otra forma ya se hubiera desintegrado. A esa década pertenece López Velarde, él supo para su tristeza de los asesinatos de Francisco I. Madero y de José María Pino Suárez. Son acontecimientos que él conoce, pues supo día a día de la decena trágica que es el movimiento que antecede a la muerte del maderismo. Sabe de los revolucionarios Francisco Villa y Emiliano Zapata, y seguro, escucho de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, por noticia inmediata o personalmente. Buscar en su biografía en que influyeron a este poeta que nació para ello, y que por lo mismo en tan pocos años, se ganó el reconocimiento de propios y extraños por lo cual le fue conocida su voz al morir el 19 de junio de 1921.
Sus lecturas hay que buscarlas en su poesía, pero también en su prosa. Y no ser reduccionistas, por lo que algunos, sólo saben, porque han leído sus libros de poesía no de manera profunda y seria, sino sólo por encimita. Sin atender que sus influencias le llevan —no por un solo escritor— como señala Castro Leal, al decir que López Velarde imita en algunos casos al poeta Francisco González de León. Cuando se hace eso, cae uno en la trampa de indagar sobre el genio reduciéndolo a un magisterio que le formó en todo al poeta.
Ni aun cuando se revisa influencia de Leopoldo Lugones al que el genio, poeta, ensayista y cuentista deslumbrante que es Jorge Luis Borges, aparece como influencia para sus letras. Igual en Borges, influye el mexicano Alfonso Reyes y sobre todo, literaturas del norte de Europa, a través de su amor por la lengua inglesa: lecturas de letras árabes, y con el paso del tiempo aquellas japonesas y tantas más. Con Ramón López Velarde así, debemos de ir cuidadosos, pues lo vivido no es cosa poca, en un país que inicia las revoluciones sociales y a las que pertenece, quizá no como hombre de armas, lo que sí sucede con revolucionarios del norte: Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta y, varios más. Desde el corazón de Zacatecas, en el pueblo de Jerez de aquellos tiempos: a México le ha de nacer un poeta que va a profundizar en el alma mexicana, pero no por la influencia de un solo escritor, como es el caso de Francisco González de León; sino porque en el poeta de Jerez va quedando en su alma y en sus letras cada huella del México violento que vive a diario pero apacible en la profundidad de su deseo de convivencia a través de la cultura propia. No es violencia la que destaca en sus letras. Es la concepción del México, que ha de nacer de este movimiento al que algunos niegan que haya existido revolución social en México en las primeras décadas del siglo XX.
La lectura de obra de López Velarde es prueba, de que entre el siglo XIX y el XX hay la nueva madurez de un país que se sabe limpio y diferente. Antonio Castro Leal dice: Ramón López Velarde empezó a escribir versos cuando estudia en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, en Aguascalientes. Y en 1904 —con Enrique Fernández Ledesma, Pedro de Alba, José Villalobos Franco, Rafael Sánchez y los dibujantes valdepeñas y Romo Alonso— fundó una revista literaria, Bohemio, que para no desmentir la tradición que preside a tales esfuerzos, murió al segundo número. La primera poesía que conservamos de López Velarde es de 1905: A un imposible. Son quejas de amor en cuartetos, lo mismo que la siguiente, huérfano… esos años de 1905 a 1912 son prueba de que en él hay un escritor diferente y revolucionario en imágenes y sonidos de las palabras y letras que forman sus versos y poemarios. En el poema A un imposible escribe: Me arrancaré, mujer, el imposible / amor de melancólica plegaria, / y aunque se quede el alma solitaria / huirá la fe de mi pasión risible. / Iré muy lejos de tu vista grata / y morirás sin mi cariño tierno, / como en las noches del helado invierno / se extingue la llorosa serenata. / Entonces al caer desfallecido / con el fardo de todos mis pesares, / guardaré los marchitos azahares / entre los pliegues del nupcial vestido.
Cuenta en ese entonces con 17 años el naciente joven que es para la poesía mexicana apenas una semilla. No le pidamos ya el magisterio que viene con sus vivencias —de nueva cuenta—, mirando el contexto total en el que vivió sus 33 años de existencia. Será su llanto nostalgia de amor. Será su voz, reducto original del alma de México.