Entre techos de cristal y laberintos de IA
Cada 25 de noviembre, el mundo recuerda la urgencia de erradicar la violencia contra las mujeres, una de las violaciones de derechos humanos más extendidas y profundamente normalizadas. Según datos de Naciones Unidas, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual en algún momento de su vida. Más de 51,100 mujeres y niñas murieron en 2023 a manos de familiares o parejas, lo que equivale a una mujer asesinada cada diez minutos. Estos números, más que cifras, representan historias truncadas y una sociedad que aún arrastra un profundo déficit de justicia, equidad y consciencia colectiva.
Sin embargo, la violencia no se limita al espacio físico ni a las dinámicas familiares. En el siglo XXI, las estructuras de exclusión se han trasladado a entornos laborales, digitales y tecnológicos. Los techos de cristal, esas barreras invisibles pero tangibles que limitan el desarrollo profesional y personal de las mujeres, se replican en nuevas formas. El entorno digital y la inteligencia artificial, en lugar de democratizar las oportunidades, corren el riesgo de consolidar y amplificar esas barreras. Este fenómeno se vuelve particularmente preocupante cuando se combina con sistemas tecnológicos diseñados sin perspectiva de género, reproduciendo sesgos que marginan aún más a las mujeres y que, en algunos casos, las colocan en situaciones de mayor vulnerabilidad.
Los techos de cristal son más que limitaciones estructurales o económicas; representan un entramado de creencias, normas y prejuicios que impiden que las mujeres alcancen su pleno potencial. Desde la brecha salarial hasta la subrepresentación en roles de liderazgo, pasando por la perpetuación de estereotipos de género, las mujeres enfrentan barreras que, aunque sutiles, tienen un impacto devastador en sus vidas y en la configuración de sociedades más equitativas. Además, estas barreras no solo se imponen externamente, sino que también se internalizan. Muchas mujeres crecen con la idea de que deben ajustarse a roles específicos, lo que limita sus horizontes y perpetúa su exclusión. Incluso en redes de apoyo entre mujeres, destinadas a construir sororidad, pueden aparecer dinámicas de juicio o atavismos que terminan por revictimizar en lugar de empoderar.
Los techos de cristal son barreras invisibles pero profundamente estructurales que limitan el acceso de las mujeres a oportunidades y posiciones de liderazgo en diferentes ámbitos. Estas limitaciones no son siempre evidentes, ya que no se expresan a través de leyes o normas explícitas, sino mediante dinámicas culturales, sociales y organizacionales que perpetúan la desigualdad de género. Desde la brecha salarial hasta la ausencia de mujeres en altos puestos directivos, estos techos no solo representan una negación de oportunidades, sino también una trampa psicológica: muchas mujeres internalizan estas barreras como límites personales en lugar de reconocerlas como reflejo de un sistema desigual.
Para contrarrestar estos obstáculos, las mujeres han desarrollado mecanismos de protección propios, como redes de apoyo que funcionan como espacios de contención emocional, asesoría y sororidad. Estas redes, en su mayoría formadas de manera orgánica, tienen como objetivo generar entornos seguros donde las mujeres puedan compartir sus experiencias y encontrar apoyo frente a la violencia, las desigualdades y los desafíos cotidianos. Sin embargo, estos espacios no están exentos de sesgos ni prejuicios. En ocasiones, las dinámicas internas reproducen juicios o actitudes que pueden revictimizar a quienes buscan apoyo, sobre todo cuando las integrantes proyectan sus propias creencias o limitaciones sobre otras mujeres. Este fenómeno puede diluir el propósito inicial de las redes, debilitando su capacidad para empoderar de manera efectiva.
La relación entre estas redes y terceras mujeres también refleja complejidades que surgen de la intersección entre la sororidad y los prejuicios. Mientras que algunas mujeres encuentran en estas comunidades un refugio y una plataforma para alzar la voz, otras enfrentan cuestionamientos o exclusiones, especialmente cuando sus decisiones o formas de vida no se alinean con los estándares implícitos de ciertos grupos. Este tipo de dinámicas pone de manifiesto la necesidad de construir redes más inclusivas y conscientes, donde las diferencias sean valoradas y se promueva un enfoque verdaderamente empático. La clave para evitar que estos espacios perpetúen techos de cristal entre las mismas mujeres radica en la autorreflexión y en el compromiso de las integrantes para deconstruir sus propios sesgos, creando un entorno de apoyo que trascienda las limitaciones culturales y personales.
En el ámbito digital, estas dinámicas se complejizan. La inteligencia artificial, con su promesa de transformar nuestra forma de vivir y trabajar, también plantea riesgos significativos si no se diseñan desde una óptica inclusiva. Los algoritmos, entrenados con datos históricos plagados de sesgos, tienden a replicar patrones discriminatorios. Esto se traduce en decisiones automatizadas que excluyen a mujeres de oportunidades laborales, refuerzan estereotipos de género o incluso fallan en identificar y prevenir escenarios de violencia de género.
El ciberespacio, que en teoría debería ser un espacio de empoderamiento, a menudo se convierte en un terreno hostil. Las mujeres enfrentan mayores niveles de ciberacoso y violencia digital, desde la difusión de contenido íntimo no consentido hasta campañas de odio y desinformación dirigidas a silenciar sus voces. La falta de representación femenina en el diseño y desarrollo de tecnología agrava esta situación, ya que sus necesidades y perspectivas suelen quedar fuera del diseño de soluciones digitales.
A pesar de estos retos, el potencial de la inteligencia artificial y las herramientas digitales para transformar las dinámicas de exclusión y violencia es innegable. Con una correcta integración de la perspectiva de género, estas tecnologías pueden convertirse en aliadas poderosas para prevenir, atender y erradicar la violencia contra las mujeres. El diseño de algoritmos que detecten patrones de violencia, el desarrollo de plataformas que promuevan la educación y el empoderamiento de las mujeres, y la implementación de sistemas que respeten y protejan la privacidad son algunos de los caminos posibles para avanzar hacia sociedades más justas.
No obstante, para que estas herramientas sean efectivas, es necesario que se integren en un marco ético y con un enfoque proactivo. Las auditorías regulares de algoritmos, la inclusión de mujeres en equipos de diseño tecnológico y la educación digital son elementos fundamentales para evitar que los techos de cristal se conviertan en laberintos digitales de exclusión. También es indispensable trabajar en la transformación de las narrativas culturales que perpetúan roles de género, fortaleciendo redes de apoyo que promuevan la sororidad efectiva y adaptativa, capaz de responder a los desafíos contemporáneos.
La protección de datos personales juega un papel crucial en este esfuerzo. En un entorno donde la información es poder, garantizar que las mujeres puedan ejercer control sobre sus datos es fundamental para prevenir escenarios de violencia y empoderarlas en sus decisiones. La privacidad no es solo una cuestión técnica; es una herramienta para preservar la autonomía, proteger la dignidad y construir un entorno digital más seguro y equitativo.
En este día, mientras reflexionamos sobre los avances y los desafíos pendientes, es importante reconocer las acciones concretas que se están llevando a cabo para eliminar barreras y techos de cristal. Bajo el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum, México tiene la oportunidad de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, donde las mujeres puedan desarrollarse plenamente. Las políticas públicas, junto con las iniciativas tecnológicas y sociales, pueden marcar la diferencia en la erradicación de la violencia de género. En el marco de su gestión, se están sentando las bases para transformar las estructuras que perpetúan la desigualdad, eliminando barreras y abriendo horizontes que permitan a las mujeres vivir libres de violencia y alcanzar su máximo potencial.
En esta semana crucial, mientras se discute en el Senado el futuro del INAI, resulta imprescindible hacer un último esfuerzo de reflexión sobre lo que está en juego. La labor del Instituto es fundamental para garantizar la protección de datos personales, un derecho clave que impacta directamente en la transparencia, la rendición de cuentas y la defensa de los derechos humanos, incluyendo los de las mujeres. Su eliminación no solo supondría un retroceso histórico en materia de acceso a la información y protección de la privacidad, sino que también generaría costos desproporcionados para el gobierno federal, al debilitar las bases normativas y operativas que sustentan una administración moderna y eficaz. En un sexenio donde se busca consolidar transformaciones profundas, el INAI es un aliado estratégico para fortalecer las acciones gubernamentales y garantizar que estas se implementen con transparencia y justicia. Además, su desaparición significaría perder herramientas indispensables para combatir la violencia contra las mujeres, dejando a millones sin mecanismos que protejan su seguridad digital y su derecho a una vida libre de violencia en todos los ámbitos, incluidos los espacios digitales. Por ello, mantener al INAI no es solo una decisión política, sino un compromiso con el presente y futuro de las niñas y mujeres de México. Hasta la próxima.