Eso que llamamos hoy

Views: 1052

Mi primer curso de Museografía que tomé formalmente en mi vida resultó una odisea que aún recuerdo con cariño. Me levantaba a las cuatro de la mañana para estar lista cuando llegara el taxi para llevarme a la central de autobuses. Ahí tomaba mi camión que me llevaría a Observatorio, en la Ciudad de México, donde me subiría al metro hasta llegar a la estación de Insurgentes. Ahí tomaría el metrobus que, dos estaciones después, me dejaría a unas cuadras de la escuela. Caminaría quizás unos 10 minutos, compraría un café pequeño y llegaría puntual, antes de las 8 de la mañana, a la Casa Lamm, para atender las lecciones de Ery Camara, uno de los museólogos más reconocidos del país. Más que presunción, la memoria me roba una sonrisa: anhelaba tanto estudiar aquella materia que con mi sueldo completo de maestra pagaba la mensualidad y me levantaba tan temprano como fuera necesario. Así suelen ser los sueños que desean cumplirse… Hay muchas cosas que aprendí de él, tantas que me han servido a lo largo de mis trece años de carrera, una de ellas, reconciliarme con el arte contemporáneo. Él decía que no es obligatorio como museógrafos las preferencias por las nuevas tendencias del arte, pero sí debíamos poseer la disposición de aprender de él. Montajes innovadores o conceptos de arte-objeto que sin duda podrían servir para solucionar discursos museográficos. Así, desde aquella mañana capitalina, sabía que una asignatura pendiente sería mirar eso que llamamos hoy.

El fin de semana pasado, visité Zona Maco, la feria de Arte Contemporáneo considerada como la más importante de América Latina. Es decir, no es un museo temporal de arte contemporáneo, pero sí constituye una plataforma de diseño y arte que presenta las vanguardias respecto al tema. Su origen se remonta a principios de este siglo, cuando una estudiante regiomontana, Zélika García, visitó la primera feria de Arte Contemporáneo en México, en Guadalajara (que sólo tuvo una edición) y decidió trabajar un modelo similar en Monterrey, el cual migró a la Ciudad de México. Actualmente, y en medio de una marisma de críticas, Zona Maco reúne a coleccionistas, galerías y curadores que no nada más presentan la contemporaneidad en artes plásticas, también en ella hacen presencia escuelas de diseño, fotógrafos y anticuarios latinoamericanos.

Si bien es cierto que puedo generar debate con esta apreciación, Zona Maco me pareció un gran desfile de modas del arte contemporáneo. Tal como sucede en estos eventos de la alta costura, lo que los especialistas analizan y consumen son las tendencias en cuanto curadurías, montajes y técnicas preponderantes. Asimismo, resulta un gran escaparate para la industria – aun, con mucho, por evolucionar en nuestro país– del mercado del arte. Así, y siguiendo las directrices de aquel maestro senegalés, en esta pasarela de cuadros y esculturas, me dio la impresión de que los temas violentos y de denuncia dieron paso a los instantes de la cotidianidad, en su profunda soledad y con la preponderancia de la perspectiva. Dependiendo del ángulo del que se observara, se podía dar la lectura de los trabajos. En este sentido, la tridimensionalidad adquiere un protagonismo mayor. Otro tema sobre el que saltaron mis ojos fueron las superficies, la migración del óleo a técnicas mixtas e incluso la utilización de las telas y sus caídas para crear formas dentro de la propia obra. Finalmente, los montajes continúan con la simetría, los espacios y el contraste. Y un detalle más, justo en el punto del contraste: cuando entré al complejo que albergaba la feria y observé el estilo de vida que a él acudían, me hizo pensar en dos temas: primero, la posibilidad de un crecimiento en el mercado del arte en México muy, demasiado distante, de Palacio Nacional, pero más cercano a la contemporaneidad. Y el segundo, el valor profundamente democrático de los museos a través de sus servicios expositivos y de mediación para el acceso del arte, en todas sus temporalidades.

El Arte Contemporáneo, hoy por hoy, resulta una definición difícil de acotar. Académicamente se sitúa en tiempos de postguerra de la Segunda Guerra Mundial con las tendencias de ruptura y la inclusión de otros elementos como el lenguaje audiovisual o el performance, en la creación de la experiencia estética. Sin embargo, si somos justos en el análisis del tiempo, estamos a un siglo de las vanguardias del Arte Moderno; mientras que el presente suele tener matices similares al ayer como el resurgimiento de los regímenes autoritarios, pero con una configuración del hoy marcado en la interconexión y la inmediatez. Eso nos lleva a cuestionarnos lo que realmente es la contemporaneidad.

Cuando visité la Galería Nacional de Arte en Washington, mi gusto artístico estaba claramente definido: fan de los impresionistas, respetaba todas las tradiciones anteriores. Pero en aquella ocasión me llevé una grata sorpresa. Me cansé de ver lo mismo y decidí darle una oportunidad al presente. Tomé el túnel iluminado que conectaba con la parte más actual de su colección y Jackson Pollok me dio la bienvenida. Entendí entonces aquel hermoso ejercicio de la película La Sonrisa de Mona Lisa cuando la maestra de Historia del Arte interpretada por Julia Roberts sólo pedía a sus alumnas que sintieran el cuadro. Y si aquello no fuera suficiente, pasos más adelante, Mark Rothko me invitó a sentarme y observar su cuadro. En ese momento recordé una conferencia sobre un estudio que se había realizado sobre la lectura de sus cuadros en una galería, con la solicitud al público que estuviera un minuto observando sus rectángulos. La mayoría de las reacciones incluían una lágrima. Similar a la mía.

Me declaro enamorada del Arte Moderno, pero es verdad, el Arte Contemporáneo me ha enseñado a ver eso que llamamos hoy. Irónicamente mi mejor proyecto del máster en Museología del Instituto Iberoamericano de Museo que cursé hace tiempo, fue la curaduría de una exposición de corte contemporáneo: Expectativas 2020. En esos recovecos del tiempo, aquel proyecto sería la semilla de una exposición colectiva montada por el Centro Cultural Toluca: 2021 ¿Año perdido? Una moraleja para aquella muchacha de 22 años de periplos en transporte público en la senda por un sueño. Al presente hay que darle la oportunidad de ser. Quizás sea ese el verdadero secreto del aquí y el ahora.