Esperanza
Esperamos con ilusión el regreso.
Hace unas semanas nos citaron en el trabajo. Después de quince meses, llegó la primera junta presencial con todos los compañeros. Con el protocolo de contingencia, llegamos a la sala de reuniones.
Mientras caminaba hacia la puerta de entrada, mi sentir se tambaleaba. Detrás de mi cubreboca, el gel en la bolsa y las manos recién lavadas, llegué a la sala de música con una sensación encontrada entre gusto y zozobra. Me sorprendí quedarme paralizada unos segundos al mirarlos sentados a sana distancia. Lo agradable fue ver ojos sonrientes y un gesto corporal reprimido de afecto.
Pese a los saludos de antebrazo y puños cerrados, el agrado por vernos después de tanto tiempo, se notó en el ambiente.
A casi año y medio de espera: el silencio, el guardarse, el aislamiento, dejar de apapacharnos, extrañar a los nuestros, a la familia, a los amores, confrontar las pérdidas, enfrentarnos a nosotros mismos, vivir tanto aprendizaje en la incertidumbre, ha sido un saber contundente como seres humanos.
Estamos próximos al regreso parcial de nosotros mismos. Ya hay quienes, pese a la vacuna, nos acercamos intranquilos a los otros por los residuos del contagio.
Sin embargo, esta ilusión de volver, nos ha permitido valorar, extrañarnos, ver la existencia de otra forma, no sé si para mejorar o empeorar, lo que sí sé es que después de esta pandemia, todo es diferente.
Durante estos meses me aferré a la fe y a la esperanza, dos palabras que se convirtieron en anclas existenciales, unidas por hilos amorosos en el asustado corazón ante la muerte.
Con abrazos de mi alma, espero y creo en la vida de regreso, porque como diría Víctor Frankl; médico sobreviviente a los campos de concentración: Las ruinas son a menudo las que abren las ventanas para ver el cielo.