Estética y Sedimentación
Las humanidades y las ciencias sociales de la actualidad se han venido caracterizando por una desconfianza de los conceptos con los que habían venido trabajando durante largo tiempo que, personalmente, se me hace interesante. Este asunto, naturalmente, irrita de sobremanera a quienes fueron formados en épocas en las que el respeto a los conceptos era no sólo una institución sino la razón de ser de disciplinas como el Derecho, la Sociología, la Historia o la Filosofía. Puede decirse que tras esta actitud existe un espíritu similar al del conservador, o tal vez una suerte de servicio ideológico a tal o cual causa, pero este no es nuestro propósito más próximo en esta oportunidad.
Esta vez nos referimos a cómo el asunto anterior se manifiesta concretamente en el campo de lo estético con la introducción del componente ideológico, y las potencialidades que puede tener el hecho de sobrepasar los límites conceptuales de lo que en estética se ha venido llamando el arte por el arte. A saber, la idea de que cualquier manifestación artística para considerarse como tal, tiene que estar íntegramente libre de cualquier resquicio de intenciones o lecturas que relacionen su propósito y finalidad con asuntos ajenos a la expresión máxima y pura de la belleza.
Aparentemente la tesis suena convincente. No sirve de nada negar este aspecto. Pero, ¿qué sucede si nos preguntamos con todas las manifestaciones y subjetividades de quienes no sienten que, de acuerdo con esta tesis, el arte expresa o les hace sentir lo que a ellos les parece que es arte? Aquí nos encontramos ante un problema de los conceptos cerrados, que desde siempre traen consigo la limitación de que obligan a pensar a quien los usa, que cuando algo no calza en lo dicho por el concepto es que ese algo debe reajustarse o que está en sí mismo equivocado, porque no puede optar a una sustentación de razones tan rigurosa como dicho concepto sí puede.
Esta actitud, sea intrínseca al concepto o a quien lo usa, puede llevarnos por dos caminos: bien por la superioridad intelectualoide de quien piensa que el arte y la filosofía nada más pueden ser enteramente occidentales, y que todo cuanto escapa de sus confines son formas primitivas, salvajes y falsas tanto de conocimiento como de expresión. O bien, que quienes acceden a la posibilidad de aprehensión del arte por medio de determinados conceptos, son quienes acceden entienden a las verdaderas experiencias artísticas; y que quienes no, tienen una suerte de limitación en sus capacidades intelectuales y en su percepción.
Ahora bien, ¿las obras políticas o históricas no tienen, acaso, un trasfondo, algo que les subyace, que nos habla directamente de una subjetividad que intenta ser expresada por medio de un testimonio? ¿Realmente podemos prescindir del valor estético de este testimonio porque no encaja en los cánones estéticos clásicos? ¿Qué pasa con todos esos aspectos que se rehúsan a encajarse en dichos conceptos? ¿No tienen valor? Son sólo algunas de las cuestiones más interesantes que nacen, pues, directamente de cuando los conceptos estéticos inician un proceso de sedimentación, de dureza.
Digamos, por último, que en modo alguno hablamos aquí de hacer reproches forzados a conceptos antiguos que no han tenido en cuenta éste o el otro asunto. Sino que nos referimos a quienes no han sido capaces de liberarse de sus limitaciones hasta la actualidad, y que más bien consagran su trabajo a defender conceptos arcaicos, aun cuando estos flaquean cada vez más conforme avanza el siglo corriente. Aún, cuando el concepto de subjetividad ha demostrado una y otra vez ser una parcela de la realidad increíblemente rica, a la que se le ha tenido fobia durante mucho tiempo, que ha sido exiliado. Y que más bien, podría contener muchísimas soluciones para el campo de lo objetivo, aunque aún no sepamos verlo, o más bien, aunque aún no hayamos desarrollado la sensibilidad intelectual suficiente para verlo.