Gabriela

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Como dice la canción de los Beatles: Leí en la prensa de hoy, acerca de alguien que triunfó. Algo más o menos me sucedió hace algunos años. El País, periódico español, publicó la noticia del hallazgo de cerca de cien poemas inéditos de Gabriela Mistral, la Gabriela chilena, la poeta que alguna vez pensó en ser sólo una mujer sin sufrimientos, sin dolor, pero que no pudo. Se dedicó a la enseñanza como medio para transmitir la paz, el amor, la poesía. Esa Gabriela que un día se despertó con la conciencia del Premio Nobel y no supo qué decir ante tal despertar. A esa Gabriela me refiero.

Pero no es tan simple recordarla. No muchos tienen sus libros o de perdis, algún fragmento de sus poemas. Todos, o casi todos, saben quién fue. La primera mujer latinoamericana en recibir un Nobel, la maestra que tuvo una visión lúcida del amor y de la muerte. Pero de ahí en adelante, casi nada. Y tuve que recurrir a la tecnología para recuperar la memoria, para investigar los nombres de sus libros, algunos cuantos, no sé que tan importantes para ella, pero importantes para la literatura latinoamericana. Ternura, Lagar, Tala, Recados contando a Chile, y otros que no conozco y que no he leído en mi vida.

Pero era importante recuperar la noticia, hablar de los poemas para ampliar la perspectiva de una poeta que poco a poco va cayendo en el olvido. Sí, fue tan importante como Pablo Neruda, pero de éste se recuerdan cada año Los veinte poemas de amor. Sí, fue tan grande como Jorge Luis Borges, como Julio Cortázar, como todos los latinoamericanos de aquel lado del continente, pero casi nadie recuerda un poema suyo, al menos por decencia. Es por eso que quiero terminar esta nota con un breve fragmento, versos sencillos de Gabriela Mistral encontrados en una página de internet, leídos con asombro y deleite, con gratitud por la noticia del hallazgo.

Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.

¡Se te va todo, se nos va todo!

Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos, que se devanaban,
en lanzaderas, delante tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo
.