Grafógrafxs, la andariega
Volvió a pasar. Miércoles, día de pasear a Fiona, en una rutina que no sé cuánto pueda durar. Nos ejercitamos y nos escurrimos por la maleza para beber del agua que nace de entre las rocas. La escucho corretear por todos lados, jadeando y mordiendo moscas entre el pasto crecido. Generalmente me traigo un libro en la bolsa de la sudadera, pero esta vez no fue el caso; dejé el libro de Labari. Afortunadamente Grafófrafxs siempre anda por ahí para ser leída.
Cuando digo que pasó otra vez, hablo de la escena surrealista que, dentro de mí, Grafágrafxs, crea. Fiona seguía correteando veredas arriba, pero lo cierto es que por instantes desapareció de mi umbral perceptivo. Estaban las rocas con sus chorros de agua, con su moho en la orilla y sus varitas en el fondo. Agua cristalina que escurría de mi barba y cuya gota cayó en la página 24 en la semblanza de Foppa, de Diana del Ángel. Le pasé el dedo quedito para no arruinar el papel y luego la sacudí.
Apenas puedo creer que del otro lado de la página exista quien pueda hacer tal cosa con las palabras. Ahora hablo de acercarnos a la vida desgraciada de una poeta valiente, pero los ejemplos se cuentan ya por cientos. Que la revista trajine y llegue hasta esa maleza alejada de la cultura (porque lo estamos), entre las ramas, el lodo y luego por el manantial, para cambiar vidas, no es poca cosa. Les cuento:
Estaba ya en los últimos renglones del poema de Foppa, hembra desaparecida por el gobierno de su país, cuando Fiona vuelve y corre desesperada. Ya cerca de mí, segura, gira y ladra. Un hombre que carga flores se acerca, me grita preguntándome: ¿muerde? Le dije que sí, nada más para divertirme. (No, nada más porque el tono de su voz lo he escuchado otras veces). El sujeto bajaba con un mazo de hierro en las manos que porque ya lo han mordido. Antes de que pudiera pensar siquiera en hacer una idiotez, le dije que la perra no mordía, y pensé que había que ser imbécil para no darse cuenta que la perra era amigable, y que sólo estaba espantada.
Al final se fue. Sendero arriba, volvió a gritar: gracias, carnal. Con ese algo en la voz, con su mazo empuñado en la mano. ¿Los perros huelen la maldad? ¿La mala vibra? Ahí fue que fui consciente de dónde es que estaba, de la resonante pregunta de cómo esas palabras te alcanzan hasta ahí en la ambivalencia de esa belleza natural perturbada por un ente difuso.
Pero debo decir que la relación entre Grafas y yo, no fue amor a primera vista. De hecho, el único pero que le pongo es la espantosa x. En cuanto el alboroto literario que la revista estaba causando, llegó a mi muro de Facebook, lo primero que pensé fue eso: caray, ¿por qué una x más y por qué en una revista de la universidad? Estaba negado pues a tomarla, pero ella seguía apareciendo por todos lados: en la facultad de humanidades, en rectoría, en el CTE, en el edificio de publicaciones universitarias, hasta que, en este penúltimo, pensé, a ver pues, y me la llevé.
Leí los otros libros que traía a cuestas en ese mes. Entrado diciembre, puse mi changarrito de temporada en el que vendí cacahuate en San Pedro Zictepec. La venta fue mala. Llevaba así las últimas tres semanas, así que para invertir el tiempo, me descargaba mis buenos videos de comida en la lap, unas películas, entrevistas con escritores, el libro en turno, y sí, ¿quién creen ustedes que andaba por ahí en ese momento? Ajá: Grafógrafxs, la andariega
Entradas las siete de la noche, cuando el frio arreciaba y el monte se llenaba de borregas del humo de la leña, a mi lo que me preocupaba era saber cómo iba a pagar la renta y no salir tan raspado para las fiestas. En eso cogí la revista, me puse a cruzar el cuarto en taches para calentar el cuerpo y de pronto, ahí fue que apareció ese maravilloso poema Hotel Universo. De pronto el local, precisamente, con sus rincones raídos por la humedad del ayer, eran otros. El azul del frio afuera era delicioso. Eran mis escapadas al Cortijo en la universidad, tenía un poco del cine inglés y las penas no pesaban tanto. Y el hueco en el pecho, el hueco de la poesía.
Entonces pasé la equis por alto. Que cada quien le acomode como le agrade, ¿no? Esa es la idea, supongo. (Nada nada, hay cosas que son y otras que no). El asunto es que hicimos las paces y desde entonces aparecía por todos lados y se deja leer tan bonito que vuelvo, en cada espacio, a esa sensación de irrealidad, del cómo es que esas letras llegan hasta ahí y lo transforman todo, lo horrendo, lo cotidiano, lo vacuo; como lo hizo el Pez mandarina, los poemas de Pinos y los discursitos, carajo, los discursitos con la sorpresa de esa poesía como de tropiezos de un bebé.
Le digo, aparecía, pues hace unas semanas Alonso Guzmán, en el taller que promueve la misma revista, anunció que esta dejaría de existir como la conocíamos. Es decir, que ya no andaría por ahí apareciendo cuando se le necesitara. Que porque no hay presupuesto, que porque las cosas están cambiando, que porque la pandemia, y mire, yo con perdón de quien me lea, me pregunto a quién es que hay que madrear para que este asunto siga: es por mucho el proyecto más destacado en cuanto a la literatura se refiere en la UAEMéx.
Pero vámonos calmando, porque no quiero que esto se convierta en una protesta de grito y sombrerazo que se dispersa con la primera llovizna. No. Para que una revista que mes tras mes no deja de dar bandazos, sorpresas literarias gratísimas como es el caso, hay un equipo serio, comprometido, que sabe, escucha y sobre todo, que corre riesgos en tiempos tan difíciles para la literatura, porque, ¡ay! del mérito de hallar poesía (y todo lo bueno que hacen) pues aunque se dice que el medio está repleto de obras, muchas de ellas bien podrían ser colgadas en un poste junto al cartel de un concierto o al lado del bote de la cruz roja. Pero aquí no, aquí algo pasa que sucede el fenómeno poético que tanta sed provoca.
En abril pasado me di a la tarea de traer unas Grafos a mi terruño. 2 cajas y 20 paquetes de revistas. Todo un lío para llevarlas de rectoría a Gandhi y de Gandhi a la parada de autobús. Al final, ahí estaba yo empujando un carrito del Walmart con todos los paquetes. Aunque la anécdota es divertida, me preguntaba qué era eso que me movía a llevar esas revistas que más tarde repartiría el día del libro por mis lares. Hoy lo sé, sentía que la andariega tendría que llegar hasta estos lados en que sólo hay dos librerías, en que la literatura es casi un tabú, un gesto de élites y hasta algo prohibido.
No sabía por dónde empezar esto. Ilusoriamente quisiera que llamaran al Canelo Álvarez y que con el cambio que traiga en la bolsa, deje que este proyecto siga creciendo. Pero la verdad es que no puedo caer en esos ánimos de antorcha, no sólo por el valor estético de la revista, sino porque detrás de ella quedaron trabajos que no pueden estar a expensas de la casualidad y las nocivas buenas intenciones. Abogo a las palabras para que algo pase y se dé marcha atrás. Sé que en muchas ocasiones soy romántico frente a la burocracia, pero me parece inaudito que algo así muera. Que su esencia desaparezca.
Dejo esto por si de algo sirviera, vaciando lo más valioso que tengo: lo que quienes aparecieron en ella hasta estos números impresos, provocaron en mí, sin ignorar la culpa de que tal vez no sea suficiente. Y a usted que tal vez tenga la suerte de encontrarse con ella por ahí, guárdela como si fuera un trozo del muro de Berlín, que seguro estoy, muchos de los que por ahí se leen, serán alguien en un momento y podrá usted presumir un trozo de arte valioso.