GUERRERA SANTIFICADA
Comprender a las grandes mujeres de la historia es un problema mayúsculo. Lo es para filósofos, antropólogos, psicólogos y demás materias de estudio de la humanidad. Si comenzamos siendo humildes, escribo de los hombres, es posible que podamos aportar algunos senderos por los cuáles podremos comprender su papel a lo largo de la historia humana. Hombres y las propias mujeres tenemos estas tareas. Incógnita lo son Helena de Troya, Cleopatra la reina de Egipto, y lo es más en la vida humana en este planeta, cuando se piensa en la presencia femenina más admirable en el mundo de la guerra: el territorio de los hombres por antonomasia y que se expresa en las esculturas que, por todo el territorio de Francia, se encuentra representado por una mujer cada vez más compleja e increíble. Leo el libro titulado Juana de Arco / Ni santa ni bruja. La gran guerrera, cuyo texto es de J. María Casals Meseguer, publicado en España en el año 2020 por editorial RBA.
La labor de esta empresa que publica libros de biografías femeninas es de reconocer, pues no sólo lo hacen para textos biográficos de mujeres, lo que es ya una colección importante al reconocer la presencia femenina en sus expresiones más sorprendentes y gratificantes en su sacrificio de vida, en sus logros intelectuales y físicos, en el ejemplo moral que nos da lecciones en todos sentidos: ética y moral es una de las expresiones más elocuentes en el ejemplo femenino a lo largo de la historia del humano en este planeta. RBA es también importante por las biografías que hace de filósofos y pensadores de nuestra historia, más elocuente del paso del hombre en la Tierra. En este caso la biografía de Juana de Arco es aprender en no muchas páginas: 165, incluido el índice, lo que esta mujer dejó a la posteridad. Lo que esta mujer sorprendente hizo en su corta vida, que ha de terminar en la hoguera ante la soberbia que destruye todo aquello que no logra entender. El índice señala sólo algunos puntos: Ni santa, ni bruja. La gran guerrera / Su misión, su destino / Dadme a vuestros hombres / Destinada a vencer / Alma guerrera / Un espíritu más fuerte que el fuego / Visiones de Juana de Arco. Todos temas apasionantes, pues se está ante una mujer adelantada varios siglos a nuestro siglo que vivimos, el siglo XXI. Imaginemos que nace el 6 de enero de 1412, todavía en los lúgubres años de la Edad Media, en sus finales, y por eso más peligrosos años donde la Santa Inquisición domina el panorama de todo aquellos que no entiende: lo heterodoxo que es en aquellos personajes que se niegan a ser rebaño en sus vidas. Que piensan diferente, que indagan para saber más, que llevan el conocimiento un paso delante de lo que lo encuentran en su tiempo de vida. Ella, la Santa que ha de ser, nace en Domremy siendo la hija más pequeña de la familia D’Arc, —dice su biógrafa— pequeña localidad de la región francesa de Lorena, en la orilla izquierda del río Mosa. Sólo ha de vivir 21 años, sorprendente a todas luces, y en el texto de la cronología que cito se puede resumir toda la situación de crisis en que ha de estar esta adolescente y joven antes de morir.
Cito el año de 1429, quizá el año más fragoroso y difícil en la vida de esta mujer para la cual no alcanza la inteligencia del hombre para comprender cuáles fueron sus cualidades que le hacen tan grande ante la historia humana y no sólo francesa. Antes de ella, nadie, después de ella, nadie. En el año de 1429 cita su biógrafa en la cronología: En febrero Juana hace un segundo viaje a Vaucouleurs y consigue que Baudricot la avale para que acuda a ver al rey en Chinon. En el camino, tras pasar por Sainte-Catherine-de-Fierbois, halla una vieja espada que será su arma. A finales de mes se produce el encuentro entre Juana y el delfín. El rey le obliga a pasar unos exámenes para demostrar que es una buena cristiana, ordena que le hagan una armadura y le concede su propia compañía. En abril el convoy de Juana parte hacia Orleans y el día 8 de mayo la Doncella libera la ciudad. Bajo su liderazgo, los franceses toman en junio Jargeau, Meung y Beaugency, y aplastan a los ingleses en Patay; en julio llegan a Reims, donde el rey finalmente es ungido con los sagrados óleos de la catedral como legítimo monarca francés, objetivo de Juana. En otoño la Doncella sufre sendas derrotas en París y en La Charité, y además en París es herida en un muslo.
Pensemos en si la fuerza física y musculatura de Juana de Arco era parecida a la de aquellos hombres que iban a la guerra por los territorios del mundo. Si ella, personaje venido del campo, pudo ir a la vanguardia de sus tropas invocándoles a la batalla y a la victoria. Se dice esto en pocos renglones, pero el fenómeno que la Doncella da es elocuencia de algo increíble. Hace entender que Doncella muy pocas veces se da a cualquiera, aunque ya vemos que cuando revisamos biografías de mujeres excepcionales —se encuentran en todas las culturas— por ignorancia o muchas veces por maldad al no aceptar grandes cualidades con las que viene investida no sólo para procrear. En territorio del patrimonio cultural importa Juana de Arco como héroe Hidalgo; su más elocuente ejemplo de valentía, de capacidad en estrategia y tácticas de guerra, que van impelidas por el deseo de dar identidad al francés que fenece ante Inglaterra: sin que ningún líder masculino ponga dique a la soberbia de Inglaterra al atacar dominios de lo que ha de ser Francia al paso de los siglos. Gracias a esta mujer que da patria cierta al paso y desaparición de los feudos, que le han de componer al venir el futuro de las épocas en el centro de Europa. Sin duda —lo saben historiadores y ciudadanos franceses—, Juana de Arco es, si así se puede decir, la Madre que da nación, identidad, patria y posibilidad de vivir la revolución de 14 de julio de 1789. No por nada Napoleón le ha de reconocer en su grandeza. No hay manera de medir el talento de esta joven que sólo vive 19 años. Es que es imposible valorar tal fortaleza, cuando se piensa en los jóvenes hombre o mujeres que son recordados por su juventud en la que dejan su huella: Arthur Rimbaud, José María Heredia, Ramón López Velarde, o los roqueros de nuestra época: Jimmy Morrison, Brian Adams, Jannis Joplin y varios más, muertos en juventud pueden compararse a esta joven que deja huella de grandeza en pocos años: revisar sus hechos de vida nos deja pasmados ante la rapidez con que vive y muere la que termina en el siglo XX como Santa Juana de Arco. Sus dos últimos años son de tragedia, en el 1430, dice J. María Casals: En marzo Juana envía una carta a los husitas de Bohemia amenazando con ir a combatirlos por su herejía. El 23 de mayo es capturada, en plena batalla, por los borgoñeses y, aunque intenta escapar en dos ocasiones, en octubre es vendida a los ingleses. En 1431 en enero un tribunal eclesiástico empieza un juicio contra Jana en el que la acusan de herejía. Tras algunos meses de proceso, prisión y malos tratos, en mayo Juana es condenada a morir en la hoguera, el castigo destinado a las herejes y brujas.
Por más que se revisen los hechos de la historia humana, es difícil encontrar otro ejemplo tan elocuente de cómo es posible abarcar todo un futuro con tan pocos años de vida. Como casi siempre, los grandes autores varias veces o muchas, no son capaces de comprender a este ejemplo de mujer que rebasa, con mucho, al común no sólo de las mujeres, sino al de los hombres. Cita la biógrafa que William Shakespeare en la obra Enrique VI escribe: Diablo o hembra del diablo, yo te conjuraré; […] eres una hechicera. Y esto, porque se le llama: La bruja endiablada. Dice la investigadora: A Juana de Arco se la asoció con la imagen de bruja y hechicera aliada del demonio ya desde su época. Así la veían los borgoñeses e ingleses, enemigos de la Francia que ella defendía con tanto fervor. Al calificarla de este modo buscaban dos cosas: mitigar el ardor que infundía a sus tropas y desprestigiar a Carlos VII, quien se habría coronado en Reims siguiendo los preceptos del propio diablo. Incomprendida, ha de terminar siendo elevada a Santa por el Vaticano en 1920, a casi seis siglos de su terrible muerte.“La patria ha nacido del corazón de una mujer, de su ternura, sus lágrimas y la sangre que vertió por nosotros, esto escribe al final Jules Michelet.